El ‘cisne negro’ del Covid nos muestra qué tan frágil es nuestro mundo
Foto: EFE

Hay tres características para un evento “cisne negro”: singularidad, impacto extremo y previsibilidad retrospectiva. Con el beneficio de la retrospección siempre es fácil ver las señales de alarma de una catástrofe inminente, pero vemos pocas en el momento. 

La crisis financiera de 2008 fue un ejemplo de cisne negro, y el Covid-19 es uno mejor. A estas alturas del año, los economistas suelen hacer predicciones de lo que puede suceder en los siguientes 12 meses. Algunos se salen de lo común y hacen pronósticos absurdos de eventos con poca probabilidad de suceder. 

Basta decir que ninguna bola de cristal adivinó hace un año que la navidad del 2020 se prohibiría por órdenes del gobierno, que los pubs estarían cerrados y que los partidos de futbol de la Premier League se jugarían en estadios sin espectadores. Nadie dijo que en 2020 habría una plaga que provocaría más de 1.8 millones de muertes globales y  la contracción anual más grande de la economía del Reino Unido desde la Gran Helada de 1709. 

El fracaso colectivo de anticipar una variante del coronavirus que se detectó en China a finales de 2019 sugiere que todos debemos ser más cuidadosos al hacer declaraciones fuertes de lo que puede suceder después. Tal vez, como las bolsas financieras señalan, los programas de vacunación masiva permitirán que la vida regrese a algo parecido a lo normal a mediados del año. Es posible que el 2020 se registre en los libros de historia como algo extraño, una aberración que no significó nada. Vale la pena recordar lo poco que todo cambió, a pesar de las confiadas predicciones de que habría un desplazamiento político hacia la izquierda, como resultado de la casi implosión del sistema de banca mundial en 2008. 

También lee: Optimismo para un año nuevo: razones para tener esperanzas en 2021

Hay razones para pensar que 2020 será diferente y eventualmente se considerará uno de esos años, como 1789 y 1914, que fueron puntos de cambio. Una es que la pandemia aceleró el cambio tecnológico que ya venía sucediendo porque el distanciamiento social y los confinamientos nos hicieron hacer  más cosas desde casa a través de una computadora o teléfono móvil. La gente navegó más en internet. Se mantuvo en contacto con sus amigos de manera remota. Compró en línea.  El resultado es que la transformación digital de las economías se aceleró. Las compañías que ya eran poderosas como Google, Amazon, Facebook, vieron fortalecida su dominancia del mercado. El trabajo desde casa ha sido terrible para el sector de las propiedades comerciales, pero muy bueno para Zoom.

También lee: Crudas, corazones rotos, juntas horribles: ¿por qué necesitamos a ‘nuestras esposas del trabajo’?

Durante años, se ha hablado de que la biotecnología formaría parte de una cuarta revolución industrial. Su respuesta a la pandemia ha demostrado que no sólo es una moda. Resulta sorprendente la velocidad con la que se desarrollaron y produjeron las vacunas. La secuencia genómica ha hecho posible identificar las mutaciones del coronavirus.

Aunado al cambio tecnológico acelerado, se ha dado un cambio hacia estados más grandes, que han gastado más, se han endeudado todavía más y han manipulado a la gente todavía más. Antes de la crisis, Rishi Sunat esperaba pedir cerca de 1.623 mil millones de pesos en el año financiero. Pero será afortunado si la cifra no llega a más de 10, 822 mil millones de pesos. En realidad, el canciller, junto con otros ministros de finanzas no ha tenido otra oportunidad. Los gobiernos tomaron decisiones deliberadas para cerrar grandes pedazos de la economía y en consecuencia tuvieron que tomar medidas sin precedente para prevenir el desempleo masivo y la destitución. Sunat habla mucho de que tiene el deber moral de balancear el presupuesto pero es un canciller de hierro poco convincente.

Algunos gobiernos han tenido mejores crisis que otros. Resulta irónico que el país que regaló el Covid-19 al mundo es ahora la única economía importante que registra crecimiento positivo este año. Los países vecinos como Taiwán, Corea del Sur y Vietnam estaban mejor preparados para la pandemia que Europa o EU. Durante las últimas décadas se ha visto un cambio en la balanza de poder del mundo del oeste al este, y la tendencia continúa. EU termina un poco debilitado el 2020, China relativamente más fuerte. La línea dura de Donald Trump hacia China no se va a suavizar mucho cuando Joe Biden llegue a la Casa Blanca este mes.

La historia de la globalización de las últimas tres décadas ha sido la de los países desarrollados que reparten la producción a lugares en donde la mano de obra es más barata. Cuando empezó la crisis no fue muy astuto depender de China para el equipo de protección y equipo médico. Se reconoce ahora que hay un precio que pagar por las cadenas largas y complejas de la oferta, y también para los modelos económicos que no cuidan la sustentabilidad. En el pasado, las recesiones profundas aplastaban los temas ecológicos y mantenían la jerarquía de lo político, pero ahora las cosas han sido diferentes.  Con cierta razón la idea es que en 2008 la emergencia fue económica y en 2020 médica, la siguiente ocasión, porque queda claro que habrá otra ocasión, la emergencia podría ser climática.

También lee: Al descubierto: Sospechan que China espió a estadounidenses a través de redes celulares en El Caribe

Resulta comprensible que la gente anhela regresar a la normalidad y cuando la lucha contra el Covid-19 termine la gente va a disfrutar hacer las mismas cosas que hacía cuando los confinamientos y el distanciamiento social no lo impedían. Las tiendas de lujo van a regresar. Será difícil encontrar lugares en los restaurantes. Las aerolíneas de bajo costo funcionarán a toda su capacidad. A corto plazo todo será como antes.

Pero el Covid-19 nos ha obligado a reflexionar sobre la forma en la que trabajamos, en cómo compramos, en el papel del gobierno, en cómo funciona la economía a nivel nacional e internacional. Sobre todo, nos ha demostrado que todo es muy frágil. 

Síguenos en

Google News
Flipboard