El Banco Mundial camina por la cuerda floja mientras reflexiona sobre el aumento de los préstamos a los más pobres
El presidente del Banco Mundial, David Malpass. Foto Archivo: James Lawler Duggan

Desde principios de la década de 1990, el mundo no se enfrentaba a un periodo de crecimiento tan bajo.

Descontando los estragos causados por la crisis financiera de 2008 y el impacto inicial de la pandemia de Covid-19, el Banco Mundial indica que a finales de 2024 habrán pasado 30 años desde que la economía mundial creció a un promedio inferior al 2% anual.

Peor aún, el mundo se encuentra en el “filo de la navaja” y corre el riesgo de caer en recesión este año en caso de que la situación en Ucrania se deteriore aún más o surja otra crisis mundial.

Los más pobres serán los más perjudicados. Y por esa razón el organismo de financiamiento del desarrollo con sede en Washington espera persuadir a los principales donadores, y en especial a la Unión Europea, Estados Unidos y China, para que amplíen su capacidad de préstamo.

De cara a su reunión anual de abril, que se llevará a cabo en la capital de Estados Unidos junto con su organización hermana, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial está buscando apoyo para propuestas que incluyan una mayor reserva de capital a la cual recurrir y nuevas herramientas de préstamo.

Esta “guía de evolución” está diseñada para proporcionar al Banco mayor flexibilidad para afrontar una serie de crisis superpuestas que, según argumenta el economista de la Universidad de Nueva York Nouriel Roubini, entre otros, es la nueva normalidad.

Las guerras, las hambrunas y la emergencia climática seguirán provocando escasez de alimentos y aumentos en los precios de la energía que impulsen la inflación. Las tasas de interés, durante tanto tiempo cercanas a cero, se mantendrán por encima de las tendencias a largo plazo, indican.

El presidente del Banco, David Malpass, espera evitar que países que han logrado enormes progresos en los últimos 30 años en materia de seguridad alimentaria y la estabilidad de la deuda pública retrocedan.

Uno de los mayores obstáculos a los que se enfrentan los gobiernos de los países en desarrollo es el aumento del costo de la deuda. Dado que la mayoría de las deudas están denominadas en dólares o euros, los agresivos aumentos de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal de Estados Unidos y el Banco Central Europeo resultan importantes.

Puede que Kenia sea uno de los países más resistentes y financieramente solventes del África subsahariana, pero se prevé que los pagos de su deuda supongan un promedio superior al 30% de los ingresos públicos este año.

Y después de dos décadas en las que se le animó a pedir préstamos a bancos internacionales –y cuando eso resultó costoso, a bancos de desarrollo chinos–, el presidente del país, William Ruto, que solo lleva en el cargo desde el pasado septiembre, está dispuesto a volver a pedir préstamos al Banco Mundial.

Es poco probable que Ruto sea el único. Los 75 países, muchos de ellos del África subsahariana, que conforman las naciones más pobres gastaron más de 63 mil millones de libras (aproximadamente un billón de pesos) el año pasado para cubrir préstamos contraídos en su mayoría durante la década anterior.

Malpass quiere aumentar los préstamos, pero sin sacrificar la clasificación crediticia AAA de la institución. Será una cuerda floja difícil de caminar.

Los prestamistas privados redujeron el grupo de países en vías de desarrollo que están dispuestos a considerar para la concesión de préstamos. Antes de la pandemia, uno de cada cinco países podía obtener préstamos privados. Ahora sólo lo puede conseguir uno de cada 15.

Malpass tendría dificultades para satisfacer la demanda de los países excluidos por los prestamistas privados sin aceptar el riesgo de que numerosos gobiernos pudieran incumplir sus obligaciones. Las condonaciones de deuda obligarían a las agencias de crédito a declarar que la nueva política justifica la degradación de la clasificación.

Los activistas contra la pobreza señalan que el Banco Mundial debería ignorar las amenazas de las agencias de crédito y actuar con rapidez para rescatar a los países que están recortando sus presupuestos de educación y salud para hacer frente a los costos de la deuda, si es que, como Zambia y Sri Lanka, no están ya en la quiebra.

Aunque el lento crecimiento mundial y la guerra en Europa no ayudarán a mejorar la situación, los activistas sostienen que la escalada de los pagos de la deuda, que enriquece a los bancos occidentales, es el problema más inmediato, y uno que Malpass en realidad podría ayudar a resolver.

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