Cuando Ram Yadav huyó del estricto confinamiento de la India impuesto en marzo de 2020, fue uno de los afortunados, ya que logró hacer autostop desde Delhi en camiones que iban en dirección a su aldea, cerca de Kanpur, a 400 km de distancia.

Se calcula que alrededor de 10 millones de trabajadores se vieron obligados a volver a casa a pie, atravesando campos, bosques y carreteras bajo un sol abrasador.

El día que Yadav, de 34 años, trabajador del sector de la construcción, llegó a su aldea, juró no regresar nunca a la ciudad. “Me sentí traicionado dos veces: por la sociedad, porque nadie de mi entorno me tendió una mano –mi casero me corrió– y por el Estado. Confié en que (el primer ministro Narendra) Modi me ayudaría en una crisis única en la vida”, comenta.

Sin embargo, al no encontrar trabajo en su aldea, no tuvo más alternativa que regresar a la ciudad, solo para encontrarse en una situación incluso peor que antes. Al igual que millones de personas, es más pobre, tiene más hambre y se siente más abandonado que nunca tras la pandemia.

Se calcula que 400 millones de personas trabajan en el sector informal de la India, con sueldos bajos y sin contrato, ni pensión, ni vacaciones pagadas, ni prestaciones médicas. La gran mayoría no está sindicalizada, ya que se trata de trabajadores migrantes, dispersos por todo el país, que hablan diferentes idiomas.

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El trabajador del sector de la construcción Ram Yadav, que se ha quedado más pobre, más hambriento y se siente más abandonado que nunca. Foto: Amrit Dhillon.

El economista laboral KR Shyam Sundar señala que los salarios y las horas de trabajo han empeorado. “Esto se debe, en parte, a que los empleadores se están aprovechando de su desesperación –los trabajadores morirán de hambre si no trabajan– y, en parte, debido a que la economía india aún no se ha recuperado de las pérdidas derivadas de la pandemia, por lo que los empleos son muy escasos y los empresarios buscan recortar lo que puedan”, explica Sundar.

Yadav puede dar fe de que los salarios son más bajos. Mientras navegaba en su teléfono durante un breve descanso en una obra en Okhla, el pueblo suburbano ubicado al sureste de Delhi donde trabaja como albañil, dice que le pagan 450 rupias al día en lugar de las 600 rupias que ganaba antes del confinamiento.

“Había montones de personas en la fila para mi trabajo. El contratista dijo que si yo no quería 450 rupias, otros estarían encantados de aceptarlo”, comenta Yadav.

En todo el país, un vasto ejército de cazadores de salarios busca un empleo crónicamente escaso. El desempleo ha aumentado hasta casi el 8%, según datos del Centro de Monitoreo de la Economía India.

El 15 de agosto, Modi pronunció un estimulante discurso para conmemorar los 75 años de independencia. “He podido comprender sus alegrías y penas”, declaró desde las murallas del Fuerte Rojo de Delhi. “Pude sentir el llamado de su alma sobre las esperanzas y aspiraciones que tienen. Con todo lo que pude abarcar de sus sueños, me sumergí completamente en el empoderamiento de aquellos compatriotas que fueron dejados atrás y que fueron privados de formar parte de la corriente principal”.

Yadav, que ha visto el discurso de independencia transmitido por televisión todos los años desde que era un adolescente, lo ignoró y fue a visitar a un familiar. “Me di cuenta de que son solo palabras. Modi impuso el confinamiento sin siquiera asegurarse de que yo tuviera un techo sobre mi cabeza y algo que comer. ¿Por qué debería escuchar sus discursos?”, pregunta.

Chandan Kumar, coordinador de la coalición Working People’s Coalition, en Mumbai, señala que los trabajadores migrantes son impotentes ante la explotación.

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FOTO: Trabajadores migrantes indios salen de Delhi por una carretera en dirección a sus aldeas tras el anuncio del confinamiento, 28 de marzo de 2020. Foto: Altaf Qadri/AP.

“Los trabajadores migrantes no pueden defenderse. Cuando van a otro estado, ni siquiera hablan el idioma local. Nadie inspecciona las instalaciones para comprobar que las condiciones de trabajo son seguras. Ni siquiera figuran en los registros del gobierno estatal local. Son invisibles”, explica.

La falta de poder de negociación ha hecho que la vida sea más difícil para Varun Sharma, de 16 años, uno de los innumerables jóvenes que reparten alimentos en bicicleta en la capital. Regresó a casa durante la devastadora segunda ola de Covid-19 en marzo de 2021 porque, aunque la tienda para la que trabajaba permaneció abierta, su familia temía por él. Regresó el pasado mes de diciembre.

“Cuando volví, el tío (su empleador) me pagó el mismo salario, pero tengo que trabajar hasta las 9 de la noche en lugar de las 7. Tengo que enviarle dinero a mi familia en Bihar para que puedan comer, así que tuve que aceptar las condiciones”, explica Sharma.

Sundar ha observado tres cambios en el comportamiento y las esperanzas de los trabajadores. Uno de ellos es que los trabajadores migrantes han quedado tan marcados por la experiencia de haber sido abandonados por el Estado en sus momentos de necesidad que eso determina su decisión sobre dónde trabajar.

“Ahora muchos se niegan a ir a una ciudad donde no conocen a nadie, aunque los salarios sean aceptables. Lo que importa ahora es el capital social. Prefieren ir a un lugar donde tienen un pariente o conocen a alguien. Ese es el impacto psicológico de los confinamientos. Existe más miedo que antes”, explica Sundar.

El segundo consiste en que los trabajadores están tan desesperados que se conforman con salarios que solían rechazar.

“Antes de la pandemia, los trabajadores no trabajarían por menos del ‘salario de reserva’ (un término económico que significa la tasa salarial más baja que un trabajador está dispuesto a aceptar), pero ahora están dispuestos a aceptarlo”, señala Sundar.

La tercera consecuencia es la pérdida de oportunidades, explica. Los trabajadores informales solían soñar con incorporarse a la economía formal, donde obtendrían un empleo asalariado que contara con seguridad social, vacaciones pagadas y prestaciones médicas.

“Ese sueño ahora está fuera de su alcance. No solo no hay empleo, sino que los pocos afortunados que son trabajadores permanentes se aferran con fuerza a sus empleos, lo cual no ofrece a los asalariados diarios la posibilidad de ascender”, explica.

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