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La gran idea: ¿podrías haber tomado decisiones diferentes en la vida?

No podemos cambiar lo que ha ocurrido, pero podemos aprender a tomar mejores decisiones en el futuro.

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Ahora es el momento en el que echamos la vista atrás al año pasado y nos preguntamos: ¿cómo lo hice? ¿Tomé las decisiones correctas? ¿Podría haber tomado otras mejores?

Bueno, ¿podrías? Un determinista que crea que el mundo transcurre de manera inexorablemente predeterminada diría que no. Si, por el contrario, crees en el libre albedrío, podrías estar seguro de que tenías a tu disposición otras decisiones, otros caminos no tomados. El “podría haber hecho otra cosa” es considerado en ocasiones como la definición misma del libre albedrío.

Sin embargo, preguntar si se podría haber elegido de forma diferente no es una pregunta de sí o no, de hecho, simplemente carece de sentido. Si el libre albedrío existe, no lo encontraremos preguntándonos si podríamos haber elegido de otra forma.

Claro, eso suena raro. Pero si queremos hablar de la auténtica realidad física, esas hipótesis son irrelevantes. Piensa en ello. Si te preguntas si deberías haber comprado ese otro auto, ¿qué significa eso realmente? Lo meditaste durante días, y todas esas deliberaciones influyeron en tu decisión. Un montón de otras cuestiones, ajenas a tu conciencia, también influyeron en tu decisión, tal vez incluso lo que desayunaste. (Un estudio realizado en 2011 reveló que las sentencias judiciales son sistemáticamente más indulgentes después de la hora de comida de los jueces). Entonces, ¿qué imaginas que cambiaría exactamente en este mundo en el que eliges de forma diferente? ¿Dónde te detienes? No existe tal mundo en el que “todo sigue igual excepto mi decisión”. La decisión no se superpone de alguna manera al resto del mundo, sino que surge de él.

Lo mismo ocurre si nos preguntamos si podemos cambiar el futuro. Un determinista negará que se pueda hacer eso, lo que va a suceder está predestinado. Pero eso no significa que puedan decirnos cómo será dicho futuro, aunque puedan hacer algunas predicciones bastante acertadas sobre algunos aspectos del mismo. Esto no es simplemente una cuestión de que tengan información incompleta; siempre nos faltará información. Más bien, para que una predicción sea completamente exacta, es necesario que tu modelo predictivo no omita prácticamente nada, que sea indistinguible del mundo en sí mismo (lo que se denomina irreductibilidad computacional). Si añadimos esto a la pura naturaleza aleatoria de los sucesos a nivel cuántico, veremos que es imposible estar completamente seguros de nada de lo que ocurre hasta que ocurre. Solo podemos conocer el futuro cuando llega.

En otras palabras, el futuro también es algo que no se puede cambiar, no porque el mundo sea determinista y carezcamos de libre albedrío, sino por definición: el futuro simplemente es “lo que ocurre”. Un determinista que diga a cada instante: “Eso tenía que pasar, aunque yo no podría haberlo predicho” no está aportando nada a este simple hecho. “La neurobiología de la volición debería ser el verdadero centro de los debates sobre el “libre albedrío” y la responsabilidad moral”.

Sin embargo, seguimos preguntándonos si podríamos haber actuado de forma diferente en el pasado y si podemos cambiar el futuro. Cuando lo hacemos, no obstante, no nos estamos preguntando sobre hechos que realmente sucedieron o podrían suceder; estamos desplegando las capacidades imaginativas de nuestra mente. Eso es lo extraordinario de la mente: no tiene límites. Como escribió Emily Dickinson: “El cerebro es más amplio que el cielo”. Constantemente estamos creando mundos mentales alternativos basados en nuestros modelos internos de cómo funciona el mundo real. Es posible que correspondan o no a lo que sucede o a lo que sucedió, y sin duda ignorarán casi todo lo que sí sucede.

En otras palabras, forman parte del aparato cognitivo de la propia toma de decisiones. Como dice el filósofo Daniel Dennett, la mente “mina el presente en busca de pistas… convirtiéndolas en anticipaciones del futuro”. En cierto sentido, para eso sirven las mentes.

¿Podrían estos mundos imaginarios haber sucedido o suceder en el futuro? La respuesta no es afirmativa o negativa; formular la pregunta es en sí mismo la cuestión, ya que motiva las opciones de comportamiento. En otras palabras, estamos preguntando por la neurobiología de la volición, que debería ser el verdadero centro de los debates tanto sobre el “libre albedrío” como sobre la responsabilidad moral. Como dice el científico cognitivo Anil Seth, el objetivo de tener lo que denominamos libre albedrío no es que hagamos algo distinto en el momento (¿distinto de qué?), sino que podamos aprender de nuestras acciones para restablecer nuestros circuitos volitivos y tomar mejores decisiones en el futuro.

Esta es realmente la razón por la que preguntamos: “¿Podría haber hecho otra cosa?”. Como señala Dennett: “Lo preguntamos porque ocurrió algo que queremos interpretar… Es decir, queremos saber qué conclusiones podemos sacar de ello sobre el futuro”.

Lo principal, dice Dennett, “es asegurarme de que haré exactamente lo contrario en situaciones similares en el futuro” (si efectivamente es algo de lo que nos arrepentimos). Pero, ¿tenemos ese poder de autodeterminación o somos simples autómatas dirigidos por fuerzas que escapan de nuestro control? Contrariamente a lo que se suele afirmar, la ciencia moderna no insiste en que uno esté al capricho de sus partículas. (Y no te dejes engañar por esos famosos experimentos neurocientíficos que supuestamente demuestran que nuestras acciones son predecibles a partir de la actividad cerebral antes de que seamos conscientes de haber tomado dicha decisión; son una pista falsa). En cambio, parece demostrar que, en sistemas complejos como el cerebro, el poder causal no fluye totalmente de forma ascendente. Nuestros circuitos neuronales volitivos son auténticas causas de lo que ocurre. No cambiamos el futuro (un concepto sin sentido), sino que formamos parte de lo que lo crea.

Eso, como indica Dennett, constituye la base del “libre albedrío digno de ser deseado”. Creo que incluso algunos deterministas lo saben en el fondo. La afirmación de la física Sabine Hossenfelder incluida en su libro Existential Physics de que “el futuro es fijo salvo por acontecimientos cuánticos ocasionales en los que no podemos influir” resulta bastante socavada por su observación de que “el progreso (en la ciencia) depende de las decisiones y el esfuerzo. Depende de nosotros”. Afortunadamente, así es.

El cambio mental a esta perspectiva es a la vez fortalecedor y liberador. El pensamiento: “¡Si hubiera elegido X en vez de Y!” podría ser contraproducente, una fuente de arrepentimiento y autoflagelación. O podría ser una oportunidad de aprendizaje: “Ahora sé lo que haré la próxima vez”. Quizás lo harás este año.

Philip Ball es escritor científico y autor de The Book of Minds: How to Understand Ourselves and Other Beings, from Animals to Aliens (Picador). Para apoyar a The Guardian y The Observer, pide tu ejemplar en guardianbookshop.com. Pueden aplicarse gastos de envío.

Otras lecturas
Elbow Room de Daniel C Dennett (MIT Press).
Making Sense of Freedom and Responsibility de Dana Kay Nelkin (Oxford University Press).
Being You de Anil Seth (Faber).

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