Una historia de abusos en los programas de migración infantil en Reino Unido
Niños cargando maletas con la etiqueta Fairbridge farm school (granja escuela Fairbridge), Molong, después de su llegada a Australia. Miles de niños 'emigrados' fueron enviados a granjas escuela y a otras instituciones que les prometían educación y oportunidades.

La promesa que hicieron los sucesivos gobiernos del Reino Unido a los niños británicos pobres y desamparados que fueron separados de sus familias y enviados a miles de kilómetros de distancia a las colonias de Gran Bretaña en el siglo pasado era sencilla: tendrían una mejor vida.

Decenas de miles de jóvenes fueron “emigrados” de este modo, y llegaron a “granjas escuela” y otras instituciones gestionadas por gobiernos coloniales, organizaciones benéficas e instituciones religiosas, atraídos por la promesa de “educación y oportunidades”.

La realidad era radicalmente distinta: muchos sufrieron espantosos abusos emocionales, físicos y sexuales, y se vieron obligados a vivir en condiciones de hacinamiento y a subsistir con escasas raciones. Fue una experiencia que dañaría a muchos de ellos de forma irreparable, y un escándalo que no se reconocería por completo hasta este siglo.

La Fairbridge Society fue uno de los operadores más destacados de los programas británicos de migración infantil. Fue creada en 1909 y fue una patrocinadora entusiasta –y con buenos contactos– de los programas, que creía que salvarían a los jóvenes de la corrupción de la pobreza interna al tiempo que repoblarían las poblaciones blancas del imperio.

Entre sus primeros partidarios se encontraba el entonces príncipe de Gales –posteriormente rey Eduardo VIII–, que donó mil libras (unos 22 mil pesos) a Fairbridge en 1934, declarando: “Esto no es caridad. Es una inversión imperial”. La princesa Isabel, posteriormente reina Isabel II, donó 2 mil libras (unos 44 mil pesos) de su regalo de bodas a Fairbridge en 1948.

Las denuncias de abuso y maltrato en Fairbridge, así como en otros hogares y escuelas para niños migrantes, comenzaron a surgir después de la Segunda Guerra Mundial. El Ministerio del Interior del Reino Unido intentó incluir algunas de estas escuelas en una lista negra a mediados de la década de 1950, no obstante, sus planes fueron descartados tras la presión ejercida por poderosas personalidades, entre ellas Su Majestad el duque de Gloucester, que en aquel momento era el presidente de la sociedad.

Los programas de niños migrantes gradualmente perdieron popularidad, aunque algunos siguieron funcionando hasta 1980. Un niño migrante, David Hill –que fue enviado a la granja escuela de Fairbridge, en Nueva Gales del Sur, Australia, en 1959– publicó un libro titulado The Forgotten Children en 2007, en el que entrevistó a muchos de sus compañeros supervivientes.

Hill, exdirector de la Australian Broadcasting Corporation, comentó a The Guardian en 2016: “Fui tratado ilegalmente y sometido a palizas públicas… Pero no abusaron sexualmente de mí como de tantos otros. Esos abusos eran terribles y te rompían el corazón. Niñas y niños de tan solo cinco y seis años que eran abusados con regularidad, y que sufren daños irreparables”.

En 2017, cuando el exprimer ministro británico Gordon Brown describió los programas de migración infantil ante la investigación independiente del Reino Unido sobre el abuso sexual infantil como “tráfico inducido por el gobierno”, ya se conocía ampliamente toda la magnitud del escándalo, y muchas víctimas habían logrado obtener indemnizaciones de los estados y los gobiernos nacionales.

Muchos supervivientes de los programas son ahora ancianos y tienen mala salud, y el último episodio de su lucha para conseguir indemnización y justicia –esta vez con el Prince’s Trust, que se fusionó con Fairbridge en 2012– bien podría ser uno de sus últimos actos de lucha.

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