El minipresupuesto que quebró a Gran Bretaña y a Liz Truss
Liz Truss en la conferencia del Partido Conservador en Birmingham el 5 de octubre. Foto: Isabel Infantes/EPA

El Reino Unido ha pasado por un momento difícil desde el minipresupuesto de septiembre. El no tan pequeño plan de Kwasi Kwarteng, exministro de Hacienda, no solo fue el desencadenante de una crisis financiera nacional y del aumento de los costos de las hipotecas para millones de personas, sino que encendió la mecha de su caída política y la de su cercana amiga, Liz Truss.

Se suponía que todo iba a ser muy diferente. Truss pasó el verano prometiendo cancelar el aumento de la seguridad social y el impuesto a la renta en la contienda por el liderazgo de los conservadores. Esas promesas, además del popular congelamiento de los precios de la energía, habrían sido suficientes para que el nuevo gobierno anunciara en el evento supuestamente desprovisto de impuestos y gastos.

En cambio, fue una ocasión extraordinaria, impulsada por la ideología, que dejó al derrotado rival político de Liz Truss, Rishi Sunak, reivindicado. Como él había advertido, se produjo la fuga de la libra esterlina, la caída libre del mercado de bonos del gobierno y ahuyentó a los inversionistas mundiales. Incluso el Fondo Monetario Internacional (FMI) intervino con una sorprendente reprimenda pública.

Pocas veces un presupuesto ha causado tanto daño político y económico. Ni siquiera el presupuesto “omnishambles” de George Osborne, cuando se vio obligado en 2012 a desistir del impuesto sobre las empanadas (o comida para llevar), se le acerca.

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Activistas afuera de la Cámara de los Comunes el miércoles pidiendo una elección general inmediata. Foto: Maureen McLean/Rex/Shutterstock

Aclamado en un principio por sus partidarios como “por fin, un presupuesto conservador de verdad”, el “mini” acto fiscal anunciaba los mayores recortes de impuestos desde 1972, financiados por un enorme aumento del endeudamiento, y con solo un vago intento de argumentar que se podría pagar con un improbable auge económico.

Los economistas se opusieron a la idea de que el recorte de impuestos de 45 mil millones de libras sin financiamiento para los ricos pudiera catalizar el crecimiento económico y pagarse por sí mismo en la forma en que el gobierno argumentó. No solo los críticos de una supuesta “coalición anticrecimiento”, sino también los miembros de los bancos Goldman Sachs, Bank of America y el FMI. Con la inflación en el nivel más alto de los últimos 40 años, los riesgos de recesión y el aumento de los costos de los préstamos en las economías avanzadas, fue una gran apuesta en el momento equivocado.

La reacción internacional fue rápida y condenatoria. La libra cayó a su nivel más bajo de la historia frente al dólar, mientras los precios de los bonos se hundían. En cuatro días, los intereses de los bonos del Estado a largo plazo –que se mueven de forma inversa a los precios– subieron más que el incremento anual en 23 de los últimos 27 años.

Después de décadas con una reputación de buena gestión económica –aunque seriamente puesta a prueba por el Brexit–, exaliados cercanos compararon a Gran Bretaña con un “mercado emergente convirtiéndose en un mercado sumergido” en medio del desplome del mercado financiero. Algunos han comparado el colapso con la crisis de Suez de 1956, después de la cual el poder de Gran Bretaña en la escena mundial disminuyó de forma permanente.

El Banco de Inglaterra intervino con la promesa de comprar hasta 65 mil millones de libras de bonos del Estado para salvar del colapso a los fondos encargados de gestionar el dinero de los pensionistas británicos. Andrew Bailey, gobernador del banco, no fue inmune a las críticas por las agitadas condiciones del mercado. El banco central fue culpado en algunos sectores por el pequeño aumento de las tasas de interés el día anterior al minipresupuesto, decepcionando a los inversionistas que habían apostado por una medida mayor.

No obstante, a pesar de que el equipo de Truss recurrió a las comparaciones con otros países que sufrían las mismas perturbaciones económicas mundiales desencadenadas por la guerra de Rusia en Ucrania, los economistas de la City mencionaron una “moron premium” (pago de miles de millones de libras extra en intereses, en lugar de invertirlas en servicios) para Gran Bretaña. Los intereses de los bonos estaban aumentando en otros países del G7, pero no en la misma medida que en el Reino Unido.

El precio ha sido muy alto. Más de 5 millones de familias podrían enfrentarse a un incremento promedio de las cuotas hipotecarias anuales de 5 mil 100 libras a partir de ahora y hasta el final de 2024, según indicó el centro de estudios Resolution Foundation. Aunque en parte se debe a los problemas globales, se cree que casi una cuarta parte de la suma –mil 200 libras– es consecuencia de la moron premium. Los economistas de la City consideran que esto habría superado con creces cualquier beneficio derivado de los recortes fiscales impuestos por Kwarteng.

El precio político para Truss ha sido muy alto. Las turbulencias del mercado han demostrado ser una poderosa narrativa para la masa de críticos que hay en su partido y que nunca la quisieron como líder. Al entrar en contacto con los mercados libres, la reputación de sus ideas de economía libertaria se ha visto afectada.

El lunes, bastaron seis minutos para que el sustituto de Kwarteng, Jeremy Hunt, anunciara el giro de 180 grados más sorprendente de la historia política británica moderna. Casi todas las políticas que defendió Truss en su campaña fueron desechadas. Después de deshacerse de la Trussonomics, solo era cuestión de tiempo que los conservadores se deshicieran también de su creadora, Liz Truss.

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