Los obstáculos aumentan en Centroamérica mientras Biden va contra la corrupción
El clima posterior a Trump, las preocupaciones geopolíticas y una paradoja económica representan una amenaza para las esperanzas de la Casa Blanca.
El clima posterior a Trump, las preocupaciones geopolíticas y una paradoja económica representan una amenaza para las esperanzas de la Casa Blanca.
Situada detrás de un podio junto a la presidenta de Guatemala durante su primer viaje al exterior esta semana, la vicepresidenta Kamala Harris enfatizó el compromiso renovado de Estados Unidos con la lucha contra la corrupción como parte de los esfuerzos para enfrentar las causas fundamentales que impulsan la migración desde Centroamérica.
Pero para muchos, el hombre que estaba a su lado, Alejandro Giammattei, representa el desafío en una región donde presidentes pasados y actuales han sido acusados de delitos que van desde malversación y soborno hasta autoritarismo y tráfico de drogas.
Harris desvió los intentos durante la conferencia de prensa para que ella abordara directamente las acusaciones de corrupción que rodeaban a Giammattei. “Buscaremos erradicar la corrupción donde sea que exista porque sabemos que no es lo mejor para una democracia”, afirmó.
El presidente fue más directo. “¿En cuántos casos de corrupción me han acusado?” preguntó Giammattei desafiante, culpando las sospechas a su alrededor en las redes sociales. “Puedo darles la respuesta: ninguna”.
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Para Estados Unidos, el hecho de que no haya sido acusado formalmente de ningún delito parece ser suficiente.
La decisión de Estados Unidos, de convertir a Guatemala en su socio principal en la atribulada región del Triángulo Norte, la mayor fuente de migración irregular a Estados Unidos, es un reconocimiento de la ubicación geográfica estratégica del país, así como del estatus de su presidente como posiblemente el menor de los males. “Se le ha llamado una opción por defecto”, dijo Tiziano Breda, analista de Centroamérica para International Crisis Group.
Las relaciones con los otros dos presidentes de la región ya han llegado a un punto bajo. El presidente Juan Orlando Hernández, de Honduras, ha sido acusado repetidamente por el Departamento de Justicia de conspirar con narcotraficantes, acusaciones que él niega enérgicamente.
Mientras tanto, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, envalentonado por uno de los índices de aprobación más altos del mundo, se ha vuelto cada vez más autoritario, consolidando el poder con maniobras recientes para expulsar al fiscal general y a los jueces de la corte constitucional.
Si Estados Unidos, quiere lograr su objetivo de reducir la migración a lo largo de la frontera sur, necesitará la cooperación de sus contrapartes en el origen. Pero es probable que el énfasis de Joe Biden en la corrupción encuentre resistencia.
Para complicar aún más las cosas, están los efectos persistentes del enfoque de Donald Trump, quien estaba dispuesto a hacerse de la vista gorda ante la mala conducta, siempre que sus homólogos estuvieran igualmente dispuestos a ceder a sus políticas de inmigración.
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Según Breda, las élites políticas de la región están cada vez más dispuestas a resistir la presión externa para reformar. “A medida que se acostumbraron a una relación más transaccional con Estados Unidos, han llegado a reconocer el hecho de que el tema de la migración, que es el núcleo del enfoque de Estados Unidos, en la región, es al mismo tiempo una responsabilidad para los gobiernos de ese país“, declaró.
Pero lo que podría convertirse en un lastre para los demócratas en las elecciones intermedias del próximo año se ve de manera diferente en Centroamérica.
“Para nuestros países, la migración es una solución, no un problema”, dijo Helen Mack, presidenta de la Fundación Myrna Mack en Guatemala. Los migrantes que trabajan en el extranjero envían grandes cantidades de dinero a sus países de origen que ayudan a mantener a sus familias y apuntalan economías que de otro modo serían mediocres.
En 2019, los países del Triángulo Norte recibieron 21,713 mil millones de dólares en remesas. La Casa Blanca ha solicitado la cantidad más alta de ayuda extranjera para Centroamérica en el año fiscal 2022, pero esa cifra es de apenas 861 millones de dólares.
Un monto muy bajo de esa ayuda va directamente a los gobiernos centroamericanos, y la administración Biden ha indicado que, debido a la corrupción, es probable que esa proporción disminuya aún más. El Departamento Estado también ha señalado la intención de disminuir la cantidad de subvenciones otorgadas a contratistas estadounidenses, que a menudo son empresas con fines de lucro que, después de contabilizar las ganancias y los gastos generales, reducen significativamente la cantidad de dinero que llega a su destino previsto. En cambio, se otorgarán más subvenciones a organizaciones locales, lo que ayudará a fortalecer la sociedad civil, un pilar de la estrategia de Estados Unidos.
Otras fuentes importantes de financiamiento externo para la región son las instituciones financieras internacionales, como el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Mundial, que han continuado otorgando miles de millones en préstamos con condiciones más favorables que, por ejemplo, la Agencia de Estados Unidos, para el Desarrollo Internacional (USAID)
“Nuestros gobiernos viven de los créditos y la deuda internacional”, declaró Helen Mack, y agregó que los contratos de infraestructura y otros proyectos que se otorgan con los préstamos son con frecuencia una fuente de corrupción en toda la región.
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Estados Unidos también tiene preocupaciones geopolíticas. La pandemia ha abierto una puerta para China, que, aunque es poco probable que suplante a Estados Unidos en su propio “patio trasero”, parece decidida a al menos socavar su influencia. El Salvador ha liderado la región en vacunación contra Covid-19 en parte gracias a la ayuda de China. Los dos países firmaron recientemente un acuerdo de cooperación que, según Bukele, vale 500 millones de dólares.
La administración Biden también se enfrenta a una paradoja: los estudios han demostrado que a medida que mejora la situación económica de un país, la migración aumenta antes de disminuir. En términos simples, más personas pueden pagar los costos de la migración, como contratar a un traficante de personas.
Durante su visita a Guatemala, Harris anunció la creación de dos nuevos equipos de trabajo interinstitucionales. El primero irá tras los traficantes de personas. Sin embargo, al igual que ocurre con el tráfico de drogas, con tanto dinero en juego, parece poco probable que la captura de traficantes tenga un efecto significativo en el flujo de los migrantes. También podría tener la consecuencia no deseada de que el viaje hacia el Norte sea más peligroso y aumenten los precios y las ganancias de los traficantes de personas.
El segundo grupo de trabajo cumple la promesa de campaña de Biden de crear un organismo regional anticorrupción para reemplazar las comisiones que fueron expulsadas de Guatemala, Honduras y, más recientemente, de El Salvador, las dos primeras víctimas en gran parte de su propio éxito, el cual amenazaba a las élites locales.
Queda mucho por ver sobre cómo se desarrollarán en la práctica las propuestas de la administración Biden. Los residentes locales que hablaron con The Guardian elogiaron la experiencia de las personas seleccionadas para supervisar la política exterior de Estados Unidos en la región y sus mensajes hasta el momento.
Pero los enormes cambios de enfoque entre Biden y Trump también los mantienen escépticos.
“El desafío para nosotros es hacer que Estados Unidos comprenda que estas políticas deben ser a largo plazo y, por lo tanto, bipartidistas”, afirmó Mack.