¿El mayor mito de María Callas? ¡No era un icono trágico!
María Callas en la ópera Medea de Pasolini. Foto: Emilio Lari/Rex

Su leyenda se ve falseada por la versión de que Callas fue abandonada por un hombre y entró en una espiral descendente: “no era autodestructiva sino muy consciente de sí misma”, como descubrí al escribir una novela sobre ella.

Aunque nació hace cien años, María Callas sigue siendo la cantante de música clásica más vendida de todos los tiempos. Pero cuando le digo a la gente que escribí una novela sobre ella, la reacción viene acompañada de un suspiro: “Ay, María, qué talento, pero qué tragedia”. Todo porque Callas fue abandonada por un hombre. En 1968, el amante que la cantante tuvo durante nueve años, el naviero y “griego de oro” Aristóteles Onassis, puso fin a su relación con ella para casarse con la exprimera dama Jacqueline Kennedy. La historia de Callas, al igual que la de las románticas óperas que protagonizó, cuenta que fue traicionada por el hombre al que amaba antes de entrar en un declive que acabó con su muerte ocho años después.

Callas no es la única que ha sido mitificada como la gran cantante femenina que muere infeliz y sola: Judy Garland, Edith Piaf, Billie Holiday, Janis Joplin, Amy Winehouse y la lista continúa. Parece haber algo irresistible en la idea de que una mujer de enorme talento debe ser crucificada por su éxito, que no tiene derecho a esperar llevar una vida feliz y plena. Con Callas, como con Garland, siempre se hace hincapié en el camino hacia abajo, nunca en el glorioso apogeo. Renée Zellweger ganó un Oscar por su interpretación de Garland al final de su carrera, mientras que Angelina Jolie interpretará a Callas en la próxima película María, ambientada en los últimos días de la cantante en el París de los años setenta, donde murió de un ataque al corazón.

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Pero enmarcar la vida de Callas como trágica es hacerle un flaco favor a esta extraordinaria mujer. Callas veía cada actuación como una batalla que tenía que ganar. Una de las razones por las que me inspiró tanto escribir sobre ella fue su fe inquebrantable en su propio talento. A los 23 años, cuando era una desconocida soprano que sólo había cantado en Atenas, consiguió una audición en el Metropolitan Opera de Nueva York. El Met quedó lo bastante impresionado con la joven cantante como para ofrecerle un contrato para interpretar papeles secundarios, pero Callas sabía que merecía ser protagonista y rechazó la oferta, diciéndoles que algún día le rogarían que volviera. Se marchó a Italia, donde comenzó su espectacular carrera. Y, por supuesto, se le dio la razón cuando, diez años después de la audición, el director del Met, Rudolf Bing tuvo que pagarle honorarios descomunales por actuar durante una temporada. Callas sabía lo que valía: exigir igualdad salarial no sólo con los cantantes masculinos, sino también con el director Von Karajan, conmocionó al mundo de la música. Pero, en realidad, ¿a quién pagaba el público por ver? Como ella misma dijo entonces: “Realmente no me interesa el dinero, pero debe ser más de lo que reciben los demás”.

Era el tipo de comentario que cimentó su reputación de “diva”. Callas era famosa por ensayar durante más tiempo y con más intensidad que nadie, para disgusto de sus otros cantantes, a quienes molestaba lo mucho que les exigía. “Soy tan difícil como necesito serlo para alcanzar la perfección”, respondía. Es difícil imaginar a un artista masculino de su calibre teniendo que justificar su búsqueda de lo mejor.

Lo peor que le ocurrió a Callas no fue el fin de su relación con Onassis, sino la pérdida de su voz. Era inevitable, por supuesto: los cantantes de ópera son, en cierto modo, atletas musicales, y sólo pueden aguantar cierto tiempo antes de que su cuerpo les traicione. Pero Callas empezó a notar los cambios en su voz a mediados de los 30, cuando todavía le quedaba al menos una década más de carrera. Algunos críticos atribuyen la pérdida prematura de su voz al peso que perdió en 1954, cuando se preparaba para su interpretación de Violetta en La Traviata, dirigida por Luchino Visconti. Pero esta pérdida de peso no fue el resultado de impulsos autodestructivos: Callas adelgazó porque quería resultar convincente en el escenario como una mujer que se muere de tisis. Y dado lo cuidadosa que era para proteger su voz del humo, el aire acondicionado o cualquier otro factor estresante, es impensable que lo hubiera hecho si pensara que eso perjudicaría a su mayor don.

“La idea de que una mujer que había luchado toda su vida simplemente se derrumbara cuando fue traicionada por el hombre que amaba es absurda”.

Creo que este mito persiste debido a nuestro deseo de creer que las grandes artistas femeninas son autodestructivas. Creo que este es el caso de Callas. Hoy en día, las cantantes de ópera se cuidan mucho y protegen sus voces limitando sus actuaciones en los primeros años, pero como Callas tenía tanto talento, podía cantar todo. A los 20 años cantó Wagner y Bellini la misma semana en Venecia, el equivalente musical a correr una maratón y los 100 metros con vallas. No es de extrañar que su voz se desgastara antes de tiempo.

Pero incluso sin el hecho de que perdiera la voz prematuramente, la idea de que Callas, una mujer que había luchado toda su vida, simplemente se derrumbara cuando fue traicionada por el hombre que amaba es absurda. En los años posteriores a la ruptura, Callas protagonizó una película dirigida por Pasolini, realizó una exitosa gira mundial de conciertos, dio clases magistrales en la Juilliard School, el principal conservatorio de artes escénicas de Nueva York, y mantuvo una relación con el tenor Giuseppe di Stefano. No estoy de acuerdo en que Callas renunciara a su carrera por Onassis: creo que sólo se enamoró de él porque su voz empezaba a menguar. Si le hubieran dado a elegir entre otra década en la cima de su carrera y Onassis, no me cabe duda de que habría elegido cantar.

A pesar de que su carrera se vio truncada, sus logros fueron asombrosos. Después de ella, el mundo de la música dejó atrás el estilo de ópera de “aparcar y ladrar”, en el que los cantantes actuaban sin moverse. Fue una cantante de ópera que se hizo mundialmente famosa por su voz y por la fuerza de su interpretación. Su estilo la convirtió en un icono de la moda que sigue inspirando hoy en día: el último desfile de Erdem Moralıoğlu fue un homenaje a Callas. Pero, sobre todo, fue una mujer cuyo genio floreció sin freno. No hay suficientes de ellas en la historia, así que no degrademos su logro etiquetándola de trágica.

  • Diva, de Daisy Goodwin, ha sido publicado por Head of Zeus. Para colaborar con The Guardian y The Observer, pide tu ejemplar en guardianbookshop.com. Pueden aplicarse gastos de envío.

Traducción: Ligia M. Oliver

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