¿Realmente era mucho pedir que Amber Heard fuera escuchada sin prejuicios?
'El equipo de Heard advirtió al jurado que, al negarse a creerle, le estarían diciendo a las mujeres de todo el mundo que tampoco se les debía creer.' Foto: Evelyn Hockstein/AFP/Getty Images

Cree todo, o nada. O cada una de las palabras que dice esta mujer debe ser cierta, o ninguna de ellas lo es. Después de haber examinado durante semanas las amargas cenizas del breve y frecuentemente feo matrimonio de Johnny Depp con Amber Heard, su abogada, Camille Vasquez, presentó ante el jurado de la demanda por difamación mutua solo esa opción binaria y descarnada: sin elegir, sin espacio para la ambigüedad, la complejidad o las víctimas imperfectas. O Heard había soportado algo “verdaderamente horrible”, o era capaz de decir absolutamente cualquier cosa. Se trataba de una falsa dicotomía, aunque una estrategia despiadada para acabar con cualquier duda persistente en un juicio en el que los peritos de ambas partes se contradecían repetidamente. Y, aparentemente, funcionó.

El miércoles, el jurado, compuesto por cinco hombres y dos mujeres, llegó a su desoladora conclusión, sentenciando que la mujer que todos vimos sollozar en el estrado mintió sobre su condición de víctima de violencia doméstica y sexual. Los miembros del jurado vieron las imágenes tomadas con un celular de un Depp enojado que se abría paso por la cocina, y leyeron los mensajes de texto que envió a un amigo en los que decía que quería ahogar o quemar a Heard y “coger su cadáver quemado”. La vieron derrumbarse describiendo un supuesto abuso sexual. Y aparentemente, no creyeron nada en lugar de creer todo.

“El jurado me ha devuelto mi vida”, dijo un victorioso Depp, premiado con 10.35 millones de dólares en concepto de daños y perjuicios por un artículo periodístico en el que su exesposa se autodenominaba “figura pública que representa la violencia doméstica”, enfrentándose a “toda la fuerza de la ira de nuestra cultura contra las mujeres que denuncian”.

Heard, quien perdió la demanda, pero fue indemnizada con 2 millones de dólares por las insinuaciones del abogado de su exesposo de que ella y sus amigos “destrozaron” su departamento para que pareciera la escena de un crimen doméstico, se mostró desafiante hasta el final. El veredicto, dijo ella, “hace retroceder el tiempo a una época en la que una mujer que hablaba y denunciaba podía ser avergonzada y humillada públicamente. Hace retroceder la idea de que la violencia contra las mujeres debe ser tomada con seriedad”. Aunque solo, tal vez, si aceptamos esa peligrosa premisa que Vásquez expuso ante el jurado, con sus ingeniosos ecos sobre el inquietante absolutismo que recorre la cultura de las redes sociales: que o bien les #creesatodaslasmujeres, o las tratas como mentirosas. Ya que esas no son, y nunca han sido, nuestras únicas opciones.

Heard se presentó a sí misma como una mujer universal, una superviviente a través de cuyo brillante prisma hollywoodiense se podían ver las experiencias de violencia de innumerables mujeres comunes. Su artículo publicado en el Washington Post abogaba principalmente por la renovación de una pieza clave de la legislación sobre la violencia doméstica para proteger a las víctimas.

Su equipo jurídico advirtió al jurado que, al negarse a creerle a Heard, en realidad estarían diciéndole a las mujeres de todo el mundo que a ellas tampoco les iban a creer. Si realmente estaba mintiendo descaradamente, se trataría de un acto terrible, terrible, que Heard había cometido, no solo contra Johnny Depp, sino contra todas esas otras mujeres; tan terrible, de hecho, que a muchas mujeres les resultaría casi imposible creer que pudiera haberlo hecho.

Como era de esperar, los expertos británicos en violencia doméstica advirtieron, incluso antes de que se diera a conocer el veredicto, que la extraordinaria crítica dirigida a Heard en las redes sociales estaba reavivando los antiguos temores de las víctimas sobre el hecho de denunciar. El miedo a la humillación y a las burlas nunca desaparece por completo. ¿Y por qué habría de ser así, cuando este angustioso juicio fue tratado en algunos sectores como una simple disputa de celebridades, transmitida en vivo en todo el mundo a través de YouTube para la comodidad de los embobados espectadores?

Monica Lewinsky, una mujer cuyo propio trauma fue explotado de forma similar para el entretenimiento público, lo llamó “pornografía judicial”, es decir, una forma de explotación en la que el espectador voyeurista es incómodamente cómplice. Sin embargo, las simpatizantes de Depp organizaron noches de chicas para verlo, y en la plataforma de redes sociales TikTok las jóvenes interpretaron burlonamente fragmentos del testimonio de Heard. Una de las sorpresas más brutales de este juicio fue la cantidad de mujeres, algunas de las cuales afirmaban ser supervivientes de violencia, que se unieron al hashtag #JusticeForJohnny junto con activistas por los derechos de los hombres y los locutores de radio que ofenden a las audiencias de derecha. Mientras tanto, minutos después de que el jurado emitiera su veredicto el miércoles, el presentador de BBC Sport, Gary Lineker, publicó en Twitter un chiste excepcionalmente desacertado: “Depp gana y consigue la inmunidad de Heard”.

Si existe un atisbo de esperanza que surja aquí, es que la pequeña pero históricamente ignorada minoría de víctimas de violencia doméstica que son hombres finalmente podría ser tratada con mayor seriedad. Tal vez también sea una buena noticia para esos pocos hombres que son víctimas del 3% al 6% de las denuncias de violación que, según las investigaciones del Ministerio del Interior, son falsas. No obstante, podría ser una noticia aún mejor para los hombres implicados en el 94%-97% restante.

Los periódicos ahora comprenden con escalofriante claridad los riesgos que corren al nombrar a hombres ricos o de alto perfil como abusadores. Sus víctimas también verán que al denunciar se arriesgan no solo a una ola de odio misógino –Heard dijo que recibía amenazas de muerte diariamente– sino a daños financieros potencialmente ruinosos.

Heard no nombró a Depp en su artículo del Washington Post, cuidadosamente redactado, e insistió ante el tribunal en que el artículo ni siquiera se refería exclusivamente a él. Aunque lo acusó públicamente de maltrato después de su divorcio, también escribió que “como muchas mujeres, fui acosada y agredida sexualmente cuando estaba en edad universitaria”, o en otras palabras, incluso antes de conocerlo. Pero eso no la salvó.

Los abogados del músico Marilyn Manson, que actualmente demanda a su exprometida, Evan Rachel Wood, por difamación después de que ella lo acusó de abusos físicos y sexuales, sin duda estudiarán detenidamente este caso, pero no serán los únicos.

Este veredicto ya está siendo denominado como “el fin del #MeToo”, como si no se le pudiera creer en el futuro a ninguna mujer que cuente historias horribles sobre un hombre poderoso porque no se le creyó a una de ellas. Sin embargo, resulta profundamente dañino tratar un caso de alto perfil como una especie de parámetro por el que el resto de la humanidad ahora debería ser juzgado.

Entonces, ¿cómo evitar que este veredicto revierta todos los avances logrados con tanto esfuerzo a favor de las mujeres supervivientes de abusos? La respuesta no radica en corear “créanles a todas las mujeres”, un mantra que implica que la única manera de superar siglos de misoginia consiste en tratar únicamente a las mujeres como si estuvieran libres de sospecha. Es un buen eslogan de campaña, pero inadecuado para un sistema de justicia fundado en el principio de creer en la evidencia, incluso cuando esta a veces conduce a direcciones incómodas.

Lo único que las mujeres realmente piden a los hombres –y, posiblemente, viceversa– es la posibilidad de ser escuchadas sin prejuicios. Independientemente de lo que haya sucedido o no entre Johnny Depp y Amber Heard, en este momento ese modesto objetivo parece estar cada vez más lejos de su alcance.

Gaby Hinsliff es columnista de The Guardian.

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