La crisis climática está haciendo que los insectos huyan a zonas más altas
Imagen de Paul Tansley/Observer Design.

En los Alpes y los Apeninos del sur de Europa, casi todos los escarabajos longicornios se desplazan cuesta arriba, y muy arriba en las cimas, el aislamiento de una mariposa café con alas de puntas naranjas la está llevando a la extinción. Se trata de una imagen de una tendencia mundial. Con el aumento de las temperaturas y la creciente presión sobre la biodiversidad, los insectos vitales para nuestros ecosistemas no solo se desplazan hacia el norte y el sur, sino también a zonas más altas.

Las investigaciones demuestran que muchos animales están realizando desplazamientos similares, pero los altos niveles de movilidad de los insectos y sus cortos tiempos de generación les permiten reaccionar rápidamente a los cambios, lo que significa que la tendencia ascendente puede producirse con rapidez. Los abejorros de los Pirineos se han desplazado en promedio más de un metro al año hacia zonas más altas, y algunas especies realizan viajes considerablemente más largos. Las polillas del monte Kinabalu, en Borneo, han seguido su ejemplo.

Todo esto los convierte en un indicador útil de la velocidad del calentamiento global y de las repercusiones ecológicas en las zonas de mayor altitud, que suelen ser focos de biodiversidad y refugios de especies endémicas. Para intentar comprender sus implicaciones, los científicos están preparando sus mochilas y amarrándose sus botas de montaña.

“Si quieres rastrear el cambio climático en una montaña, tienes que recorrer unos metros. Para hacerlo en latitudes, pero en terreno llano, hay que desplazarse muchos kilómetros”, comenta la profesora Jane Hill, de la Universidad de York, que lleva años estudiando los insectos en zonas elevadas del Reino Unido y los trópicos.

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Arriba y lejos: polillas geométridas como las Plutodes flavescens suben por las pendientes del monte Kinabalu, Borneo. Foto: Biosphoto/Alamy

Aunque el gran cambio de altitud es inquietante en sí mismo, los estudios también han demostrado que la reproducción y el desarrollo se pueden ver afectados a medida que los insectos se desplazan a zonas más altas. Sencillamente, se desconocen otros posibles efectos.

Lo que resulta indudablemente cierto es que su hábitat no es uniforme y, en general, la mayor amenaza existencial no se cierne sobre aquellos que emprenden las primeras incursiones desde las tierras bajas.

En el caso de las especies que se han adaptado desde hace tiempo al aire más frío de las pendientes más altas, existen límites fijos en cuanto a la distancia que pueden recorrer para encontrar condiciones propicias para la supervivencia. Y, sin embargo, más de la mitad de los insectos que habitan en las montañas que se han estudiado se desplazan hacia zonas más altas.

Un insecto de montaña muy importante para Hill es la montañesa ojitos (Erebia epiphron), una especie prioritaria en el plan de acción para la biodiversidad del Reino Unido. Tras colonizar el Reino Unido después de la última era del hielo, esta mariposa de color café oscuro con “manchas oculares” naranjas en las alas se ha retirado en dirección al norte y hacia zonas más altas, hasta el punto de que ahora solo existe en las grandes altitudes de Escocia y el Distrito de los Lagos. Este aislamiento ha provocado que las poblaciones sean genéticamente distintas.

“No se trata de una mariposa en la que uno trabaje si no le gusta escalar muchas montañas”, comenta Hill. “Sin embargo, el resultado es fabuloso porque te encuentras en la cima de estas montañas con hermosas vistas despejadas, porque, por supuesto, las mariposas solo vuelan cuando hace buen clima”.

Si no se invierten las tendencias imperantes o se emprende alguna intervención creativa, es probable que estas escenas sean cada vez menos frecuentes. “El trabajo que hemos hecho surge desde la perspectiva de conservar su diversidad genética única. Las predicciones sobre el cambio climático sugieren que al final de las próximas décadas las poblaciones desaparecerán y potencialmente las perderemos”, señala.

La montañesa ojitos no es la única mariposa Erebia amenazada. Otras especies como la argus escocesa (Erebia aethiops), también de Gran Bretaña, y la Erebia pandrose, de Italia y otros lugares, también están sufriendo las consecuencias de la presión térmica y genética. La extinción local de estas especies existe desde hace mucho tiempo, y el calentamiento global es una de las causas principales. La cuestión de si esto conducirá a una desaparición más general depende de lo que ocurra ahora.

En ecología, encontrar la “prueba irrefutable” que explique claramente cualquier fenómeno suele ser una tarea esquiva, y lo mismo ocurre en este caso. Los desplazamientos hacia las zonas altas están asociados a factores que trascienden el clima; el paquete de “factores de estrés” es sinónimo del denominado “apocalipsis de los insectos”. Para el Dr. David Roy, del Centro de Ecología e Hidrología, el Reino Unido es un buen ejemplo de esto.

“Si pensamos en las especies de las tierras altas de Inglaterra, lo normal es que vivan en hábitats como páramos o pantanos. Se están construyendo casas en esos hábitats, se están cultivando o se están explotando de forma más intensiva. Por tanto, se están perdiendo muchas de esas especies, independientemente del clima. Pero creo que la evidencia indica que el clima está aumentando esa presión”.

La pérdida de hielo y nieve es sinónimo de calentamiento global, y su impacto se hace notar en los insectos de tierras altas que crecen tanto en la tierra como en el agua.

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Retirada a las montañas: los escarabajos longicornios, como Rosalia alpina, se alimentan de madera en descomposición. Si el calentamiento global provoca la desaparición de su fuente de alimento, tendrán que desplazarse. Foto: Biosphoto/Alamy

Se han hecho algunas funestas predicciones sobre la pérdida de hábitat de los insectos acuáticos en las zonas altas debido al deshielo de los glaciares, que repercute en la temperatura y el flujo de los ríos y arroyos. Dado que estas especies suelen pasar la mayor parte de su vida en el agua cuando están en su fase juvenil, no es de extrañar que el 51% de las especies de agua dulce de gran altitud ahora estén clasificadas como “altamente vulnerables”.

En el caso de las especies terrestres de montaña, la capa de nieve puede actuar como amortiguador frente a las condiciones extremosas. Si se derrite, existe la posibilidad de que la situación se vuelva mucho más difícil para aquellas cuyo desarrollo depende de la nieve como “manta” aislante para protegerse en su momento de mayor fragilidad.

“Algo en lo que la gente no piensa tanto es en el contexto: la forma en que el medio ambiente o el clima tienen efectos diferentes en la fase de huevo o en las fases larvarias de los insectos”, comenta la profesora Christy McCain, que dirige el Mountain Lab de la Universidad de Colorado. “Siempre solemos hacer mediciones en los adultos y en verano, pero quizás ese no sea el momento más crítico en cuanto a los efectos del cambio climático, y sobre todo en las montañas, donde hace muchísimo frío y se vuelve muy seco”.

McCain cree que la forma en que se han recopilado históricamente los datos está dificultando su comprensión, puesto que hay un exceso de especímenes de museo procedentes de zonas bajas y un menor número de zonas altas. Y aunque se han realizado numerosos estudios sobre mariposas y polillas, se han ignorado muchos otros grupos.

“No hay duda de que existe un sesgo hacia determinadas especies carismáticas. El resto de los insectos, simplemente, son muy diversos y sabemos muy poco sobre ellos”, comenta.

Para ilustrar su punto de vista, menciona la investigación sobre escarabajos carroñeros que realizó un estudiante de su laboratorio. La investigación demostró que la tolerancia al clima puede ser una característica heredada de este grupo vital de insectos, que desempeñan un papel fundamental en la descomposición y viven en microhábitats que podrían ofrecer cierta protección frente a las condiciones extremosas. El simple hecho de que insectos como estos han existido desde el Cretácico, sobreviviendo a cambios climáticos increíbles, también puede favorecer su adaptación en la actualidad.

No existe nada parecido a un “insecto estándar” o a una reacción al cambio medioambiental. En el caso de algunos grupos, es posible que cuanto más grandes sean y más se puedan desplazar, mayores serán sus posibilidades. Tampoco existe un hábitat genérico en las tierras altas, y esto también podría ser una salvación.

Los microclimas pueden tener repercusiones desproporcionadas en las zonas de mayor altitud, con características del paisaje que den lugar a zonas más frías y más cálidas. En algunos lugares, es posible mitigar en cierta medida los efectos climáticos, lo cual permite que las especies más expuestas resistan las condiciones.

“En zonas como los Pirineos, se observa una deserción bastante generalizada de la agricultura tradicional en hábitats montañosos, fundamentalmente porque es un trabajo duro. Los jóvenes se mudan a las ciudades, y la generación de mayor edad que solía cultivar estos lugares ya no está aquí o ha desistido”, explica Roy.

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Escarabajos carroñeros como el Necrophila americana podrían ser resistentes a la crisis climática. Foto: Danita Delimont/Alamy

“Algunos de esos hábitats se están volviendo más boscosos, y es posible que esto esté produciendo el efecto de enfriar esos entornos al mismo tiempo que el clima se calienta, y eso podría amortiguar la pérdida de algunas de estas especies”.

Debido a su enorme contribución a la biomasa de los ecosistemas, los cambios en el hábitat y el comportamiento de insectos sociales como las hormigas, las termitas y las abejas constituyen un ámbito propicio para el estudio, señala el Dr. Tom Rhys Bishop, de la Universidad de Cardiff.

Su trabajo permite destacar el matiz que subyace en los debates sobre el clima, la pérdida de hábitats y la biodiversidad. En los trópicos, las especies de hormigas que anidan a nivel del suelo parecen verse menos amenazadas por el aumento de las temperaturas que las que anidan en las copas de los árboles o en la hojarasca, sencillamente porque, en respuesta al cambio, simplemente pueden excavar sus nidos a mayor profundidad. Las hormigas han demostrado tener la capacidad de adaptarse tanto a condiciones cálidas como frías.

El enorme impacto de las colonias de hormigas en los ecosistemas podría ser de gran utilidad para esclarecer otra cuestión importante: el impacto que tienen las nuevas especies que llegan a las zonas más altas sobre las que ya habitan ahí.

Tal como están las cosas, el panorama no es claro. En los Montes Apalaches, la Aphaenogaster rudis, una especie de hormiga que tradicionalmente habita en zonas de baja altitud, está desplazando a la Aphaenogaster picea, una especie estrechamente emparentada pero adaptada al frío, a medida que se desplaza hacia zonas más altas. En Sudáfrica, una de las zonas de interés de Bishop, aún no se han observado fenómenos similares. Aún existen grandes incógnitas sobre estas interacciones, así como cuestiones mucho más fundamentales.

“Con el cambio climático, todo se volverá en promedio más caluroso, pero también más seco. Eso supone un gran estrés. Pero tenemos muy poca información sobre cómo reaccionan muchos organismos a la desecación y la aridez. Por eso, yo diría que es fundamental disponer de más información sobre la tolerancia fisiológica y el comportamiento”, comenta Bishop.

En el caso de los insectos sociales, como las hormigas, las abejas y las termitas, para comprender plenamente el estado de la situación en cualquier cambio de hábitat hay que fijarse en las cifras.

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Andando en la cuerda floja: la población británica de la mariposa argus escocesa está amenazada por la crisis climática. Foto: Mark Hicken/Alamy

“Es difícil saber, por ejemplo, cuántas hormigas reinas nuevas han creado colonias. Se trata de un problema práctico muy distinto al de saber cuántas crías de elefante nacieron este año en el Parque Nacional Kruger, donde podemos observar a todos los elefantes, etiquetarlos y seguirlos”, señala.

“Dominar estas cuestiones de nivel poblacional es verdaderamente importante para entender las respuestas al cambio climático, y sin embargo estamos casi completamente a ciegas en cuanto a cuáles podrían ser esos patrones en el caso de las hormigas y todos los demás insectos sociales”.

El rastreo de hormigas no es el único problema logístico al que se enfrentan las personas que recopilan datos para cubrir lagunas de conocimiento considerables.

El simple hecho de que las montañas puedan ser remotas y de difícil acceso constituye una barrera fundamental, aunque se podría solucionar con una mezcla de datos de “ciencia ciudadana” de quienes visitan las regiones montañosas y de métodos automatizados.

“En cierto modo, pasamos de decir: ‘Los insectos nos han enseñado algunas cosas realmente importantes sobre cómo los humanos están alterando los paisajes’, a pensar en la actualidad: ‘Bien, ahora que están cambiando y mostrando estos cambios, y que el cambio climático resulta perjudicial para muchas especies, ¿qué podemos hacer para pensar en cómo conservarlas?’”, explica Hill.

Una de las propuestas más radicales consiste en ayudar a las especies genéticamente aisladas que se encuentran en los límites de su hábitat a encontrar hogares adecuados. Esto podría significar la introducción de especies en zonas desocupadas que tengan un clima adecuado para preservar su ADN, o bien trasladarlas a zonas donde haya poblaciones existentes, lo que podría mejorar la diversidad genética, así como su capacidad para adaptarse a nuevos cambios.

Aunque la lógica subyacente de un plan de este tipo parece acertada, la idea de que el ser humano traslade insectos de un lugar a otro suele suscitar la preocupación de que tal intervención tenga efectos no deseados en los ecosistemas. Hill no se deja disuadir.

“Creo que podríamos reunir a aquellos que tienen conocimiento sobre cómo hacerlo con éxito, y después redactar unas buenas normas”, señala.

Suponiendo que se considere que los riesgos son bajos, entonces habría que determinar si las organizaciones ecologistas están dispuestas a invertir en la idea. Es relativamente fácil conseguir apoyo para proyectos que protegen los hábitats de insectos fácilmente reconocibles y que aportan beneficios evidentes, como la polinización en las tierras bajas. En el caso de la biodiversidad que para muchos cae en la categoría de “ojos que no ven, corazón que no siente”, quizá sea necesario un argumento más sólido.

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