El mundo está hambriento de cocaína y feliz comprando droga, pero hay países devastados que pagan el precio
Policías vestidos de civil detienen a unos sospechosos en Guayaquil (Ecuador), en medio del aumento de la violencia de las bandas en el país sudamericano. Foto: John Moore/Getty Images

Lo que ocurrió en Ecuador hace unas semanas, cuando el país se sumió en la violencia de las bandas y millones de periodistas de televisión fueron vistos replegados frente a personas que les apuntaban a la cabeza con armas de gran potencia, se ha descrito de muchas maneras, sin embargo, en retrospectiva, puede definirse como un “golpe de droga cocaína”.

Nunca se había producido de esta forma, a esta escala, en ningún otro lugar. No era comparable a los levantamientos anteriores. No se parecía al golpe del general Augusto Pinochet en Chile en 1973, y no tenía nada que ver con el gobierno de los coroneles argentinos ni con el golpe de Venezuela en 1992, porque no pretendía tomar el poder, ni ocupar el gobierno con ministros, ni sustituir el control formal. Los únicos objetivos de los cárteles del narcotráfico son obligar al poder político y económico a negociar, obtener impunidad, tener margen de maniobra para defender sus propios asuntos y, en última instancia, recordar a los políticos de cualquier orientación que su legitimación sólo es posible con el consentimiento de los cárteles.

Algo parecido, aunque con métodos y tiempos diferentes, ocurrió en Jamaica en 2010, cuando el entonces presidente estadounidense, Barack Obama, pidió la extradición de Christopher “Dudus” Coke, un poderoso capo jamaicano de la droga, y sus bandas se alzaron para impedirlo. Hubo al menos 75 muertos, pero fue una insurrección momentánea de los guetos gobernados por Dudus. En 2021, también se produjo el asesinato del presidente haitiano Jovenel Moïse, que trabajaba para entregar a los traficantes a Estados Unidos a cambio de ayuda económica, y fue asesinado por conspiradores que esperaban reemplazarlo. Todos estos incidentes tienen un elemento en común: cuando los gobiernos perjudican los intereses de los grupos criminales o favorecen la extradición de los capos, los cárteles intervienen con los mismos métodos que utilizarían si se enfrentaran a rivales criminales: de igual a igual.

El golpe del narcotráfico tiene una estrategia: generar caos, violencia, miedo y terror, y el planteamiento es sencillo: disparar a quien sea, sembrar las calles de bombas, amotinar las cárceles, hacer imposible la vida ordinaria. No hay dirección militar, las herramientas son básicas. Cada traficante puede inspirarse en lo que ve hacer a otros miembros en las redes sociales; por tanto, es imposible romper la cadena de mando.

Según las autoridades ecuatorianas, la orden de la insurrección partió de Fito, el apodo de José Adolfo Macías Villamar, el líder del cártel criminal más influyente de Ecuador, Los Choneros. Fito se fugó de la cárcel de Guayaquil, pero nadie se dio cuenta hasta el 7 de enero, justo antes de que fuera trasladado a una prisión de alta seguridad. Cuando el presidente ecuatoriano, Daniel Noboa, se enteró de la fuga, declaró el estado de excepción durante 60 días. Esa decisión provocó la insurrección.

Es fácil entender por qué: un estado de excepción significa un cese en las actividades del cártel, con pérdidas de millones de dólares cada día, y esto bien pudo incitar a alguien a traicionar a Fito, matándolo o entregándolo a la policía, para poder reanudar el negocio. Son las reglas del capitalismo mafioso: lealtad sólo al poder que te permite hacer negocios. Fito habría ordenado la insurrección para salvarse.

El punto de inflexión para Ecuador se produjo en 2018, cuando el cártel mexicano de Sinaloa, liderado por Joaquín “El Chapo” Guzmán e Ismael “El Mayo” Zambada, decidió trasladar el grueso de su almacenamiento de hoja de coca a Ecuador. Esperaban encontrar un nuevo centro para el envío de coca a Norteamérica, y especialmente a Europa y Asia, pero había otra razón. Gran parte de la coca salía de Venezuela, un Estado fallido con un cártel criminal completamente aliado de los militares, el Cártel de los Soles, que a través de la gestión del transporte de la coca hace subir el precio. Para acabar con ese control, a partir de 2008 el cártel de Sinaloa empezó a hablar con un pequeño grupo criminal de Ecuador: Los Choneros.

En esa primera conversación participaron 10 personas. Hoy, entre soldados y simpatizantes, participan 10 mil, con una red afín de “trabajadores” que suma alrededor de 1 millón de los 18 millones de habitantes de Ecuador. El acuerdo inicial era sencillo: almacenar coca pretratada por un millón de dólares (17 millones 59 mil pesos) a la semana. Los Choneros cumplieron esa tarea, así que Sinaloa le encomendó una tarea adicional: refinar la coca que pasa de Colombia a Ecuador.

Luego vino la gran operación: tras el almacenamiento y el refinado llegó el embarque, ya que Los Choneros consiguieron hacerse del control de los puertos. Dos incidentes en los últimos años nos dicen mucho sobre la centralidad de Ecuador en el tráfico de drogas: un cargamento incautado en 2022 que se dirigía a Georgia, y otro cargamento incautado en mayo de 2023 por las autoridades de Armenia. El narcotráfico ecuatoriano (o mexicano) ha empezado a llenar de coca Europa del Este, aprovechando la escasez de controles portuarios tras Covid y el conflicto entre Rusia y Ucrania.

¿Cómo reaccionó el gobierno de Ecuador al golpe de droga? Exactamente como esperaba el cártel: con una escalada de violencia. El gobierno dio inmunidad total a todas las fuerzas policiales y desplegó decenas de miles de miembros de las fuerzas armadas como parte de un estado de emergencia para combatir un “conflicto armado interno”. Pero esto no resolverá las cosas: Los Choneros han puesto precio a las masacres en sus filas, pero saben que el gobierno tendrá que negociar tarde o temprano.

La violencia está arraigada. En agosto, Fernando Villavicencio, el adversario más importante del actual presidente, fue asesinado, y se cree que los cárteles ecuatorianos fueron los responsables. La misma suerte corrieron Pedro Briones, miembro de la izquierda radical ecuatoriana, y Agustín Intriago, alcalde de Manta, cuna de Los Choneros.

De ellos, Villavicencio es interesante porque quería reforzar las relaciones con Gran Bretaña. En el año que finalizó en marzo de 2022 se incautaron en Inglaterra y Gales más de 18 toneladas de cocaína, gran parte de la cual, según la National Crime Agency, era manejada por los cárteles albaneses que se abastecen en Ecuador. De hecho, la base de uno de los grupos más organizados de la mafia albanesa, Kompania Bello, se trasladó a Ecuador. El éxodo de narcotraficantes de todas partes del mundo a las costas de Ecuador se debe al aumento de la producción de cocaína. La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito informa que de 2020 a 2021, el cultivo de coca aumentó en un 35%. Esta cifra no ha dejado de crecer.

Ecuador acaparó los titulares mundiales el día de la irrupción en los estudios de televisión, pero el mundo ha seguido adelante, entre otras cosas porque en la comodidad de Europa nos hemos permitido el lujo de ignorar estos asesinatos, y más aún la creciente demanda de cocaína procedente de todos los rincones del mundo. Esa demanda procede de nuestro lugar de comodidad. Hemos sido incapaces, quizá no hemos querido, analizar realmente lo que está ocurriendo. Como resultado, hemos permitido que los cárteles criminales se coman las democracias occidentales desde dentro.

Lo que está ocurriendo en Ecuador es una historia que nos concierne a todos, porque el consumo de drogas ya no es una excepción, sino la norma. El año pasado, un estudio internacional reveló que los británicos se han convertido en los segundos mayores consumidores de cocaína del mundo. Y no es sólo una cuestión moral, porque el narcotráfico y las mafias significan mercados dopados, negocios con competencia desleal, corrupción y manipulación del consentimiento público y, en definitiva, destrucción de las reglas democráticas de gobierno.

La ausencia de una reflexión seria sobre la drogadicción y el consumo, de un debate significativo sobre la legalización de las drogas, conduce exactamente a lo que está ocurriendo en México y Ecuador: “golpes de droga cocaína”. Presten atención a las escenas violentas en las calles de Ecuador y comprenderán de lo que son capaces las mafias.

Tenemos dos caminos por delante: o nos ocupamos seriamente del narcotráfico, o el narcotráfico seguirá ocupando militarmente la democracia, o lo que queda de ella luego del “golpe de droga cocaína”.

Roberto Saviano es periodista italiano y autor de Gomorra.

Traducción: Ligia M. Oliver

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