‘No, no me toques’, una respuesta común tras la pandemia
Foto: Nadine Shaabana/Unsplash.com

Por Elkin Luis/Universidad de Navarra

Nueve meses después del comienzo del estado de alarma, de zambullirnos en informaciones sobre el Covid-19, comenzamos a escuchar el término hafefobia. También conocido como quiraptofobia, afenfosfobia o tixofobia, hace referencia a un miedo persistente, excesivo y poco realista a ser tocado.

Aunque el concepto parece novedoso, no lo es. Ya era común en las personas que han experimentado algún tipo de abuso sexual.

Quienes sufren hafefobia evitan cualquier situación social que suponga ser tocado. Cuando no es posible, son presa de la ansiedad y la angustia.

Esta fobia está relacionada con otros trastornos en los que predomina la ansiedad. Es el caso de la misofobia (miedo a los gérmenes) o la oclofobia (miedo a las multitudes). También del trastorno obsesivo compulsivo (TOC), el estrés postraumático (PTSD) o el de ansiedad generalizada (TAG).

Contexto y relación con el interlocutor

Existen estudios que sugieren que el contacto físico está determinado por el contexto en el que sucede una relación interpersonal. También por la percepción de lo íntima que se asume esta. Es decir, en general, nos sentimos cómodos con el contacto físico de alguien con quien consideramos tener un vínculo afectivo significativo.

Este lazo nos permite interpretar las situaciones en las que nos vemos inmersos. Cuando observamos a una persona, tratamos de descifrar sus gestos y nos planteamos diferentes cuestiones. Entre otras, su identidad, intenciones, si es o no de confianza. Ahora, además, si cumple las “normas Covid-19”.

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Al contestarnos, nuestro pensamiento repercute en nuestra conducta. Esto hace que respondamos dependiendo del grado de confianza que decidimos otorgar a la persona y de la curiosidad que sentimos en conocer más de ella.

Es el pensamiento el que controla el estímulo y no al revés, en este caso. Algo fundamental en un contexto de Covid-normalidad, que marca una forma diferente de relación interpersonal, limitando el contacto físico.

Relaciones personales en tiempos de Covid-19

La singularidad de la crisis sanitaria no solo radica en la del agente SARS-CoV-2. También en lo extraño y cambiante de las formas en las que nos relacionamos.

Durante estos meses de pandemia nos han ido surgiendo más y más preguntas que determinan la forma en la que interactuamos.

¿Cuándo saldremos del confinamiento? ¿Hasta cuándo deberemos usar la mascarilla? ¿Qué es un contacto estrecho? ¿Podremos seguir trabajando? ¿Cuándo saldrá la vacuna? ¿Servirá esta para las diferentes cepas? Cuestiones que suponen una interminable incertidumbre.

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Asimismo, han sido innumerables los cambios en el comportamiento que hemos tenido que hacer en tan poco tiempo.

El cambio, en cualquier forma, es inicialmente amenazante. Perturba el equilibrio y siembra inseguridad. La inestabilidad originada tras el Covid también compulsiva, desagradable y nos introduce en una realidad imprevista.

Las personas con hafefobia experimentan la interminable incertidumbre y la realidad imprevista con un malestar de mayor intensidad que la población en general.

La dificultad de adaptación a nuevos hábitos

Que las actuales circunstancias obliguen a adquirir nuevos comportamientos para reducir el contagio requiere de atención plena y de nuevos hábitos.

Los recientes y forzados cambios en nuestro comportamiento (distanciamiento social, uso de mascarilla, prácticas de higiene, evitar grandes reuniones…) pueden iniciar un círculo vicioso de malestar, miedo y ansiedad en la población. Esto se hace mucho más grave en estos pacientes.

Inculcar nuevas rutinas y evitar determinadas prácticas (no tocarse la cara, no saludar al otro con la mano o no tocarle o abrazarle) requiere la reprogramación de un hábito. La dificultad de adquirir tales cambios en un lapso corto de tiempo crea más miedo y ansiedad.

Por ello, las personas tienden a entrar en pánico y perder el control. Esto las hace más susceptibles al desarrollo de hafefobia. También de otros miedos específicos o trastornos psicológicos relacionados con la ansiedad.

La situación se agrava en un contexto de exceso de información. A veces, precisa; pero otras no tanto. Supone el caldo de cultivo perfecto para el desarrollo de pensamientos distorsionados, lo que lleva a la percepción de amenaza de intensidad poco realista.

¿Cuáles son los síntomas de la hafefobia?

Entre los síntomas de la hafefobia se encuentran el miedo y los pensamientos irracionales. También la poca concentración, las taquicardias, la hiperventilación, la sudoración y la sensación de mareo.

El hecho de que estos sean generalmente automáticos e incontrolables hace que quienes los sufren piensen que se apoderan de ellos. Con frecuencia supone que se tomen medidas extremas para evitar la situación temida: ser tocado.

Esto se conoce como comportamientos de “seguridad” o “evitación”. Lo que consigue reforzar la fobia en lugar de resolverla.

Según sea el nivel de miedo, la severidad de los síntomas varía. Con el tiempo, pueden normalizarse y aceptarse como creencias limitantes para la persona. Sin embargo, en algunos casos la hafefobia puede empeorar, según se desarrollan comportamientos y rutinas de seguridad cada vez más sofisticados.

Hay quienes pueden generar confianza para superar sus reacciones con una o dos personas específicas durante un largo período de tiempo. Otros pueden permanecer incómodos con cualquier forma de contacto. También pueden tolerarlo, si son ellos quien lo inician o si dan permiso expreso a otra persona para hacerlo.

Si este miedo persiste durante más de 6 meses, conduce a una evitación intensa de situaciones cotidianas y se interpone en la vida personal o laboral, se recomienda buscar ayuda psicológica.

Por fortuna, las fobias específicas responden muy bien al tratamiento psicoterapéutico, en algunos casos combinado con medicamentos antidepresivos o betabloqueantes. El uso de mecanismos de afrontamiento entrenados en terapia ayuda a reducir el impacto de la hafefobia en la vida cotidiana y facilita su superación a largo plazo.

*Elkin Luis, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología, Universidad de Navarra

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Consulta el original.

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