¿Por qué le hice caso a todas esas opresivas reglas de la moda?
'Nunca, decía el artículo, nunca uses azul marino con negro' ... Hollie McNish vistiendo azul marino y negro. Foto compuesta: Cortesía de Hollie McNish

A los 32 años, mientras me vestía una mañana muy normal y ya me había puesto mis pantalones negros más cómodos, vi mi suéter azul marino favorito sobre la cama y me estremecí. En ese momento me di cuenta de que no era una verdad científica que no se podían combinar esos colores –azul marino y negro–, como yo había creído desde que lo leí en una revista a los 18 años.

Junto al artículo, había fotografías de famosos que vestían estos colores juntos en público, con gigantescos taches rojos atravesando su grotesca elección de atuendo para resaltar el repugnante error.

Nunca, rezaba el artículo, nunca uses azul marino con negro. El mensaje estaba escrito con tanta confianza, como si esta regla fuera similar a “nunca metas los dedos a un enchufe” o “nunca te masturbes después de picar chiles”.

Por primera vez en mi vida, me puse el suéter azul marino con los pantalones negros y el cielo siguió soleado; los buitres no se abalanzaron para arrancarme el corazón a picotazos; Dios no me castigó por el pecado de la extraña combinación de colores; ningún lobezno aulló a mi paso; ningún niño, petrificado por mi elección de ropa exterior, sollozó detrás de las piernas de su madre.

Me pregunté qué otras opiniones, dichas como si fueran proverbios antiguos, había estado siguiendo durante las tres últimas décadas de mi vida. ¿No uses rayas horizontales si tu cuerpo tiene figura de manzana? ¿Comparar siempre tu cuerpo con una fruta? ¿Siempre hidratar las rodillas para evitar la flacidez? ¿Colocar siempre la lengua en el paladar para evitar la papada en las fotos? ¿Siempre quiérelo menos de lo que él te quiere a ti? (Lo siento, abuela, nunca lo he logrado).

Pensé en todos los consejos que había aceptado durante años, sin cuestionarlos. Todo el tiempo precioso que pasé preocupándome, dejando que esas ridículas proclamaciones ocuparan espacio en mi cerebro.

Había aprendido tantas “reglas”, en gran parte de artículos demasiado seguros de sí mismos de “revistas de belleza” y de sus patrocinadores publicitarios. Había tantas cosas que no había disfrutado tanto como debería: años dedicados a pensar si mi atuendo combinaba mientras salía a bailar, o si mi cuerpo tenía la forma de fruta adecuada mientras tenía sexo, o si mi cabello era lo suficientemente sedoso como para que alguien me quisiera de verdad. Una terrible, terrible pérdida de mi tiempo y mi mente.

Una semana después de la rebelión del azul marino y el negro, vi en un escaparate un vestido de verano con estampado de duraznos. Los duraznos son mis favoritos y cada verano me doy el gusto de comprarme un vestido nuevo. Mi novio se ofreció a comprármelo por mi cumpleaños y yo me giré hacia él, como un robot perfectamente programado, y le dije gracias, pero mis piernas son demasiado cortas para los maxivestidos… y de repente empecé a llorar.

Cuando te das cuenta de que has estado siguiendo unas normas horribles y sin sentido, es abrumador. En todas las fotos familiares que me han sacado, siempre puse mi lengua en la parte superior de la boca. Mi mayor arrepentimiento es no haber cuestionado los consejos que me han dado, especialmente cuando proceden de quienes tienen las voces más fuertes. Hace poco me enviaron un artículo, supongo que gracias a mi algoritmo, sobre qué vestidos usar a los 30 años. No, pensé. Ya no. Se acabó.

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