Península de Yucatán, foco rojo de deforestación en México
Zona forestal afectada por la construcción del tramo 2 del llamado Tren Maya. Foto: Robin Canul.

Eran los años ochenta. El brasileño Chico Mendes denunciaba dentro y fuera de su país cómo se dañaba a la Amazonía y eso tenía un impacto en la biodiversidad, pero también en las comunidades. Eran también los tiempos en que los científicos comenzaban a usar, cada vez más, las imágenes satelitales como herramienta para evidenciar el avance de la deforestación.

En el norte del continente, Edward Ellis estudiaba su licenciatura en ecología de vida silvestre en la Universidad de Florida. Desde ahí, seguía con interés la lucha de Chico Mendes y la situación de los bosques tropicales.

En 1988, los medios de comunicación informaron que el ambientalista Chico Mendes había sido asesinado. Su muerte llevó a que se avivara aún más la defensa de la Amazonía. Desde la ciencia, los investigadores siguieron sumando herramientas para documentar y alertar sobre las consecuencias ambientales y sociales que trae el perder bosques.

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Zonas deforestadas en Hopelchén, Campeche, para instalar campos de cultivo. Foto: Everardo Chablé.

Durante un tiempo, Ellis enfocó su interés científico en estudiar la fauna silvestre; eso cambió cuando conoció la selva de los Tuxtlas, en Veracruz, México. Ahí cayó en cuenta que para conservar a las especies silvestres era necesario usar la ciencia para evitar la expansión de los potreros que le robaban espacio a la zona forestal.

“Ahí surgió mi interés en la integración de los bosques en un paisaje, en un contexto socioambiental”, cuenta en entrevista con Mongabay Latam el doctor Ellis. Fue así que decidió especializarse en recursos forestales y agroforestales. Eso lo llevó a conocer y estudiar el manejo forestal comunitario que desde hace décadas se realiza en México.

Desde hace poco más de 20 años, el doctor Ellis vive en México, donde forma parte del equipo científico del Centro de Investigaciones Tropicales de la Universidad Veracruzana. Es uno de los investigadores que se han especializado en el uso de la geomática —el procesamiento y análisis de información geográficamente referenciada— para documentar cuáles son los impulsores de la pérdida y degradación de los bosques.

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Edward Ellis se ha especializado en el uso de geomática para el manejo de recursos forestales. Foto: Cortesía.

Desde hace, por lo menos, 40 años, la ciencia alerta sobre las consecuencias de la deforestación; el problema en lugar de detenerse se ha incrementado. ¿Cómo ha visto la evolución de la deforestación en nuestro continente y, en especial, en países como México?

¡Sí, desde los ochenta, uno está preocupado con este tema! Se pensaría que después de tanto tiempo ya se tendría que estar manejado mejor o conteniendo en forma más efectiva, pero lo que estamos viendo es que en las últimas dos décadas la deforestación ha repuntado, especialmente en ecosistemas forestales tropicales.

Sí ha habido cambios temporales. Si hubo una disminución a mediados de los noventa y principios de los 2000, debido a una política de conservación que empezó a integrarse en algunos programas de gobierno e iniciativas para controlar la deforestación, como crear áreas de reserva. También hubo una crisis económica en los noventas. Eso ayudó a disminuir la deforestación en ese momento.

Pero lo que se ve también, y esto es algo que se ve en México y en otros países de Latinoamérica, es que los programas de gobierno y los mercados agroindustriales han incidido bastante en incrementar la deforestación.

En el caso de México, la Península Yucatán es un foco rojo.

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Desde la carretera federal Campeche-Mérida a la altura del Poblado de Pomuch, Hecelchakán, Campeche; se puede apreciar como las maquinarias excavan en los cerros como parte de la construcción del tren maya. Foto: Robin Canul.

—¿Cómo se lidia contra la frustración cuando se mira que no se detiene la deforestación, pese a todas las evidencias científicas que muestran lo urgente que es conservar los bosques en el planeta?

Es muy frustrante, especialmente si vemos que desde los ochenta estamos hablando y alertando de este problema y sus consecuencias. Desde los ochenta estamos diciendo que se debe atender este tema. Es frustrante ver cómo sigue y, en especial, mirar lo fuertes que son los impulsores de la deforestación. Porque no es el pequeño productor el que deforesta; en la actualidad, ese no es el factor más grave.

Los impulsores de la deforestación son el turismo, los fraccionamientos inmobiliarios y la parte agropecuaria industrial. Son los que está ganando fuerza y territorio.

A pesar de que es frustrante, uno tiene que seguir investigando, alertando y difundiendo esta información. Ahí entra la parte filosófica y ética que está detrás de hacer ciencia. Tenemos que seguir difundiendo nuestros resultados. Debemos vincularnos y trabajar con otros sectores.

Hay que acercarse a los gobiernos para que integren la sustentabilidad a sus programas, que vean lo importante que es trabajar con científicos y con la academia. Y aunque ya comienza a hacerse, aún no se ven resultados muy positivos.

Por ejemplo, se tiene que valorar el manejo forestal comunitario. Es algo que, incluso, ayuda a la economía de las comunidades, a la economía rural.

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Una de las zonas en el Ejido Playa del Carmen que han sido taladas para abrir paso al tren maya. Foto: Octavio Martínez.

—En lugares como Hopelchén, en Campeche, es evidente la pérdida de selva maya por la expansión que ha tenido la agroindustria en la última décadas. Usted ha estudiado ese municipio y ha documentado que la tasa de deforestación es cinco veces más alta que el promedio nacional.

—Los estudios que se hicieron ahí fueron para documentar los procesos de deforestación, pero también para evaluar que habían detrás de ellos, sobre todo, qué pasaba con la tenencia de tierra y los distintos tipos de usos agropecuarios que se hacen en la zona.

El municipio es un lugar importante para el cultivo de soya, la ganadería y la agroindustria. Además, ahí se dio una migración menonita y compra de tierras ejidales. Se dieron muchos conflictos por la tenencia de tierra y eso estaba asociado con la expansión agroindustrial.

Lo que ahí vimos fue que la expansión del modelo agroindustrial va cambiando los esquemas de tenencia de la tierra, los cuales son muy importantes para la conservación forestal.

Lo que hemos visto es que cuando se rompen los esquemas de propiedad colectiva de la tierra —ejidos y comunidades agrarias—, cuando se empiezan a privatizar incluso hasta las tierras nacionales, también avanza la deforestación.

En el caso de Hopelchén, la deforestación está asociada con la expansión de cultivos, en especial de soya y sorgo. Eso se ha disparado muchísimo.

El estudio que hicimos ahí fue importante porque comprobó, con evidencias, cómo una deforestación tan alta está relacionada con estos cambios en la tenencia de la tierra, con la privatización de las tierras colectivas y con la presencia de la población menonita.

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Agricultura mecanizada que se abre paso y sustituye a la selva maya. Foto: Cortesía Ellis.

—¿Lo que documentaron en Hopelchén se está repitiendo en otras zonas del país?

—Sí, este mismo tipo de proceso que se vio en Hopelchén ya se está viendo en Bacalar, Quintana Roo.

En Bacalar, por ahí de 2010 o 2011, se movieron ahí algunas comunidades menonitas. La manera en que ellos se apropiaron de tierra fue haciéndose ejidatarios. Eso no lo permite la ley, pero lo hicieron. Compraron miles de hectáreas en la zona de Nueva Salamanca, Bacalar. Todo eso que compraron ya está prácticamente deforestado con agricultura mecanizada.

—Comunidades menonitas también están presentes y deforestando la Amazonía en Colombia, Perú y Bolivia. ¿Cómo se tendría que trabajar con estas comunidades para evitar que sigan deforestando?

—Hay un impacto en los ecosistemas tropicales por esta migración y presencia de los menonitas que es muy similar a lo que se está viendo en México. Es importante decir que ellos no son el único actor responsable. Los gobiernos han favorecido mucho esta deforestación con programas que impulsan estos sistemas productivos y, en ese sentido, favoreciendo a estas comunidades.

En Hopelchén, por ejemplo, la producción de soya se ha concentrado en unas cuantas familias menonitas. Cuando ves eso, miras que los programas gubernamentales que han impulsado estos cultivos no han logrado combatir la pobreza ni terminar con la desigualdad en la economía regional. Eso también se está viendo en otros países.

Es importante que se entre a trabajar con los menonitas, porque su forma de ver las cosas es muy de negocios, muy económica, de trabajo y de comercio. Desafortunadamente no hay muchos estudios antropológicos que nos ayuden a entenderlos más.

En mi experiencia, dando talleres y trabajando con menonitas en Hopelchén, encontré que pueden tener interés en conservar la naturaleza, especialmente si eso, de alguna manera, representa un ingreso económico.

Creo que sí se podría trabajar con ellos en, por ejemplo, mejorar sus sistemas agrícolas.

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Campos menonitas en Perú. Foto: Sebastián Castañeda.

—La situación que vivimos como planeta muestra que mirar todo desde la perspectiva del negocio tiene graves consecuencias ambientales y sociales.

—Por esta visión de negocio ha sido muy difícil combatir el cambio climático, implementar medidas necesarias de mitigación y adaptación. Ha ido muy lento, porque es muy difícil romper esa barrera y tratar de trabajar con los sectores que más impacto están teniendo, como la ganadería y la agricultura mecanizada. El reto es trabajar con estos sectores que están impactando más.

Se tiene mucho que aprender, por ejemplo, de las comunidades que hacen manejo forestal, porque ellas han logrado aprovechar los bosques y conservarlos. Ellos están almacenando carbono y reducen emisiones, por lo que hay que compensarlos. Ellos están haciendo un trabajo que debe ser compensado.

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Vista aérea de una zona de la selva maya. Foto: Cortesía Ellis.

—¿Qué condiciones permitieron que el manejo forestal comunitario se originara y desarrollara en México?

—Una de las principales razones es la tenencia de la tierra. El sistema ejidal y de comunidades agrarias ha sido básico para poder llevar a cabo el manejo forestal comunitario. Este esquema de tenencia de la tierra que surgió con la reforma agraria, esta forma de gobernanza del territorio, facilitó que se desarrollara el manejo comunitario del bosque.

Hay que recordar que el manejo forestal comunitario es algo moderno, empieza a finales de los setentas y en los ochentas; la tenencia de la tierra tiene más tiempo. Gracias a que ya existía eso, es que los ejidos pudieron organizarse y defender el derecho de manejar ese territorio forestal bajo sus términos y con mayores beneficios para ellos.

En la actualidad, el país tiene una larga trayectoria en el manejo forestal comunitario. México ha servido como un modelo global, tanto en sistemas forestales tropicales, como en templados. Es el más avanzado a nivel global.

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Aprovechamiento maderable en la selva maya. Foto: Cortesía Ellis.

—¿El manejo forestal comunitario es una herramienta para detener la deforestación y combatir el cambio climático que no se aprecia como se debería?
—Las investigaciones demuestran que el manejo forestal comunitario ha sido una de las principales fuerzas que han permitido mantener la cobertura forestal en México.

El manejo forestal comunitario es ganar-ganar. En México se ha demostrado que es un modelo que funciona. Ahí están los casos exitosos en varias comunidades del país. Hay mucha oportunidad de extender el manejo forestal comunitario, porque hoy está subutilizado. Pero también hay retos que se deben atender.

¿Cuáles son estos retos?

—Básicamente es la parte de los mercados y las limitantes silvícolas. La naturaleza solo te puede dar tanto y eso hay que tomarlo en cuenta para aprovechar en forma sostenible. El aprovechamiento de madera está muy ligado a los mercados y no a la silvicultura.

Otra parte es que las comunidades puedan mejorar su integración en las etapas de procesamiento de la madera e ingresar a mercados más fuertes.

Se necesita una industria forestal comunitaria más fortalecida, sobre todo en el procesamiento, en las cadenas de custodia y de todo el mercado forestal. Que las comunidades tengan más participación y control en todos los procesos. Eso permitiría tener más beneficios económicos para las comunidades y no para los intermediarios. Eso ayudaría a que las comunidades tengan más incentivos para hacer manejo forestal, porque no es algo fácil, se necesita inversión y mucho trabajo.

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Bosque tropical en Quintana Roo, manejado por la comunidad. Foto: Thelma Gómez Durán.

Pareciera que, en estos momentos, cuando es urgente fortalecer a las comunidades forestales, se les debilita con la privatización de las tierras ejidales y los pocos apoyos gubernamentales que hay para sus proyectos.

Es muy irónico ver las nuevas políticas públicas relacionadas con el desarrollo rural, el desarrollo forestal y lo agropecuario. Uno encuentra que sí hay un enfoque de mejorar las condiciones en las comunidades, que sí está el impulso de reducir la pobreza. Sin embargo, es muy contradictorio, porque no hay inversión en las comunidades forestales que, en muchos casos, han probado ser exitosas. Por el contrario, lo que se tiene es un programa como Sembrando Vida que nada tiene que ver con promover el manejo forestal, el manejo de los bosques naturales; un programa que tiene prácticas que en algunos casos no son las ideales en términos ambientales y culturales.

Es irónico de que en el lenguaje del gobierno se habla de integrar los conocimientos indígenas, pero estos programas no están integrando ese conocimiento; sobre todo porque están implementando la siembra de especies que no son las tradicionales. Esto lo hemos visto en lugares como Veracruz. En Campeche, por ejemplo, las comunidades han deforestado para poder entrar a Sembrando Vida.

De nuevo se repite esta historia de políticas públicas que quizás tienen buenas intenciones, pero están mal aplicadas, mal implementadas.

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Áreas taladas ilegalmente para hacer extracción de tierra en Maxcanú, Yucatán. Foto: Cortesía Alianza Maya para las Abejas Kaabnalo’on.

—En sus estudios sobre deforestación, las herramientas de la geomática han sido muy importantes. ¿En qué estudios las está utilizando ahora?

—Estamos aplicando estas herramientas para modelar biomasa. Más allá de la deforestación, nos interesa conocer los procesos de degradación forestal que son mucho más sutiles y difíciles de detectar, porque ahí no observamos una pérdida de cobertura, pero sí una pérdida en la densidad forestal y en su composición. Estamos usando imágenes satelitales para poder detectar cambios más sutiles de degradación.

Hay mucho potencial en la geomática para monitorear los bosques. Este campo ya no es exclusivo de los investigadores. Hace 20 o 30 años, conseguir imágenes o tener datos climáticos, de inventarios o de suelos era mucho más difícil. Ahora, esos datos ya están en internet y son de muchas fuentes.

Por ejemplo, además de monitorear la condición de un bosque, estas herramientas también sirven para mejorar el manejo forestal. Ahora estamos trabajando en cómo aplicar la geomática en la planeación del manejo forestal y ayudar a reducir impactos innecesarios. Estamos viendo cómo integrar esto en la capacitación de técnicos forestales y ejidatarios.

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El investigador realiza mediciones en una zona de la selva maya. Foto: Cortesía Ellis.

—¿Cuáles son las consecuencias de la degradación forestal?

—En el sur de Quintana Roo lo que vimos es que la degradaciones, en magnitud, es peor que la deforestación. Si se compara con la superficie que se deforesta, casi el doble se está degradando.

Los procesos de degradación están muy asociados con los procesos de deforestación. Esto lo estamos comprobando con un estudio que está realizando otro investigador. Lo que estamos viendo es que el método de roza, tumba y quema que se utiliza en las milpas no provoca un proceso de degradación en biomasa tan intenso como el que se mira con la deforestación vinculada a los potreros y la agricultura mecanizada.

No estamos diciendo que en áreas de roza, tumba y quema no exista degradación, lo que vemos es que ahí se ve una cobertura forestal más dinámica y una biomasa estable.

En los trabajos que estamos haciendo se ve claramente que en las zonas de milpa tradicional existe un balance en su huella de carbono; es decir, no se ve que exista una pérdida o ganancia mayor de cobertura forestal. Pero en las zonas en donde hay agricultura mecanizada y ganadería si observamos una pérdida de biomasa y aumento de emisiones.

También estamos confirmando los beneficios del manejo forestal, porque en las áreas en donde hubo tala selectiva (manejo forestal) no se vio mucha diferencia en los cambios de la biomasa de esa zona, comparada con áreas destinadas a la conservación voluntaria de los ejidos, que son zonas que no se tocan.

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Hopelchén, Campeche. Desmonte y quema de la selva. Foto: Franz López.

— ¿Lo que la ciencia está encontrando con estas herramientas es que es necesario aprender de los conocimientos de las comunidades indígenas para tener sistemas equilibrados y sanos?

—Definitivamente. El conocimiento tradicional se debe integrar en las estrategias de conservación del gobierno y de organizaciones no gubernamentales. Además de tener en cuenta la parte científica y técnica, que sí ayuda mucho, es sumamente importante vincular esto con el conocimiento tradicional. Y viceversa, el conocimiento tradicional gana mucho al incorporar las técnica y la ciencia.

Este texto fue publicado originalmente en Mongabay. Puedes consultarlo aquí

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