Por qué la coronación del rey Carlos no parece el inicio de una nueva era
La supuesta preferencia del rey por una ceremonia más modesta, dicen los expertos, se debe en parte a que el Reino Unido ya no tiene capacidad para celebrar un espectáculo como el de 1953. Foto: Max Mumby/Indigo/Getty Images

Nadie menor de 75 años puede tener más que el recuerdo más vago de la última vez que hicimos esto. Gran Bretaña no ha sido testigo de una coronación desde 1953, e incluso aquellos que recuerdan la coronación de Isabel II no tendrán mucho que les sirva de guía. Ahora somos un país diferente, y el rey Carlos es un futuro monarca muy diferente, aunque solo sea por un hecho simple e inevitable: es un rey viejo.

No empecemos con él, sino con nosotros. La Gran Bretaña de 1953 apenas se reconocería a sí misma en la Gran Bretaña de 2023. Obviamente, todo el mundo se ha transformado. Si se pregunta a alguien que recuerde la última coronación, no tardará en hablar sobre la emoción novedosa de ver la ceremonia por televisión en vivo, tal vez en casa de un vecino que era la única persona de la calle lo suficientemente afortunada como para poseer un “set”. En la actualidad, casi cada uno de nosotros lleva una supercomputadora en el bolsillo, equipada con una pantalla capaz de transmitir en vivo imágenes en color de cualquier lugar de la Tierra, o incluso de un planeta lejano.

Los cambios introducidos en Gran Bretaña son especialmente marcados. No mucho tiempo antes de subir al trono, Isabel se consagró famosamente a una vida de servicio a la “gran familia imperial a la que todos pertenecemos”.

En 1953, la India apenas llevaba seis años de independencia y el imperio británico aún se extendía por todo el mundo. Es cierto que el país había quedado exhausto por la guerra contra el fascismo, sin embargo, Gran Bretaña seguía siendo una potencia militar de gran peso. Más de 40 mil soldados participaron en la coronación de Isabel –de un ejército que contaba con más de 850 mil soldados– acompañados por 24 bandas militares y una inspección naval en Spithead en la que participaron 190 barcos.

En la actualidad, el personal de las fuerzas armadas británicas se ha reducido a menos de 150 mil militares. Como señaló la Unidad de Constitución de la University College de Londres en un documento reciente, el Reino Unido “todavía tiene una monarquía internacional, ya que el rey es jefe de Estado de otros 14 países”, sin embargo, “ya no es una gran potencia internacional”.

Si las ceremonias que se celebrarán este fin de semana son más modestas que las de hace 70 años, se deberá en parte a la supuesta preferencia del nuevo rey por una monarquía más moderna y reducida. También se deberá a que, como dicen los académicos de la UCL, “el Reino Unido ya no tiene capacidad para organizar nada parecido (al) espectáculo” que instauró su madre.

En lo que respecta a “la gran familia imperial”, en 1953 pocos planteaban preguntas contundentes sobre lo que Gran Bretaña había hecho en nombre del imperio; en su lugar, la preocupación del momento consistía en saber cómo Gran Bretaña había empezado a perderlo. La idea de que algún día se pediría a un rey que rindiera cuentas y se disculpara por los crímenes del imperio, entre ellos el hecho de que la corona lucró con la esclavitud, habría parecido una perspectiva tan remota e inimaginable como un tuit.

Por qué la coronación del rey Carlos no parece el inicio de una nueva era - Elizabeth-1280x963
La reina Isabel II es coronada en la Abadía de Westminster el 2 de junio de 1953. Foto: AP

Otro cambio es tan profundo que apenas lo percibimos. La generación de 1953 habría interpretado la coronación como un acontecimiento religioso, y no solo porque se celebrara en la Abadía de Westminster. Los encuestadores descubrieron que el 34% de los británicos de 1950 creían que Isabel fue puesta en el trono por la mano de Dios. No obstante, en 1992, en una encuesta no se encontró ni un solo encuestado que tuviera siquiera idea de que la monarquía poseía una dimensión religiosa.

El rey Carlos hereda un reino en el que no solo ha desaparecido la creencia en el derecho divino de los reyes, sino la creencia misma. Menos de la mitad de la población de Inglaterra y Gales, un escaso 46.2%, se identifica como cristiana, según indica el censo de 2021, y un 37.2% dice que no profesa religión alguna.

Muchas personas verán una misa anglicana por televisión este fin de semana, pero menos del 2% asiste a ellas con regularidad. La coronación del rey Carlos será más inclusiva que la anterior, ya que contará con la presencia de representantes de otros credos, aunque él jurará ser Defensor de la Fe, es decir, del protestantismo, en lugar del más ecuménico “defensor de la fe”, como sugirió en una ocasión que era su preferencia. Este pluralismo se deriva evidentemente de una convicción del rey, pero también es –al igual que la relativamente reducida fastuosidad– un reconocimiento de la realidad.

Lo mismo ocurrirá con otros cambios ceremoniales. Se hará un reconocimiento más explícito de que este es un reino compuesto por varias naciones, lo cual reflejará los acuerdos de descentralización en Escocia, Gales e Irlanda del Norte, que en 1953 aún estaban a décadas de alcanzarse.

Los pares tendrán un papel menos importante, una referencia al hecho de que la mayoría –aunque, increíblemente, no todos– de los pares hereditarios perdieron sus escaños en la Cámara de los Lores en el último gobierno laborista. Cabe esperar que algunos de los rituales más arcaicos, como el que obliga a los distintos nobles a reivindicar su derecho a prestar servicios al monarca en un “tribunal de reclamaciones”, se vean reducidos o eliminados discretamente.

Es posible que estas enmiendas se ofrezcan como prueba de los instintos modernizadores del nuevo rey, no obstante, también serán resultado del reconocimiento pragmático de que existen ciertos límites en cuanto a la cantidad de farsas feudales que los británicos contemporáneos están dispuestos a tolerar.

Por qué la coronación del rey Carlos no parece el inicio de una nueva era - Elizabeth2
La reina Isabel II y el duque de Edimburgo con su hijo el príncipe Carlos y su hija la princesa Ana junto a otros miembros de la familia real en el palacio de Buckingham tras su coronación. Foto: PA

Así pues, el 6 de mayo de 2023 será anunciado como la coronación del pueblo que somos ahora, en lugar del país que éramos antes. No obstante, ninguno de estos cambios aborda la principal diferencia entre el pasado y el presente. En 1953, una nación maltrecha por la guerra, con su cartilla de racionamiento todavía guardada en un cajón de la cocina, se reunió para asistir a la unción de una joven reina. Ese acto en sí mismo parecía ser un presagio de renovación. Isabel era una madre primeriza, que había dado a luz dos veces y que lo haría otras dos veces como reina.

Su hijo es un rey viejo, que ya es abuelo. De hecho, a sus 74 años, es el nuevo monarca, hombre o mujer, de mayor edad que recibe la corona. Sus más inmediatos competidores por ese título quedan muy rezagados. Guillermo IV aún no había cumplido los 65 años cuando ascendió al trono en 1830.

Eduardo VII, al igual que Carlos, un príncipe de Gales aparentemente eterno que pasó la mayor parte de su vida esperando suceder a su madre, la reina Victoria, subió al trono a los 59 años. Incluso Jorge IV, otro hijo obligado a esperar eternamente a un padre longevo, tenía tan solo 57 años cuando murió Jorge III y la corona finalmente pasó a ser suya. El rey Carlos ha tenido que esperar más tiempo que nadie. En la época en que su madre alcanzó la edad que él tiene ahora, ella se estaba preparando para su jubileo de oro.

Por qué la coronación del rey Carlos no parece el inicio de una nueva era - Elizabeth4-1280x768
A sus 74 años, el rey Carlos es el nuevo monarca, hombre o mujer, de mayor edad que ha recibido la corona. Foto: Palacio de Buckingham/Getty Images

Constituye una herencia complicada, y no solo porque puede que existan pocos ejemplos más difíciles de seguir que el de un jefe de Estado que, incluso los republicanos más incondicionales tuvieron que admitir, prácticamente no cometió errores a lo largo de siete décadas. No, se me ocurre otro legado: concretamente el lugar que ocupa un rey de edad avanzada en la memoria popular de estas islas.

“Un rey viejo, loco, ciego, despreciado y moribundo”, son las palabras iniciales de Inglaterra en 1819, el soneto de Shelley que describe un país gobernado en aquel entonces por un Jorge III enfermo que parecía haber perdido no solo las colonias estadounidenses cuarenta y tantos años atrás, sino también la razón. Gracias en parte a la exitosa obra de teatro y película de Alan Bennett La locura del rey Jorge, esa imagen del monarca decadente perdura en el imaginario colectivo. “Las últimas obras de Shakespeare podrían transmitir un mensaje útil al nuevo rey: ‘Sé un viejo simpático y sabio'”.

Por supuesto, ya se encontraba ahí. En la Biblia, quizás se asocie la edad con la sabiduría, sin embargo, en el canon literario inglés, el viejo rey más famoso es también el más insensato. Generaciones de estudiantes y público de teatro han crecido analizando y observando al Rey Lear en su caída en la vanidad, el delirio y, al igual que Jorge III, en una aparente locura.

Ciertamente, en esas historias Lear y Jorge se encontraban en los últimos años de su reinado; el rey Carlos se encuentra al principio del suyo. No obstante, mientras que Isabel se benefició de las asociaciones culturales vagas, e incluso subliminales, que provoca el ascenso de una reina joven –Boudica, Isabel I, Victoria–, la llegada de un rey mayor despierta menos interés en la memoria colectiva.

Por qué la coronación del rey Carlos no parece el inicio de una nueva era - Elizabeth5
En la literatura inglesa, el viejo rey más famoso también es, inevitablemente, el más necio. El rey Lear interpretado por Robert Stephens en 1993. Fotoa: Tristram Kenton/The Guardian

Aun así, el rey Carlos puede encontrar consuelo en otras partes del canon. En las últimas obras de Shakespeare, una vez que el escritor se acercaba a la etapa final de su vida y de su carrera, adoptó una postura más benigna respecto a aquellos monarcas cuyos rostros se vuelven arrugados y cuyos cabellos se vuelven canosos.

Al estudioso de la literatura, el profesor John Mullan, le sorprende que tres de las obras del cuarteto final –Cuento de invierno, Cimbelino y La tempestad– traten sobre “gobernantes que envejecen y tienen que aceptar traspasar el poder a la siguiente generación”.

Ya sea en Leontes, Próspero o Cimbelino, el Shakespeare anciano ofrece una alternativa al modelo de Lear: un soberano crepuscular que acepta que su época de esplendor ha terminado, que se ha vuelto apacible y se contenta con cuidar a quienes le seguirán.

Mullan sugiere que las últimas obras del poeta podrían transmitir un mensaje útil al nuevo rey: “Sé un viejo simpático y sabio, y cuida al príncipe Guillermo y a Kate. Eso es lo que Shakespeare hubiera querido”.

Esa puede ser una estrategia inteligente; en realidad, puede ser en la que el rey Carlos ya esté trabajando. Él no puede repetir el truco que empleó su madre en 1953 y posteriormente, actuando como una pantalla en blanco en la que los británicos pudieran proyectar lo que quisieran.

Ella era lo suficientemente joven como para ser alguien vacío. No obstante, el rey Carlos lleva tanto tiempo esperando, formado en la fila para el trono desde el día de su nacimiento en noviembre de 1948, que ya es una persona totalmente conocida.

Donde Elizabeth mantenía la distancia y el misterio, él siempre ha estado presente desde el gobierno de Attlee. Como el personaje epónimo de The Truman Show, creció frente a nosotros y en la era de la televisión. Ha concedido entrevistas –algo que ella nunca hizo–, entre ellas una en la que admitió haber sido infiel a una mujer que gran parte del público británico adoraba.

Se escuchó su voz en una conversación íntima con la mujer que él mismo adoraba –y que ahora es su esposa– confesando una fantasía cuyo recuerdo aún puede hacer que uno se ruborice o se estremezca, dependiendo de su humor. La última temporada del drama de Peter Morgan dio lugar a una serie de útiles explicaciones en internet para los espectadores más jóvenes, con titulares como “Sí, el Tampongate de The Crown ocurrió de verdad”.

No se trata únicamente de los años que ha pasado en el centro de la atención pública. También es por lo que ha hecho mientras ha estado ahí. Isabel comprendió que el papel de monarca constitucional requería una profunda neutralidad: más que un voto de silencio sobre cualquier tema polémico, el papel exigía una ausencia incluso de indicios del estado mental real.

Eso fue posible para la difunta reina, porque efectivamente permaneció en silencio como heredera. Pero ese no es el caso del rey Carlos. “Hay suficientes antecedentes en el historial del rey Carlos como para enfurecer a la derecha y enardecer a la izquierda, y viceversa”.

Es posible que a muchos progresistas les guste atribuirle ahora el mérito de visionario, por su temprano interés por el medio ambiente o por el respeto que mostró a otras religiones, incluido el islam. Otros pueden criticarlo por su postura conservadora en materia de arquitectura o por la explotación de su posición, que lo llevó a bombardear regularmente a los ministros del gobierno con las infames “cartas de la araña negra”, reveladas por este periódico en 2015, en las que los presionaba para todo tipo de asuntos, desde el equipo para las tropas británicas en Irak hasta las medicinas alternativas elaboradas a base de hierbas.

Hay suficientes antecedentes en el historial del rey Carlos como para enfurecer a la derecha y enardecer a la izquierda, y viceversa. Las posturas concretas son menos importantes que el hecho de que existan. Él no constituye una hoja en blanco para nadie. El rey es consciente del problema desde hace tiempo, comenta un exasistente: “Él reconocía, y se autocriticaba, esta etiqueta de entrometido”.

En los últimos años, a medida que se avecinaba su ascenso al trono, cambió de táctica. Redujo el número de lo que el exasesor diplomático denomina “conversaciones dirigidas” –es decir, las conversaciones con funcionarios y ministros–, y cuando antes se lanzaba a la polémica, empezó a evitarla. Se rumoraba que asistiría a la cumbre COP sobre la crisis climática que se llevó a cabo en Sharm el-Sheikh el pasado mes de noviembre, sin embargo, se canceló su asistencia de forma discreta. “No lo he visto decir ni hacer nada polémico en años”, comenta el exfuncionario.

Por qué la coronación del rey Carlos no parece el inicio de una nueva era - Elizabeth6
Esa imagen del monarca decadente, personificada en La locura del rey Jorge, perdura en el imaginario colectivo. Foto: Channel Four/Allstar

La estrategia ha dado sus frutos en su mayor parte. Lo que anteriormente era radioactivo ahora es un poco aceptado. Consideremos la posición de su esposa. En el punto más crítico de la guerra con Diana, Camila era una figura de odio para la prensa sensacionalista, denigrada como la mujer que se interpuso entre un príncipe y su princesa de cuento de hadas.

Incluso cuando los autodenominados “Fred y Gladys” se casaron en 2005, muchos daban por sentado que a Camila nunca se le permitiría ser más que una consorte del rey, que el país no la aceptaría como reina.

No obstante, fijémonos en la invitación oficial de la coronación. Se prestó mucha atención al diseño lúdico, campestre, casi pagano de Merrie England, pero no menos llamativas resultaron dos simples palabras: “Reina Camila”. Sin condiciones, ni peros, ni calificativos.

Lo que antes provocaba la indignación en la calle Fleet Street, ahora se acepta con una expresión de indiferencia o incluso con una afectuosa ternura por una pareja septuagenaria cuyo amor ha sido evidentemente una aventura de toda la vida. Sin embargo, nada de eso equivale a popularidad.

Tras la muerte de Isabel, YouGov reveló un aumento en el porcentaje de británicos que tienen una opinión positiva del rey Carlos, pero el aumento solo lo hizo pasar de la mitad del 40% al 55%.

Eso convierte al rey únicamente en el quinto miembro más popular de su propia familia, detrás de Kate, el príncipe Guillermo, su hermana la princesa Ana y, todavía al frente, su difunta madre, que solía alcanzar un índice de aprobación de unos 70 puntos y que ahora se sitúa en el 80%. (Harry, Meghan y el príncipe Andrés languidecen en la parte inferior de la tabla de clasificación: si existiera una zona de descenso real, ellos estarían en ella).

Es posible que la coronación ayude, pero ni siquiera este fin de semana ofrece una perspectiva despejada. El mes pasado, una encuesta realizada por YouGov para el programa Panorama de la cadena BBC reveló que existe un amplio apoyo a favor de mantener la monarquía, y que los británicos la prefieren a tener un jefe de Estado electo por una mayoría del 58% frente al 26%.

A simple vista, esas cifras dan la impresión de un estancamiento del republicanismo, atrapado en su eterno nivel de apoyo de aproximadamente una cuarta parte de la población británica. Sin embargo, si indagamos más allá de las cifras principales, la situación del palacio es mucho menos tranquilizadora.

Entre las personas de 18 a 24 años, solo el 32% está a favor de la monarquía como método de elección del jefe del Estado; el 38% prefiere las elecciones. El apoyo entre las personas mayores de 65 años se mantiene sólido como una roca en el 78%, aunque entre los jóvenes –reforzado quizás por aquellos que suelen ponerse del lado de los Sussex en las guerras de los Windsor– el futuro de la monarquía dista mucho de estar garantizado.

Una vez que las ceremonias concluyan el sábado, una vez que se retiren los estandartes y los caballos vuelvan a sus establos, no habrá ninguna otra gran ocasión real a la vista: los príncipes están casados, no hay jubileos ni hitos marcados en el calendario. En su lugar, el reinado del rey Carlos III comenzará en serio.

En las últimas décadas de la segunda era isabelina, muchos imaginaron que el ascenso de su hijo acarrearía grandes cambios, incluso crisis, para la monarquía. O bien el fallecimiento del activo más importante de la familia real suscitaría dudas nacionales sobre el valor de la institución sin Isabel en ella –un momento republicano–, o bien daría lugar a una serie de reformas lideradas por el hombre que durante tanto tiempo se presentó a sí mismo como un modernizador frustrado, limitado por las costumbres conservadoras y serias de la vieja guardia del palacio y de sus padres.

Por qué la coronación del rey Carlos no parece el inicio de una nueva era - Elizabeth8
El príncipe Carlos tras ser nombrado príncipe de Gales. Foto: Central Press/AFP/Getty Images

Al final, no fue ninguna de esas situaciones, aunque pocos apostarían en contra de que surgiera un movimiento republicano en uno o más de los otros 14 países que heredó el rey Carlos como jefe de Estado. El país se despidió de una matriarca muy querida, y después pareció seguir adelante.

Por su parte, el nuevo rey quizás esté demasiado acostumbrado, demasiado apegado, a la vida de lujo real que siempre ha conocido –las grandes casas, los automóviles majestuosos, el séquito de lacayos– como para adentrarse demasiado en la monarquía sencilla que sus inclinaciones ecológicas y espirituales parecieron prometer en su momento.

El resultado es que la coronación del sábado representa algo muy diferente de la ceremonia celebrada en 1953: no es el comienzo de una nueva era, sino más bien la conclusión de la anterior.

Síguenos en

Google News
Flipboard