Ante la soledad, el encierro y el Covid, comerse la ansiedad es la salida
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Cuando la obsesión por el control es parte de tu enfermedad, la pandemia no te rompe la rutinas sino rituales: encerrarte en el cuarto cuando la casa se queda sola con kilos de comida chatarra que desaparecerá en cinco minutos; hacer ejercicio en exceso para quemar grasa; cocinar ciertos alimentos de cierta manera de acuerdo a un horario inamovible; ir al baño a vomitar lo que no deberías haber ingerido.

Para quienes padecen un trastorno de la conducta alimentaria (TCA), la pandemia no está siendo fácil. “Sobre todo, las personas con anorexia, que tienen esta parte de rigidez que se resiste al cambio, y estamos en una situación que no podemos controlar y cambia en cada momento”, explica la fundadora y directora del Instituto de Psicología de la Alimentación, Ana Arizmendi. 

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Si la ansiedad del encierro y la incertidumbre de estos tiempos son difíciles de manejar en general, para una persona cuya enfermedad se basa en evadirse de sus emociones comiendo, la pandemia ha sido un detonante. Diferentes centros que tratan TCAs en la Ciudad de México coinciden en que observaron más conductas compulsivas desde que empezó la pandemia. 

“Regresaron los atracones, el vómito, el miedo a engordar, el ejercicio físico para compensar”, explica Arizmendi. “Pacientes que ya habíamos dado de alta, me volvieron a buscar después de 5 años”, añade.Ana Arizmendi, fundadora y directora del Instituto de Psicología de la Alimentación

Los TCA son enfermedades mentales que provocan alteraciones de la conducta alimentaria. La “biblia” de los psiquiatras, el Manual Diagnóstico y Estadísticos de los Trastornos Mentales (DSM, por sus siglas en inglés), reconoce los tres más conocidos: anorexia, bulimia y trastorno por atracón (o de apetito desenfrenado), aunque existen otros considerados dentro de esa categoría, como la ortorexia (obsesión por comer sano). 

De las pocas estadísticas que existen sobre su incidencia en México, se sabe que la población más afectada es adolescente (entre 15 y 19 años), que en el 90% de los casos afectan a mujeres y que cada año, se registran 20 mil casos.

Los TCA son resultado de una combinación de factores socioculturales (culto a la delgadez), biológicos (historial familiar de depresión, etc.) y psicológicos (perfeccionismo, ansiedad, rigidez, autoestima). Estos últimos son los que más han chocado con el estilo de vida que impuso la pandemia.

Me abruma pensar que no estoy aprendiendo lo que debería. Me preocupa sentir que no estoy suficientemente preparada para empezar a trabajar”, confiesa Mirka Fuentes, una paciente de anorexia y trastorno por atracón, en relación al cambio que supuso pasar a estudiar su carrera en línea.

Esta estudiante de Diseño Industrial en el Tec de Monterrey confiesa que los atracones aumentaron a 3 y 4 veces por semana desde que empezó la pandemia. Pasar a cursar sus estudios en línea fue uno de los detonantes. 

Sus palabras reflejan algunas fuentes de preocupación que se suelen esconder tras la comida o la restricción en los TCAs: perfeccionismo a la hora de hacer lo que se “debería” y el no ser nunca suficiente.

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La soledad ha sido otro detonante en las compulsiones, también el sedentarismo del encierro así como el miedo a enfermarse, al saber que su sistema inmune está condicionado, o de ver enfermar a los suyos. 

En Reino Unido, ya hablan de un tsunami de TCAs provocados por la pandemia. Las personas esperando a un tratamiento ambulatorio aumentaron un 128%. En el Hospital Niño Jesús de Madrid, los ingresos por anorexia nerviosa, sobre todo, aumentaron un 20%. En México, la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Nuevo León calculan un aumento del 35% de los casos en la entidad.

“El gobierno debe abordar urgentemente la escondida epidemia de trastornos de la alimentación que afecta a todo el país mejorando el acceso a los tratamientos y aumentando la financiación de los servicios comunitarios y de hospitalización”, Jefa de la Facultad de Psiquiatría de los TCA, en el Reino Unido.

Terapia online

Fuentes asegura que en todo caso se ha sentido muy acompañada de su terapeuta. Desde hace dos años que acude a la Fundación APTA, que proporciona tratamiento integral a casos ambulatorios de anorexia, bulimia, trastorno por atracón y obesidad.

En este centro frenaron las admisiones de nuevos casos cuando empezó la pandemia porque querían asegurarse de que la psicoterapia en línea funcionaba. 

“En agosto decidimos regresar a aceptar nuevos pacientes porque vimos que estaban respondiendo bien, con particularidades”, confiesa la coordinadora clínica de APTA y psicóloga clínica, María Salamanca.  “A algunas no les gusta ver su imagen en la cámara”, explica, para reflejar las alteraciones de la imagen corporal que pueden provocan los TCAs.

APTA, por ejemplo, desarrolló el Manual de contención para pacientes con TCA y familiares, para lidiar con estas patologías durante el encierro. 

En él, se dan pautas para que los familiares para que encuentren un equilibrio entre la atención y el respeto por el espacio de cada uno. “Los papás pueden perder de vista que sus hijos son algo más que la enfermedad”, explica la maestra Salamanca.

Además de la preocupación de quienes se encierran con los pacientes, existe también la intimidad. Al mudar las sesiones en línea, hay pacientes a los que se les dificultó encontrar un espacio en la casa para hacer sus sesiones. “A veces les decía: ‘salte y vete al coche’”, confiesa Arizmendi.

Qué sí funcionó

A la directora del Instituto de Psicología de la Alimentación, lo que más le preocupa son los abandonos de terapia, sea porque la tecnología les frenó o porque no podían costearse el tratamiento. 

En la Fundación APTA este es uno de los elementos que puede llegar a determinar cuántas sesiones de terapia realizan los pacientes a la semana. Los costos mensuales que manejan pueden llegar a ser un 25% de los de mercado.

“Yo hago cuatro al mes”, explica Abigail Oliva, otra paciente de APTA diagnosticada con trastorno por atracón. Su ilusión del sábado es conectarse a las 10 de la mañana para hablar con su terapeuta

El suyo es un caso de éxito. Pasó más de 30 años de su vida llenando su autoestima con litros de Coca-Cola y “comida hasta quedarte dormida”, explica. En pandemia, la encerraron y perdió el trabajo.

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“Imaginarás que la crisis de estrés me afectó”, explica, por Zoom, sin perder la sonrisa en los ojos y el tono animado. “Pues no. Seguí transformando lo que sucedía en mi interior”, confiesa.

La reunificación familiar y la posibilidad de extender las terapias a la familia han sido beneficiosas en algunos casos. Así fue en los que el TCA es un grito de atención a papás ausentes, en los que éstos quedaban al margen de la terapia de sus hijos porque no la consideraban importante o porque no estaban obligados a enfrentarse a este trastorno 24/7.

“Al inicio, dije: ‘nos vamos a matar’, explica Oliva, de 37 años, en relación a su mamá, con quien vive. “Pero fue bonito porque cada avance lo platico con ella. Esta unión se la debo al encierro”. 

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