El infierno de la somnifobia: ‘En una mala noche duermo dos horas’
'Bastaba con saber que era casi la hora de irme a dormir y empezaba a ponerme nerviosa'. Ilustración: Sean O'Brien

Cuando Elizabeth Johnson intenta conciliar el sueño, la ansiedad suele apoderarse de ella. Después de acostarse, comienza a relajarse, pero siente que empieza a perder el control. “En lugar de seguir”, explica, “experimento una sensación de pánico, una descarga de adrenalina y vuelvo a estar completamente despierta”. Está describiendo lo que significa tener somnifobia, es decir, miedo a quedarse dormida. “Entonces tengo que hacer todo el proceso de intentar dormirme otra vez, o rendirme por esa noche”.

Johnson, de 38 años y originaria de Kansas, ha tenido problemas para dormir y permanecer dormida desde que tenía siete años. Empezó con problemas de insomnio y miedo a no dormir, que se convirtieron a la edad de 12 años en un miedo al sueño en sí mismo.

Cuando era una niña pequeña, recuerda, era como: “Cuando llegas a un punto en el que mentalmente puedes dormirte, tienes miedo de que esta vez no suceda. O tienes miedo de que vayas a tener pesadillas. Y entonces, más tarde, había otro nivel de miedo a quedarse dormido: porque ya no eres consciente de qué está pasando, por lo que no estás a salvo”.

Los problemas continuaron en la edad adulta, alcanzando su punto más crítico a los 31 años, experimentando altibajos según los niveles de estrés y ansiedad, entre el terror a dormir y lo que ella denomina “insomnio regular”. Ahora que las cosas están un poco mejor, una buena noche equivale a cinco horas, pero una mala noche es de cero a dos horas”.

Johnson enseña inglés e historia a alumnos con problemas de conducta. También tiene dos hijos, de siete y 11 años, y el hecho de tener una familia le ayuda a sobrellevar la situación. “Solo tengo que seguir adelante”, comenta. “Ha habido periodos en los que no he podido dormir durante varios días seguidos. Mantenerse despierta en el trabajo es difícil. Y lo hace difícil como padre”.

Se desconoce a cuántas personas afecta la somnifobia, porque no se trata de un diagnóstico primario. Forma parte de otras afecciones, que abarcan desde los trastornos del sueño hasta el trastorno de estrés postraumático. Una causa conocida, explica la doctora Alanna Hare, consultora del departamento de sueño y ventilación del hospital Royal Brompton, ubicado en el noroeste de Londres, es la parálisis del sueño, “y hasta el 40% de la población la ha padecido al menos una vez. Puede ser muy aterrador estar paralizado y completamente despierto. No puedes gritar”.

Hare lo describe como “un problema fisiológico de señales erróneas, probablemente relacionado con una pequeña alteración en la forma en que el cuerpo entra en parálisis, lo cual es una parte normal del sueño, pero ocurre en las primeras fases del sueño o en las fases más ligeras cuando no debería ocurrir”.

Es normal experimentarlo ocasionalmente y es más probable que ocurra si se está demasiado cansado o estresado. “Si ocurre con demasiada frecuencia, entonces sería necesario realizar más investigaciones”.

Como alguien que ha experimentado esto de vez en cuando, puedo confirmar cuán aterrador es. La fuerza física y auditiva abruma todas las terminaciones nerviosas, pero no puedes pellizcarte para despertarte.

La apnea del sueño –cuando la respiración se detiene y reanuda durante el sueño– puede ser otra causa de somnifobia, explica Hare, y quienes la padecen “sueñan que se ahogan o se despiertan con la sensación de que no pueden respirar en absoluto”.

El tratamiento depende del problema subyacente, señala Hare, y lo primero que se debe hacer es acudir al médico de cabecera para que remita al paciente al servicio más adecuado. “Si se trata de un trastorno de pesadillas, parálisis del sueño, conductas durante el sueño como el sonambulismo o sospecha de apnea del sueño, lo mejor es acudir a un especialista”, comenta.

Estos servicios comprenden desde neumólogos hasta psiquiatras y neurólogos. “Si se considerara que está relacionado con un trastorno de pánico, ansiedad generalizada o incluso parte de un trastorno obsesivo compulsivo, entonces sería más apropiado tratarlo en los servicios de psicología o psiquiatría. Lo importante es que las personas sepan cómo buscar ayuda, y que se puede controlar, tratar y mejorar esto”.

Brandy Clear, de 37 años, es madre de cinco hijos que trabaja en atención al cliente y vive en Nueva York. Escribe sobre sus experiencias de salud mental, incluida su adicción a la heroína cuando era adolescente, así como su lucha de toda la vida contra la somnifobia. “Me recupero en voz alta, para que aquellos que sufren en silencio sepan que no están solos”, comenta.

Desde los seis o siete años le daba miedo quedarse dormida. Cuando tenía nueve, su madre la llevó al médico, que le recetó un antihistamínico y un sedante. “Me ayudaba a conciliar el sueño y a permanecer dormida, pero me costaba trabajo despertarme en la mañana y no me gustaba tomarlo”. Así que dejó de hacerlo.

“Empecé a obligarme a permanecer despierta, porque no quería dormirme. Con el tiempo, mi cuerpo se cansaba tanto que me quedaba dormida. No podía resistirme; simplemente me desconectaba y me quedaba dormida. Pero nunca me quedaba dormida durante más de seis horas”.

Cuando tenía 13 años, no obstante, durmió tan poco durante una semana que empezó a delirar y tuvo que ser hospitalizada. “Me sedaron durante dos días. Al final fui a terapia para tratar otros problemas de conducta que tenía, y le dije al psicólogo que no dormía, que me daba miedo. ¿Y si se incendia mi casa y no me despierto? ¿O qué pasa si aparece un tipo malo y mata a toda mi familia mientras estoy durmiendo? ¿Y si mi madre se muere en el sillón y yo estoy durmiendo? Empecé a tener un ataque de ansiedad con solo hablar de ello”.

A los 15 años le recetaron “un sedante muy potente. También es un antipsicótico, por lo que te impide soñar”. Esto afectó su capacidad para concentrarse mientras estaba despierta, y a la edad de 17 años había dejado de tomarlo y volvía a resistirse a dormir durante todo el tiempo que podía.

A medida que el trastorno de ansiedad progresaba en su vida adulta, explica, “no tenía que estar acostada en la cama para tener miedo. Bastaba con saber que era casi la hora de acostarme para empezar a sentirme nerviosa”.

A lo largo de los años ha desarrollado algunos mecanismos de afrontamiento y comenta que ya no es tan grave como solía serlo. La hipnosis no le funcionó, pero la meditación sí. También le han ayudado los estiramientos antes de acostarse, escuchar sonidos de lluvia y leer. “Aún no dormía durante largos periodos de tiempo porque me daba cuenta de que estaba soñando y me obligaba a despertarme”.

Ninguna de las soluciones anteriores funciona todas las noches, pero algo con lo que Clear puede contar la mayoría de las veces es David Attenborough. “He visto casi todo lo que ese hombre ha creado”, comenta. “Me encanta todo lo relacionado con la naturaleza, y si se ve un documental de David Attenborough en mi televisión, lo más probable es que esté intentando conciliar el sueño”.

En el caso de Johnson y Clear, los traumas agravaron los problemas de sueño que ya tenían. Clear sufrió abuso sexual por parte de su difunto padre. “Lo que estaba viviendo me dificultaba el doble conciliar el sueño en las noches, porque la cantidad de veces que me despertaba con él al pie de mi cama quedó grabado en mi cerebro”.

Johnson vivió una experiencia traumática cuando tenía nueve años, dos años después de empezar a tener problemas de sueño. “Creo que por eso empeoró. Pasó de sentir un miedo hipotético a tener conocimiento de cosas a las cuales temer en la realidad”.

Johnson ha recibido múltiples diagnósticos: “Trastorno de estrés postraumático, depresión, ansiedad, insomnio por razones médicas, insomnio por razones de salud mental y narcolepsia. No están seguros de si la narcolepsia es consecuencia de tener insomnio o forma parte de él, porque a veces la narcolepsia puede causar insomnio”.

En los siete años que han transcurrido desde que su somnifobia alcanzó su punto crítico, Johnson ha consultado a especialistas del sueño y psiquiatras. A través de la terapia conversacional ha trabajado en desarrollar habilidades de afrontamiento y ha aprendido a desprenderse de las cosas que no puede controlar.

“Me senté con mi terapeuta e hicimos una lista de las cosas en mi cabeza que mi cerebro origina para evitar que me duerma, y se nos ocurrieron contraargumentos lógicos para ellas, como: las puertas están cerradas”.

Otro paso consistió en encontrar métodos para relajar su cerebro cuando no estaba intentando conciliar el sueño, “para separar la asociación entre relajarse y ser vulnerable durante el sueño”.

Johnson ahora toma medicamentos que le ayudan con el sueño y la ansiedad. Creó un grupo de apoyo en Facebook, y su consejo para las demás personas que tienen problemas para dormir es que eviten quedarse atrapadas en su cabeza.

La gente puede empezar con insomnio, lo cual desencadena otras experiencias preocupantes, y después recurrir a Google y asustarse aún más, comenta.

“Acércate a tus amigos, a tu médico o a un terapeuta. No eres el único que se encuentra en esta situación, y no tiene por qué ser a largo plazo o cada noche. No tiene por qué ser toda tu vida, aunque eso parezca cuando estás en medio de ella. Y no significa que estás loco o que nunca volverás a dormir”.

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