Es tiempo de conocer algunas verdades sobre la deforestación
Isla de Bioko, Guinea Ecuatorial. "En gran parte de África occidental, la cubierta forestal aumentó a lo largo del siglo XX". Fotografía: Alamy Stock Photo

Para prevenir futuras pandemias, debemos detener la deforestación y terminar con el comercio ilegal de vida salvaje. ¿Estás de acuerdo? Por supuesto que sí, porque ¿qué incomoda de esto? La responsabilidad la tiene otro malvado. La pregunta es, ¿estas cosas resolverán el problema? La respuesta es, probablemente no. Ayudarán, pero hay otro problema, potencialmente más grande, más cerca de casa: el uso del norte global de recursos naturales, especialmente su dependencia en ganado

El cuento de que las epidemias son castigos por alterar el orden natural de las cosas no es nuevo. Pero es un giro peculiarmente nuevo, y postcolonial, imaginar que la fuente de esta alteración está lejos de la mayoría de nosotros. Las partes del mundo deforestadas, hasta hace poco, coinciden convenientemente con las partes más pobres. Resulta que esta narrativa puede interferir con nuestros intentos de protegernos de nuevas enfermedades, así como los esfuerzos de combatir el cambio climático y la erosión de la biodiversidad. 

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Como el historiador ambiental francés Guillaume Blanc discute en un nuevo libro que todavía no se traduce al inglés, L‘invention du colonialisme vert (La invención del colonialismo verde), la idea de que África estuvo alguna vez cubierta por un vasto bosque es un mito de los colonialistas de principios del Siglo XX. En un periodo de varios millones de años, la cubierta de árboles aumentaba y se desvanecía mientras el clima se calentaba y enfriaba. Después de que llegaron los humanos, ellos quitaron algunos árboles y plantaron otros, tantos que para cuando Denys Finch llevó a Karen Moth por un paseo en su Gipsy Moth, una escena inmortalizada en la película de 1985 de Sydney Pollack Out of Africa, los paisajes de Kenia por los que pasaron estaban muy esculpidos por humanos. 

Desde los 1930s, los colonialistas crearon parques nacionales para proteger los bosques de los locales que supuestamente los destruían mientras sus poblaciones crecían. Pero la hipocresía es de doble calibre, porque fueron los colonialistas los responsables de la destrucción a gran escala. Entre 1850 y 1920, en África y en Asia, los europeos y sus descendientes talaron 95 millones de hectáreas de bosque para hacer lugar para sus granjas, entre cuatro y cinco veces más de lo que se destruyó en el siglo anterior. 

El mito del bosque desaparecido persiste. Como el historiador ambiental estadounidense James MCann mostró, la reconocida lucha que hasta ganó un Nobel, del ex vicepresidente de EU Al Gore para alertar al mundo del cambio climático, en parte a través de su libro de 1992 Earth in the Balance, tomó estadísticas espurias de que la selva de Etiopía se redujo del 40% en los cincuentas a 1% en los noventas (Etiopía nunca se colonizó). La cifra de 40% se basa en estimados adivinados de europeos en los sesentas. Nunca se ha conducido un estudio sistemático de los bosques de ese país. En gran parte del oeste de África, mientras tanto, los antropólogos británicos Melissa Leach y James Fairhead demostraron que la cubierta forestal aumentó en el curso del Siglo XX. En Asia, también, las investigaciones ponen en duda el vínculo asumido entre el aumento de la población local y la deforestación

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El mito es tan poderoso, que simplemente aceptamos las inconsistencias que salen de él. El hecho de que, por ejemplo, la huella de carbono de un turista del norte global que viaja a un parque nacional de África o Asia sea más pequeña que la de un granjero local que se mueve a pie y no usa electricidad. Aunque no hay evidencia de destrucción significativa de los humanos hacia la flora y fauna africana hasta la llegada de los colonizadores, internalizamos su definición de cazadores “buenos” y “malos”. Cuando Thomas Cholmondeley, descendiente de una conocida familia blanca colonizadora de Kenia, fue sentenciado por el homicidio involuntario en 2006 de Robert Njoya, muchos periodistas observaron que el pasado colonizador de gran Bretaña estuvo en el juzgado con él, pero pocos cuestionaron su descripción de él mismo como un cazador deportivo y conservacionista, mientras que Njoya, un hombre negro, era un “cazador furtivo”. 

La conservación y la sobreexplotación de los recursos del mundo nacieron en la misma fecha y hora, alega Blanc. En Europa durante la Revolución Industrial, y proceden en paralelo desde entonces. Las dos nacen de la búsqueda europea del Edén después de destruirlo en casa. El mito de ese otro Edén regresó a vengarse, ahora nos encontramos en medio de una pandemia. 

Sabemos que la intensidad mayor del contacto de humanos-animales acelera la emergencia de nuevas enfermedades humanas de origen animal, algunas de las cuales tienen potencial pandémico y sabemos que en muchas ocasiones, incluídos los coronavirus, el virus nos llega de un murciélago salvaje o roedor (la reserva natural) por un animal de granja (el huésped intermedio). Culpamos al comercio de vida salvaje, a los cazadores malos, y a la deforestación por aumentar los encuentros entre humanos y reservas naturales, pero no decimos nada del puente. El elefante, o más bien la vaca, camello o civeta en la habitación, es el ganado. 

Aquí es donde la autodecepción se convierte en cinismo, porque los negocios de ganado a nivel industrial, muchos de los que se encuentran en el norte global, saben muy bien el riesgo que representan, por eso tienen vigilancia en sus rebaños para patógenos nuevos. Hasta ahora, son mejores para eso en EU y Europa que en China. Pero en todo el mundo, esos negocios empujan a sus contrapartes más pequeñas más cerca del bosque. A veces también sacan del negocio a granjeros más pequeños hacia el comercio de vida salvaje. 

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La deforestación es real, en algunos lugares, pero el capital y la mentalidad que hacen que suceda pueden rastrearse hasta el norte global, como sucedía hace un siglo. El problema es nuestro consumo rapaz, y eso aplica al cambio climático y a la pérdida de biodiversidad también. El sur global está muy consciente de esto. Por eso tomaron 20 desde la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro para formar una organización internacional para enfocarse en el problema de la biodiversidad. El norte y el sur se peleaban sobre los valores de quién debería dominar la agenda de conservación. Por eso también hay una lucha sobre la propiedad de los recursos genéticos del mundo. 

Algunas veces, como Blanc dice, el sur hace que la hipocresía del norte trabaje, como el caso de los gobiernos africanos que tratan los parques nacionales como vacas de dinero. Pero no engañan a nadie. De la ayuda a la conservación, el sur sabe que tiene que cuidarse del complejo del salvador blanco, por la verdad fea que esconde. 

Encontrar soluciones para nuestros problemas genuinos será muy difícil, pero el proceso tiene que comenzar con el reconocimiento de que la naturaleza es un gran ovillo interconectado, en el que los que estamos en el norte global formamos una parte, y que somos los que actualmente lo deforman. No todos somos blancos, y podemos discutir en dónde comienza y termina el norte global, pero si una norteña escribe esto, y cita a otro norteño llamado, apropiadamente Monsieur Blanc, es porque es nuestro mito lo que enferma al mundo, y debemos desmentirlo. 

Laura Spinney es una autora y periodista de ciencia. Su último libro es Pale Rider: The Spanish Flu of 1918 and How it Changed the World.

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