Vivir en un cuerpo de mujer: este cuerpo es un error genético, pero también es sexo, risa y belleza
'Este cuerpo está listo para dejar su huella, si tan solo los trenes fueran accesibles, los asistentes personales estuvieran financiados y se pudieran utilizar las viviendas'… Frances Ryan. Foto: Fabio De Paola/The Guardian

Este cuerpo es un error genético, una mirada lastimera, el escáner en un rutinario martes a la hora del almuerzo con un médico hablando en voz baja junto a la cama.

También es glorioso, gracias. Es la risa profunda a las 2 de la mañana con las personas que te quieren; solo a los extraños les importa que esté sentado en una silla de ruedas mientras lo hace (“¿Tienes licencia para esa cosa, cariño?”). Es sacar las mejores calificaciones, los ascensos y superar las expectativas tanto como las probabilidades. Es estar encorvada por el dolor, aferrada a la taza de un baño público, con las pastillas y la dignidad sonando en el fondo de la bolsa. Es sexo, piel de gallina febril y besos en la piel como si fuera magia. Es el verano cálido con los amigos, el sol en las piernas desnudas y la música dance de los 90 resonando en el aire.

Es estar malditamente agotada.

Este cuerpo tiene más del doble de probabilidades de sufrir violencia doméstica, recibe un salario promedio de 3.68 libras (99 pesos) menos por hora, tiene una tercera parte menos de probabilidades de acceder a las pruebas de detección de cáncer de mama que salvan vidas, y aun así se dice que hay que estar “agradecida” por él. “Sé agradecida, cariño. Tienes suerte de que te hayan contratado. Él es un santo por estar contigo”.

Este cuerpo es un vividor si necesita del Estado, un farsante si conserva un empleo. Es el rechazo de la productividad capitalista, mientras trabaja más que cualquier CEO del FTSE 100.

Este cuerpo es uno de cada cinco, lleno de potencial, sin explotar y esperando. Está listo para estallar, para dejar su huella, si tan solo los trenes fueran accesibles, los asistentes personales estuvieran financiados y se pudieran utilizar las viviendas. Simplemente no se esfuerza lo suficiente.

A este cuerpo se le dice que ame algo que duele todos los días -#bodypositivity- o que lo aborrezca, dependiendo de las últimas tendencias culturales. Es demasiado feo como para salir en la portada de las revistas, demasiado bonito “como para tener que estar en esa silla, cariño”.

Es un símbolo, que está en el centro y en el frente cuando conviene, y que se esconde en el fondo cuando todo es excesivo. Es más hermoso, poderoso y asombroso que lo que las palabras pueden expresar.

Este cuerpo no tiene “capacidades diferentes” ni es “discapacitado”, y tampoco es su “inspiración”. Es la suma hercúlea de todos los que estuvieron antes y los que estarán después; la joven que luce con orgullo su máquina BiPap en TikTok y la mujer menopáusica que tiene una estoma y que escoge pantaletas en M&S. Es el cambio de las estaciones a lo largo de los siglos, pasando de estar escondidos en las instituciones a regir en el cuarto zócalo de Trafalgar Square, de mendigar en el asilo a legislar en el parlamento. Creo que a eso lo denominan progreso.

Se dice que el mayor acto de resistencia es vivir bien, y creo que hay algo de verdad en ello.

Amar un cuerpo que el mundo dice que está mal es radical. Este cuerpo, con toda su alegría y sus lágrimas y sus bordes emotivos, es amado por completo, no a pesar de su discapacidad, sino a causa de ella.

Frances Ryan es columnista de The Guardian y autora de Crippled: Austerity and the Demonisation of Disabled People

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