¿Cuánto vale un elefante? Conoce a los ecologistas que hacen las sumas
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En 1996, el profesor Shahid Naeem era parte de un equipo de investigadores que se propuso valorar la Tierra. Específicamente, querían establecer el valor en dólares de todos los “servicios ecosistémicos” que el planeta brinda a los humanos cada año. Alrededor de 33 billones de dólares, concluyeron, casi el doble del PIB mundial en ese momento.

“El equipo era mitad ecologistas y mitad economistas. Los ecologistas encontraron el ejercicio realmente aterrador, pero entendieron su utilidad. Los economistas sentían que la naturaleza podía valorarse, pero no estaban de acuerdo sobre cómo se podía hacer”, dice Naeem.

El valor financiero de los servicios de los ecosistemas está en el corazón de gran parte de la conservación del siglo XXI, y guía cada vez más la toma de decisiones económicas y las políticas gubernamentales. Estuvo en la agenda de Davos en las discusiones sobre la protección de la Amazonia y la recuperación económica posterior al Covid , y es probable que sea un tema central en las discusiones de la ONU sobre un acuerdo similar al de París sobre la biodiversidad que se negociará en Kunming, China este año.

Más de la mitad del PIB mundial, 42 billones, depende de una biodiversidad de alto funcionamiento, según la firma de seguros Swiss Re. El “capital natural” que sustenta la vida humana parece destinado a convertirse en una clase de activos de 1 billón de dólares: el efecto de enfriamiento de los bosques, las facilidades de prevención de inundaciones de los humedales y la capacidad de producción de alimentos de los océanos entendidos como servicios con un valor financiero definido. Los animales también.

Los servicios de los elefantes del bosque tienen un valor de 1.75 millones de dólares por cada animal, estimó Ralph Chamihas del Fondo Monetario Internacional; más de los 40,000 que un cazador furtivo podría obtener por dispararle al mamífero por su marfil. Las ballenas valen un poco más en más de 2 millones, calcula, debido a su potencial “sorprendente” de captura de carbono y, por lo tanto, merecen una mejor protección.

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Es una forma muy controvertida de pensar en la naturaleza y Naeem, profesor de ecología en la Universidad de Columbia, a menudo se basa en el humor para explicarlo. No significa que los hongos estén a punto de sindicalizarse y cobrar a los humanos por los servicios de descomposición, me asegura. Aunque, si lo hicieran, saldría caro. Estaríamos en un problema aún mayor si los árboles comenzaran a cobrarnos por el(oxígeno. Realmente, dice, los servicios de los ecosistemas están destinados a ayudarnos a comprender que las plantas, los animales y los ecosistemas intactos valen más para los humanos vivos que muertos.

“Hay que darse cuenta de que las personas valorarán los servicios de los ecosistemas, nos guste o no. Dirán: ‘Si cambiamos el Pantanal en Brasil [el humedal tropical más grande del mundo) por ganado, este es el dinero que ganaremos’. Nuestro trabajo es explicar que no es así como debe ser. Tienes que incluir todas estas otras cosas que hace el Pantanal, no solo la producción de carne de res”, dijo, previo a su participación en un evento del Foro Global de Paisajes en octubre pasado.

Algunos ambientalistas se estremecen ante la categorización financiera del mundo natural. Ellos esa comprensión antropocéntrica de los ecosistemas y organismos como capital que genera valor de lo bien que “sirven” a la humanidad. El redactor de The Guardian, George Monbiot, dice que ese enfoque es “moralmente incorrecto, intelectualmente vacío, emocionalmente alienante y contraproducente”. A otros les disgusta la lógica seductora de incluir el daño ambiental de comer una hamburguesa de ternera o conducir un automóvil de gasolina en sus costos “verdaderos”, incluida la deforestación y el derretimiento de los glaciares.

Pero la capitalización de la naturaleza en los sectores público y privado no va a desaparecer. Larry Fink, director ejecutivo de BlackRock, el gestor de activos más grande del mundo, advirtió a los inversores a principios de 2020 que los mercados están “al borde de una remodelación fundamental de las finanzas” definida por la crisis climática y el medio ambiente, un cambio que, advierte en su mensaje de 2021, está sucediendo más rápido de lo esperado. Las naciones ricas podrían pagar a los países con biodiversidad miles de millones de libras por los servicios ambientales del Amazonas, las islas Galápagos y otros ecosistemas que sustentan la vida como parte del anticipado acuerdo de Kunming. La revisión de Dasgupta, una evaluación exhaustiva sobre la economía de la biodiversidad encargada por el gobierno del Reino Unido, se publicará en breve, evaluando la acción monetaria sobre el medio ambiente.

Sin embargo, las preguntas sobre cuál es el precio correcto para la naturaleza, si un ecosistema puede representarse con precisión mediante modelos financieros y cómo las métricas pueden integrarse en los mercados existentes siguen sin respuesta.

Poner precio a la naturaleza

Los mercados de carbono son el ejemplo más destacado de la inclusión de la naturaleza en las finanzas. Aunque los diseños del mercado varían, se espera que las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) disminuyan a medida que aumenten los precios del carbono y aumente la demanda por compensar las emisiones. Con ello, se asegura que los contaminadores paguen el costo “real” de la quema de combustibles fósiles y otras actividades generadoras de GEI. Con el tiempo, una gran parte de los bosques, turberas y suelos del mundo podrían convertirse en valiosos activos de capital natural por sus propiedades de captura de carbono. El exgobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, ha dicho que el mercado global de compensación voluntaria de emisiones debe crecer a 100 mil millones al año para ayudar al mundo a alcanzar la meta de cero emisiones.

Pocos han jugado un papel más influyente que Carney en el lento despertar ambiental de la City de Londres y Wall Street. Ahora, como enviado especial de la ONU para el clima para la Cop26 en Glasgow, ha pedido que el pago de ejecutivos para los principales banqueros esté vinculado a los objetivos del Acuerdo de París. Su grupo de trabajo sobre la divulgación obligatoria de riesgos climáticos para empresas e inversores, lanzado con Michael Bloomberg en 2015, podría formar la base de las regulaciones ambientales en los principales mercados. Pero Carney tiene claro que la acción sobre el clima se trata tanto de prevenir una crisis financiera como de proteger el planeta.

“Si algunas empresas e industrias no se ajustan a este nuevo mundo, dejarán de existir”, escribió en The Guardian en abril de 2019.

The Wall Street Journal estima que en 2020 las compañías de petróleo y gas en América del Norte y Europa amortizaron aproximadamente 145 mil millones de dólares en activos. Los precios más bajos del petróleo simplemente hicieron que muchos proyectos planificados desde el Ártico hasta Brasil fueran financieramente inviables: “activos varados” que no tienen cabida en un futuro con bajas emisiones de carbono. La caída del sector de los combustibles fósiles, que alguna vez contó con algunas de las empresas más valiosas, se ha producido sin una regulación ambiental y de fijación de precios del carbono efectivos.

“Paa mí, los combustibles fósiles ya terminaron ”, dijo el experto de CNBC Jim Cramer, presentador de Mad Money, a sus televidentes en febrero del año pasado. Se esperan más desinversiones, especialmente después de la Cop26, donde el Reino Unido espera que los países asuman grandes compromisos sobre finanzas y la crisis climática.

Aún así, quedan enormes desafíos más allá de la simple lógica de entrada y salida de carbono para crear instituciones financieras más sostenibles para el clima. Los economistas Katie Kedward y Josh Ryan-Collins, junto con el investigador Hugues Chenet del Instituto de Innovación y Propósito Público de la University College London, argumentan que es probable que los cálculos de los riesgos financieros existentes relacionados con el clima sean grandes subestimaciones sin la inclusión de la naturaleza. Luego está la cuestión de si las complejidades de un ecosistema o el verdadero costo económico de destruirlo pueden alguna vez representarse con precisión mediante un modelo financiero.

¿Cuáles son las consecuencias económicas de la deforestación total de la selva amazónica, la erradicación global de insectos o la desertificación total de la región mediterránea? ¿120 mil millones de dólares? ¿5.5 billones? ¿Son estos números significativos? ¿Quién lo paga? ¿Seremos capaces de seguir el ejemplo del litigio climático y demandar por la destrucción de la naturaleza?

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Estas son preguntas planteadas por un número creciente de expertos financieros, incluido Sylvain Vanston, director de Cambio Climático y Biodiversidad de la aseguradora francesa Axa. En los últimos años, las advertencias de los científicos sobre extinciones masivas y crisis de los ecosistemas han ido acompañadas de severas advertencias para bancos e inversores. En su Informe de Riesgos Globales 2021 , el Foro Económico Mundial calificó la pérdida de biodiversidad como el cuarto riesgo más impactante y el quinto más probable en los próximos años.

“Cuando comienzas a investigar la pérdida de biodiversidad, te preocupas incluso más que cuando observas el cambio climático”, dice Vanston.

En septiembre, Axa anunció una asociación con Iceberg Data Lab para desarrollar el primer conjunto de herramientas que los inversores pueden utilizar para medir los riesgos para la biodiversidad y la naturaleza a través de sus actividades. Usando geoetiquetado y la media  de la abundancia de las especies, un indicador de cuán vivo está un lugar, Vanston espera que la herramienta ayude a los financieros a identificar actividades que dañan el medio ambiente y comprender mejor los riesgos específicos de las empresas.

“Desde el punto de vista empresarial, un árbol muerto vale más que un árbol vivo. Explotar y destruir la naturaleza te hace obtener beneficios más inmediatos que protegerla. Pero cuando la naturaleza colapsa, regiones enteras y sectores enteros pueden quedarse varados”, dice Vanston.

“Hemos visto muchos informes sobre el estado de la naturaleza. Pero lo que nos faltaba es esta pieza del rompecabezas: cómo vincular la degradación de la naturaleza a empresas específicas, y luego a sectores, y luego a carteras. Si no podemos conectarlos, no hay mucho que podamos hacer. Así que, con suerte, durante los próximos tres años, perfeccionaremos este enfoque”.

Con el tiempo, los gobiernos podría desarrollar y ordenar métricas similares, desde la banca de inversión hasta los mercados de bonos, lo que obligaría a incluir la naturaleza en todas las decisiones financieras importantes.

Impacto en el bienestar humano

En 2014, investigadores dirigidos por el economista ecológico Robert Costanza actualizaron la valoración de 1997 de los servicios de los ecosistemas de la Tierra. Se estimó que ahora valían 125 billones de dólares al año. Pero el estudio encontró que el cambio de uso de la tierra había provocado una pérdida anual de entre 4.3 billones y 20.2 billones entre 1997 y 2011. El equipo también dijo que darle a la naturaleza un valor económico no significaba que debería ser tratada como un bien privado, sino ayudar a comunicarse su valor para la sociedad.

Naeem, que no formó parte del segundo estudio, cree que la mayor barrera para integrar los servicios del ecosistema en las decisiones financieras es la falta de estudios que conecten la función del ecosistema con el bienestar humano. Los científicos comprenden cómo funcionan los ecosistemas y los resultados financieros que producen, como el valor de la madera, pero los dos rara vez se traducen en impactos sobre el bienestar humano.

“La base de toda esta discusión sobre los servicios de los ecosistemas es algo que en realidad es hermoso. Es una ciencia hermosa, pero no se está ejecutando muy bien. Creo que ni la economía ni la ecología se están llevando a cabo muy bien. Pero si puedes hacerlo, oh Dios mío, puedes cambiar las cosas”, dice, mientras hace referencia a un artículo de 2016 de la investigadora de la Universidad de Amberes, Annelies Boerema, sobre si los servicios de los ecosistemas se valoran adecuadamente.

The Nature Conservancy estima que el mundo necesita gastar entre 722 y 967 mil millones de dólares al año para detener el colapso de los ecosistemas y las extinciones masivas para 2030. Pero incluso si los servicios de los ecosistemas no se integran completamente en nuestra forma de vida, mucho menos dinero podría tener un efecto importante sobre la biodiversidad. En un informe de octubre pasado, la consultora McKinsey calculó que los 24,000 millones de dólares (equivalente a 40% de las ventas mundiales de helados) que ahora se gastan en proteger áreas para la conservación podrían tener enormes beneficios si se amplían a los sectores público y privado.

“Un ejemplo temprano y clásico de la monetización de los servicios ambientales es la ciudad de Nueva York a principios de los noventa. Fue en la encrucijada de la construcción de esta enorme planta de filtración de agua que, creo, costaría algo como 5 mil millones en dólares de hoy para construir y luego 250 millones de dólares anuales para mantener. La otra opción era trabajar con los agricultores locales en el área de la cuenca más al norte y pagarles para conservar mejor la tierra y mejorar la calidad del agua. Optaron por esa segunda opción ”, dice Duko Hopman, socio asociado de McKinsey & Company.

“Y hasta el día de hoy, esa es la forma en que los neoyorquinos beben el agua. Y resultó ser mucho más barato que la alternativa”.

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