Sanarme al estilo pagano: cómo me hechizó la brujería
'Tal vez llevaba la brujería en la sangre: mi primera palabra fue "luna"'. Jennifer Lane. Foto: Shaw & Shaw/The Observer

La brujería siempre ha sido una parte importante de mi vida. Mientras muchos niños aprendían bádminton o tomaban clases de trombón, yo leía sobre hechizos y técnicas para sembrar mi jardín de hierbas. Crecí a finales de los 90, cuando mi vida cultural se saturó de Buffy, la cazavampiros, Hechizada y Sabrina, la bruja adolescente. Era prácticamente imposible cambiar de canal sin encontrarme con una joven con poderes mágicos. Sin embargo, el atractivo no consistía únicamente en el empoderamiento que me proporcionaban los hechizos y las fuerzas telequinéticas; me encantaba profundamente la conexión de la brujería con el mundo exterior y la tierra que me rodeaba.

En las tardes pasaba tiempo en mi jardín envuelta en bufandas y mantas para observar cómo pasaban las diferentes fases de la luna cada noche; aprendía los nombres de las flores silvestres que crecían al lado del camino donde nadie lanzaba ni una segunda mirada y me preguntaba cómo podría utilizarlas en algún hechizo. Estas pequeñas cosas me daban una abrumadora sensación de calma, tan cautivada estaba por las constelaciones, los intrincados sistemas de raíces y las pizcas de magia que encontraba a mi alrededor. Quizás llevaba la brujería en la sangre: mi primera palabra fue “luna”.

Así que, como adulta, me pareció increíblemente natural que la brujería fuera el refugio seguro al que regresé para recuperar mi salud mental después de que una terrible experiencia en mi trabajo me dejó sufriendo depresión. En 2018, el mundo comenzó a parecerme un poco confuso. Desde que tengo uso de razón, me indicaron la dirección que seguiría mi vida: me iría bien en la escuela, iría a la universidad y conseguiría un buen trabajo. Sin embargo, en mi nuevo puesto de comunicación en una agencia con un ritmo acelerado, me costaba aceptar mi realidad: me despertaba sudando frío a las 4 de la mañana todas las mañanas y, cada vez que me lavaba el cabello, se desprendían largos mechones de mi cuero cabelludo y formaban un charco oscuro a mis pies.

Además de los síntomas físicos de la ansiedad, me di cuenta de que a medida que el trabajo se volvía más estresante, mi estado de ánimo disminuía hasta caer en un estado de depresión durante meses consecutivos.

Así que, en el invierno de 2018, después de darme cuenta de lo desconectada que estaba de mi misma y de la mujer amante de la naturaleza que fui alguna vez, supe que algo debía cambiar. Decidí liberarme: renuncié.

Como consecuencia y por el pánico de haber dejado un trabajo que me permitía pagar mis cuentas y me daba cierta apariencia de persona normal, decidí utilizar este nuevo tiempo para volver a conectar con mi antiguo amor por los calderos burbujeantes, las velas titilantes y el ocultismo en un intento de restaurar el equilibrio en mi vida y sanar mi salud mental.

La brujería forma parte del término de paganismo, un tipo de práctica espiritual que implica una profunda veneración a la tierra. Aunque en la actualidad el término “bruja” presenta numerosos matices y existen muchos nombres diferentes para las personas que practican distintas formas de magia, creo que es difícil encontrar a un pagano que no participe de alguna manera en los esfuerzos para salvar el planeta. Creo que una bruja es una persona que está profundamente en contacto con las personas, las plantas y los animales, y sabe cómo trabajar con su poder innato para provocar un cambio en el mundo, normalmente a través de fuerzas mágicas. Esto puede ocurrir a través de hechizos, rituales o preparando brebajes y elixires elaborados con fuertes ingredientes, aunque existen muchas formas de trabajar con el mundo mágico.

De la misma manera en que los poetas románticos mostraron su aprecio por la naturaleza escribiendo sobre su belleza, actualmente los paganos levantan los brazos al cielo para recibir la lluvia cuando es necesaria, cultivan plantas autóctonas para alimentar a las abejas y solo toman de la naturaleza las hojas que necesitan para no alterar el equilibrio de la flora local. Tal vez este cuidado y adoración a la naturaleza frente al cambio climático es la razón por la que la brujería y el paganismo son las prácticas perfectas para ayudarnos a reconectar con el planeta y sobrevivir en el siglo XXI.

Ante mí se desarrolló mi año de brujería y di los primeros pasos para recuperar mi salud mental. Al principio me sentí inestable, no estaba acostumbrada a darme tiempo para hacer otra cosa que no fuera “ser productiva“.

Comencé observando los festivales paganos –o sabbats– comúnmente seguidos por las brujas, incluyendo Yule (el solsticio de invierno), Imbolc (los primeros signos de la primavera en febrero) y Ostara (el equinoccio de primavera). Cada uno de estos festivales conlleva una tradición diferente, y durante los festivales de invierno, me enfoqué en pasar tiempo al aire libre, absorbiendo las pálidas fracciones de vitamina D que el sol permitía, y sentándome bajo los árboles para sentir su profundo poder retumbando directamente debajo de mí en la tierra.

Me di tiempo para simplemente estar en la naturaleza y conectar con sus sonidos y sentimientos, permitiendo que desencadenara los procesos de sanación en mi cerebro. Respiré profundamente; sonreí cuando vi el destello de un rechoncho y rosado pardillo en el seto vivo. La brujería está tan intensamente ligada a la naturaleza que su vínculo con la salud mental es evidente. Los beneficios de pasar tiempo al aire libre están ampliamente documentados, y un estudio señala que pasar al menos dos horas al aire libre cada semana puede aumentar significativamente el bienestar físico y mental. A medida que se acercaba la primavera, en lugar de los oscuros dedos de la ansiedad que repiquetearon en mi nuca durante el último año, comencé a sentirme esperanzada por primera vez en mucho tiempo.

Cuando era adolescente, pasaba mucho tiempo en la naturaleza, observando pájaros en compañía de mi padre y dando largos paseos en familia que terminaban con sándwiches de mermelada y papas fritas en el carro. Regresaba a casa destrozada, pero con el conocimiento de los sonidos de los pájaros, reproduciendo en mi cabeza la llamada de un mirlo, un chochín o un ostrero, mientras que muchos de mis amigos pasaban los fines de semana en abarrotados centros comerciales. Saber que me había desconectado tanto de esas ráfagas de plumas y botas embarradas me hacía sentir nerviosa y me sacudía las entrañas. Disminuir mi ritmo y apreciar la magia de los ciclos de la vida volvió a abrir mi sentido de admiración por la naturaleza que me faltaba desde hacía tantos años.

Por supuesto, nos encontramos en un momento de la historia en el que estamos experimentando un cambio masivo en los esquemas de trabajo y en el medio ambiente, y resulta lógico que busquemos prácticas que nos conecten con la tierra, prácticas y rituales que se perdieron durante la revolución industrial, cuando grandes franjas de la población se vieron arrancadas de sus hogares rurales y cortadas de su conexión con la naturaleza.

La pandemia nos brindó a algunos de nosotros un momento para sentarnos y reflexionar sobre nuestras prioridades. Las investigaciones revelaron que el 46% de las personas estaban pensando en dejar su trabajo este año y hacer algo diferente ahora que existe la posibilidad de trabajar a distancia. Las personas han pasado más tiempo en la naturaleza y en sus jardines, lo que nos permite preguntarnos: ¿qué nos hace felices? ¿Qué hace que nos sintamos más como nosotros mismos? ¿Qué haríamos si todo fuera posible?

Encender una vela con olor a vainilla; incorporar sal del Himalaya a tu baño; envolver tu rostro con algas marinas. El autocuidado se ha convertido en otra medida obligatoria que debemos añadir a nuestros ajetreados días para evitar el agotamiento provocado por la pandemia. Por supuesto, antes del siglo XXI la gente ya estaba exhausta, sin embargo, los dos últimos años han puesto en primer plano las prácticas de amor propio. Hemos visto cómo las grandes empresas le conceden a su personal tiempo libre para ayudarlos a contrarrestar la epidemia de ansiedad, y se les dice a los empleados que salgan a la naturaleza, descarguen Headspace y aprendan a meditar.

Pero, ¿no sería mejor que nos tomáramos un respiro antes de llegar al punto de un ataque de pánico?

A medida que reexaminamos las estructuras de la oficina y la vida laboral, muchas personas intentan encontrar una conexión más profunda con la naturaleza y su lugar en ella. Sin embargo, la observación de aves y el yoga al aire libre no son actividades para todo el mundo, algunos de nosotros necesitamos algo más fuerte e inmersivo que nos ayude a redescubrir nuestro verdadero yo. Regresar a mi amor por la brujería, que comenzó cuando era adolescente, me ayudó a reenfocar mi energía y a ver el mundo a través de un nuevo lente, uno en el que la naturaleza, los ciclos y mi propio bienestar son los puntos principales.

Mientras seguimos alcanzando alturas vertiginosas en la era tecnológica, la brujería nos puede ayudar a ver la magia de lo cotidiano y bajarnos a la tierra donde podemos plantar ambas manos extendidas en el musgo.

Jennifer Lane es autora y escritora especializada en naturaleza. Su libro The Wheel: A Witch’s Path Back to the Ancient Self está disponible en guardianbookshop.com.

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