Moda, adicción, antisemitismo: el espectacular ascenso y caída del diseñador John Galliano
System of a gown ... John Galliano en una escena de High & Low. Foto: Nicholas Matthews

Un fin de semana de mediados de la década de 2000, John Galliano, entonces en su apogeo como rey de la moda parisina, cuyos hermosos vestidos y alocados desfiles habían transformado la casa Christian Dior en dinamita pop cultural, regresó a Londres para pasar un fin de semana. Se registró en el Ritz, donde de inmediato se emborrachó tanto que pasó cuatro horas desnudo en un elevador, diciendo a los huéspedes que intentaban entrar que era un león los asustaba con un gruñido. El Ritz llamó a su oficina en París, que se disculpó ofreciéndose a cubrir las facturas de los huéspedes que se hubieran sentido molestos. A la semana siguiente Galliano estaba de vuelta al trabajo.

Esta historia es uno de los muchos momentos asombrosos del nuevo documental de Kevin Macdonald, High & Low: John Galliano. No es una trayectoria de historias que tienda a terminar felizmente, y, de hecho, ya sabemos dónde y cuándo esta historia llegó a su final particularmente desagradable: en el bar La Perle de París, en febrero de 2011, cuando un Galliano borracho fue filmado haciendo una retahíla de comentarios racistas y antisemitas que incluían alusiones a las cámaras de gas, y diciendo “Amo a Hitler”. Despedido de su trabajo, condenado por los medios de comunicación, declarado culpable y multado por un tribunal francés, desapareció en rehabilitación y en la oscuridad. Adelantado como siempre, fue una de las primeras celebridades en ser “bloqueada” por la era de las redes sociales, antes de que esa frase formara parte del lenguaje común.

Galliano, ahora sobrio desde hace una década, pasó cinco días hablando ante la cámara de Macdonald. “Voy a contárselos todo”, dice al principio. Esbelto, bronceado y con coleta, podría ser un instructor de yoga en un complejo de lujo de Ibiza. Pero hay teatro, todavía, en el estilo dandy a lo Jack Sparrow de su pelo engominado, y en una voz extraordinaria, que va dando tumbos desde el reloj parlante hasta las vaguedades de Peckham de Only Fools and Horses.

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High & Low es un espeluznante retrato de la adicción, y un vertiginoso viaje por el carril de los recuerdos hacia uno de los capítulos más coloridos de la historia de la moda. Comenzamos con el chico que llegó a Streatham desde Gibraltar con unos padres horrorizados por su homosexualidad, y encontró su vocación como uno de los mayores prodigios de la historia de Central Saint Martins. Las imágenes de sus primeros desfiles son sublimes. En uno de ellos, modelos con el cabello alborotado se tambalean por la pasarela con zuecos, agarrando, por razones que no se explican, caballas muertas. Kate Moss recuerda que él le enseñó a caminar: los hombros hacia atrás, la pelvis empujada hacia delante. Galliano explica la técnica que hacía que sus slip dresses (vestidos lenceros) fueran tan sexys, cortando la tela al bies para que se retuerza sobre la portadora, las fibras derritiéndose en los puntos donde la tela pega con la piel, de modo que el vestido gotea del cuerpo como la mantequilla de un pan tostado caliente.

Pero no importaba el corte al bies. Lo que convertía a Galliano en un genio era que su ropa podía hacer que uno se contagiara de sus sentimientos. Incluso en las películas borrosas de los desfiles de bajo presupuesto todas y cada una de las modelos parecen eléctricas, como si su personalidad hubiera sido enchufada a la red eléctrica. Hace moda que suena ridícula en la página: una bailarina de flamenco náufraga y se va de fiesta, ¿en serio? pero que es, de algún modo, un placer para la vista.

El alcohol es una amenaza desde el principio de la película. Moss se ríe de ello al clásico estilo británico: “Los dos somos un poco tímidos y torpes, hasta que hemos bebido”, pero el hábito juvenil de pasar del momento de euforia de un evento de moda a una borrachera en solitario, pasando días encerrados en una habitación a solas bebiendo y viendo vídeos del desfile, desciende a un abuso grave.

“Galliano no estaba en estado de ánimo para hacer la maleta e ingresar en rehabilitación, y nadie se encargó de intervenir”.

Vemos a Galliano el día después del funeral de su padre en 2003, preparándose para un espectáculo, arrastrando la voz, las pupilas enormes. En 2007, su íntimo amigo y colega Steven Robinson fue encontrado muerto en su apartamento de París con siete gramos de cocaína en su organismo, una pérdida que conmocionó al ya frágil Galliano. Valium, bromuros, anfetaminas y somníferos se sumaron al hábito de la bebida, y él “no podía irse a la cama sin todas mis botellas alineadas junto a la cama”, dice. “Me estaba suicidando, lentamente”.

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Las décadas de 1990 y 2000 fueron la época en la que la moda pasó de ser una industria de nicho a un monstruo de la cultura pop. Galliano, montado en esa ola, se vio arrastrado muy lejos de su profundidad. Vemos cómo la industria se hincha, las celebridades y los fotógrafos se multiplican, y el propio Galliano pierde cada vez más el contacto con la realidad. Recuerdo haber estado entre bastidores después de un desfile de Dior a mediados de la década de 2000, intentando encontrar a Galliano para una cita, localizándole finalmente aislado de la fiesta, enclaustrado en una sala privada VIP, flanqueado por dos enormes guardias de seguridad y atendido por un asistente cuyo trabajo consistía en encender sus interminables cigarrillos.

Sidney Toledano, el jefe de Dior, dice en la pantalla que a Galliano se le ofrecieron seis meses de baja para que se pusiera bien; Galliano dice que no recuerda tal oferta. Pero es una cuestión discutible; en las garras de la adicción al alcohol y también, quizá, a la moda, o al alto dramatismo de su trabajo, Galliano no estaba en estado de hacer la maleta e ingresar en rehabilitación, y nadie de su entorno se encargó de intervenir.

Cuando saltó la noticia del arrebato de Galliano en 2011, yo estaba esperando a que empezara un desfile de la semana de la moda de Nueva York, en una sala abarrotada de periodistas de moda, y todos compartimos la misma reacción: John Galliano fuera de sí y comportándose de forma errática, lo normal, pero ¿racista y antisemita? Seguramente no. A estas alturas, Galliano se había convertido en una figura exagerada, su estética se inclinaba hacia la pantomima. Se presentaba al final del desfile vestido de astronauta o de boxeador, o como el teniente Pinkerton de Madame Butterfly, con botas de cuero hasta los muslos y sombrero de plumas. Aunque el ambiente se había vuelto un poco como el programa de TV ¿Quién es la máscara? no había en él ningún signo de malicia.

Pero pronto quedó claro que Galliano había sido, en efecto, el instigador no provocado de un abuso odioso. Fue exiliado de la moda, pero no por mucho tiempo. Ese mismo año diseñó el vestido de novia de Moss, un proyecto que denominó su “rehabilitación creativa”.

El mundo de la moda no sale bien parado en la película de Macdonald. El rápido cepillado a un lado de su comportamiento no sienta bien en una industria que afirma apreciar la diversidad. Naomi Campbell elude grandilocuentemente todo el incidente declarando que nunca ha visto el video, como si eso cerrara el asunto.

“El psiquiatra de Galliano tiene la teoría de que recurrió, aparentemente al azar, a un estereotipo odioso de nuestra cultura”.

Frustrantemente para el espectador y, se imaginan, para Macdonald, ni Galliano ni nadie de su entorno parecen saber de dónde procede el antisemitismo que expresó. Sus desvaríos descienden sin previo aviso de las burlas de patio de recreo sobre ser feo al vil racismo. Un rabino que ha trabajado con Galliano para educarle señala que parecía saber muy poco sobre el Holocausto y haber reflexionado poco sobre el judaísmo o el antisemitismo. Su psiquiatra tiene la teoría de que recurrió, aparentemente al azar, a un estereotipo odioso de nuestra cultura. Toledano, que es judío, plantea la hipótesis de que el antisemitismo podría haber estado incrustado en alguna parte de su educación católica española.

La película no ofrece respuestas fáciles ni a la cuestión psicológica de qué llevó a Galliano a hacer lo que hizo, ni a la moral vinculada de si debe ser perdonado. Hay tomas exteriores de Galliano con un aspecto vagamente pensativo y un poco de charla sobre estar en recuperación el resto de su vida, pero parece tan poco sorprendido como todos los demás sobre lo sucedido. No parece un mal hombre, pero hay cierta despreocupación en él. Dice que se disculpó con Philippe Virgitti, una de las personas a las que lanzó insultos, pero Virgitti lo niega y Galliano muestra poca preocupación por el evidente dolor causado.

El destino ha querido que el estreno de la película coincida con el regreso a las pasarelas de Galliano. En enero, organizó un desfile bajo un puente en París para Martin Margiela, la casa para la que diseña desde 2014. Fue recibido con una atronadora ovación de pie de cinco minutos y aclamado por la crítica como un regreso a la normalidad. Referencias a Toulouse-Lautrec y Brassaï, corsés y merkins (pelucas de vello para el pubis), un maquillaje desprendible de efecto porcelana que quitaba el aliento, todo ello conformó un desfile que “seguramente será recordado en los libros de historia, coleccionado por los museos, estudiado con detenimiento por los estudiantes de diseño… y posiblemente extinguirá el silencioso monstruo del lujo con el tsunami de emociones poderosas y emociones de moda que desató”, escribió Women’s Wear Daily. El New York Times señaló que “hacía tiempo que nadie experimentaba un espectáculo de construcción del mundo como éste”. Galliano dijo a Macdonald que no hacía la película para que lo perdonaran, sino para ser “un poco más comprendido”.

No estoy seguro de que Galliano sea más comprendido que perdonado. Pero puede que vuelva a la moda a pesar de todo.

High & Low: John Galliano estará en los cines del Reino Unido, Estados Unidos e Irlanda a partir del 8 de marzo.

Traducción: Ligia M. Oliver

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