Revueltas, plagas, desmayados: coronaciones del pasado que salieron mal
La reina Isabel II luce la corona en su ceremonia de coronación en la Abadía de Westminster en 1953. Foto: PA

Revueltas, plagas, techos de los que llueve cera derretida, anillos que no encajan… Las coronaciones británicas de antaño no siempre transcurrieron sin complicaciones.

La coronación de Guillermo el Conquistador en 1066 ocurrió pocos meses después de la batalla de Hastings, en un momento de gran tensión. Había un nuevo rey y los normandos habían derrocado a las clases dominantes.

Sin embargo, un enorme malentendido condujo al pandemónium. Durante la aclamación y el reconocimiento, los soldados normandos que se encontraban afuera de la Abadía de Westminster, no familiarizados con la ceremonia, se alarmaron cuando escucharon “todos estos vítores y gritos desde el interior”, explicó Charles Farris, historiador de Historic Royal Palaces.

“Cunde un poco el pánico. No están seguros de que se trate de un juego sucio. Empiezan a atacar a la gente, a incendiar algunos edificios. Se produce una revuelta”.

“Está documentado, casi todos, excepto los monjes y los eclesiásticos, abandonaron la abadía siendo presas del pánico y empezaron a apagar los incendios debido a este épico malentendido”.

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El rey Eduardo VII y la reina Alexandra con sus trajes de coronación en 1902. Foto: Pictorial Press Ltd/Alamy

La coronación de Ricardo I, en 1189, también provocó disturbios, cuando un grupo de judíos llegó a Westminster Hall para entregarle unos obsequios a Ricardo y fueron detenidos por una multitud de cristianos, según narra Ian Lloyd en su libro The Throne, publicado recientemente, un relato muchas veces humorístico de los mil años de coronaciones británicas. Los disturbios antisemitas se extendieron entonces por la ciudad y por los condados del este de Inglaterra.

Hubo tantos espectadores en la coronación de Eduardo II en 1307 que se derrumbó una sección de la pared situada detrás del altar mayor de la abadía, matando a un caballero, según registra Lloyd.

Mientras tanto, los brotes de plagas perturbaron varias ceremonias. Jacobo VI y I celebró una ceremonia muy reducida debido al miedo a contagiarse, mientras que Carlos I canceló su procesión en 1626 debido a la peste, escribe Lloyd.

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La reina Isabel II cabalgando con el duque de Edimburgo en la carroza State Coach pasando por Trafalgar Square en el trayecto del palacio de Buckingham a la abadía de Westminster para su coronación en 1953. Foto: PA

La coronación de Carlos II en 1661 fue testigo de una indecorosa disputa entre los barones de los Cinque Ports, encargados de sostener el dosel de seda sobre la cabeza del rey, y los lacayos del rey. Una de las ventajas del trabajo era que podían cortar el estandarte y quedarse cada uno con un trozo.

“Probablemente estaba hecho de una hermosa tela de oro, una tela bastante costosa”, comentó Farris. Sin embargo, los lacayos, que también querían el dosel, desafiaron a los barones. “Tienen una gran discusión. Al final ganan los barones. Pero como estaban tan distraídos, perdieron posteriormente sus lugares en las mesas del banquete de la coronación. Así que al final tienen que sentarse a kilómetros de distancia del rey”.

La consorte de Jorge II, la reina Carolina, lució tantas joyas rentadas en su coronación en 1727 que resultó evidente que “repiqueteaba al cruzar la abadía” y fue necesario idear una polea especial para levantar la falda real cuando su portadora necesitaba arrodillarse para rezar”, escribe Lloyd.

Por su parte, su nieto Jorge III y su consorte, la reina Carlota, en 1761, prescindieron de la procesión y fueron trasladados a la abadía en “sus sillas de manos”, y el biógrafo de Jorge afirmó que se veían como “ciudadanos comunes que iban al teatro”.

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La coronación del rey Eduardo VII en 1902. Foto: Heritage Image Partnership Ltd/Alamy

Nadie pudo encontrar la Espada Enjoyada del Ofrecimiento, así que improvisaron, tomando prestada la espada de perlas del Lord Mayor. Todo se retrasó, y para cuando el arzobispo llegó a pronunciar su sermón, quedó ahogado por el estrépito de los cubiertos y el tintineo de las copas cuando los hambrientos asistentes se pusieron a comer a mitad del servicio, según explica Lloyd.

La coronación de Jorge IV, en 1821, fue sin duda alguna la más suntuosa y extravagante de todas, y sería el último banquete de coronación. Jorge quería superar a Napoleón, cuya ceremonia celebrada unos años antes fue juzgada como magnífica. Sin embargo, muchas cosas salieron mal.

Carolina de Brunswick, de la que estaba separado, intentó entrar a la abadía, pero se lo impidieron. El propio Jorge, deseoso de que el pueblo viera su magnífico atuendo real, seguía adelantándose a los barones que debían sostener el dosel sobre él, por lo que estos tuvieron que correr tras él.

Sin embargo, la verdadera diversión comenzó en su fastuoso banquete, explicó Farris, en el que más de 2 mil invitados abarrotaron el Westminster Hall, observados por otros miles sentados en las gradas, bajo un calor tan sofocante que la gente empezó a desmayarse.

La sala estaba iluminada por enormes candelabros. “Tienen miles de velas alumbrando este acontecimiento, pero los protectores de goteo que hay debajo de las velas no son lo bastante grandes. Y en un momento determinado, del techo simplemente empieza a llover cera derretida”, comentó Farris.

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El rey Jorge VI y la reina Isabel con sus hijas la princesa Isabel y la princesa Margarita tras la coronación en 1937. Foto: PA

Están vestidos con sus finas sedas y satenes impregnados de muchos hilos de oro, y les llueve cera. “Existe una descripción cómica de personas que miran hacia arriba y, al hacerlo, sus rostros quedan absolutamente salpicados, con lo que se deshace todo su maquillaje”.

Por el contrario, el sucesor de Jorge IV, el parco Guillermo IV, celebró una ceremonia tan pequeña en 1831 que fue apodada la “Nación de la Media Corona”.

Por su parte, no se ensayó lo suficiente la coronación de la reina Victoria en 1838, sus damas de honor se tropezaban con los cortejos y los altos cargos del clero se perdieron durante el servicio. No obstante, uno de los principales contratiempos fue que se fabricó el anillo de la coronación para el dedo equivocado.

“Algo se malinterpreta cuando se hace el pedido al orfebre”, explicó Farris. Destinado para el cuarto dedo anular, el anillo fue hecho para el meñique.

“De modo que este anillo es demasiado pequeño. Cuando llega la parte de la ceremonia en la que el arzobispo de Canterbury se lo pone en el dedo, no le queda bien. Pero como le interesa el protocolo, se lo pone a la fuerza. La reina Victoria realmente escribió en su diario posteriormente que tuvo que ponerse hielo en el dedo para quitárselo. Y fue muy doloroso”.

Este artículo fue modificado el 2 de mayo de 2023. Una versión anterior indicaba que Jorge III era hijo de Jorge II en lugar de nieto.

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