Sin metas: ¿por qué es tan difícil hacer algo por placer?
Trabajar completamente por objetivos propicia continuas decepciones, pero algunas personas han encontrado una solución.
Trabajar completamente por objetivos propicia continuas decepciones, pero algunas personas han encontrado una solución.
Las carreras de resistencia seguramente se sentirían como si fueran para siempre, a pesar de que eventos infernales como el ultramaratón de Badwater que atraviesa el Valle de la Muerte o el Maratón de las Arenas podrían durar “solamente” de dos a seis días. Pero el componente de la planificación puede durar todo el año, y para muchos, ahí es donde se encuentra el verdadero placer.
Para el atleta Luke Tyburski, la forma obvia de darle la vuelta a la fase de planeación para que resulte tan satisfactoria como sea posible fue diseñar su propio evento. Su Ultimate Triahtlon en el 2015 fue una pesadilla boscosa individual que lo llevó de Marruecos a Mónaco, con un día promedio que lo veía correr un doble maratón y cronometrar 322 clics en la bicicleta. En su nado a través del salado Estrecho de Gibraltar, su lengua se hinchó el doble de su tamaño. Tyburski terminó la carrera en muletas y solo podía montar su bicicleta con la ayuda de su equipo de apoyo.
Conocí a Tybursk, nacido en Australia, quien ahora es un entrenador de atletismo y mentalidad en Londres, cuando estaba escribiendo mi libro Everything Harder Than Everyone Else, sobre personas que se presionan al extremo. Son personas de altos objetivos. Algunos de ellos, como Tyburski, crecieron dentro de familias competitivas. Otros tienen cierta inquietud natural. En un nivel modesto, me podría identificar con esto.
Soy un creador de listas patológico, siempre gestionando proyectos para salir de una crisis o distrayéndome de los sentimientos incómodos. Una vez, para evitar la depresión, me puse a mí mismo la misión táctica-objetiva de hacer cosas nuevas todos los días durante un año, desde volar en parapente hasta estallar cosas y escribir sobre ello en un blog. Desde el primer día, la sensación de concentración me levantó el ánimo y, francamente, no hubo tiempo para pensar demasiado.
Pero la paradoja a la que se enfrentan los que persiguen sus sueños y los buscadores de emociones es que con cada logro, extinguen lo que está dando sentido a su existencia, en un ciclo de deseo autodestructivo. Eso es lo que llamas un autogol.
Entre carreras, la depresión clínica que Tyburski había experimentado desde los 20 años volvería a aparecer. Se estrellaría mentalmente contra deudas, atracones de comida y reprendiéndose a sí mismo por las ocasiones en las que pudo haberse exigido más. En un intento desesperado por sentir que tenía un propósito otra vez, se inscribiría compulsivamente a más ultramaratones en rápidas sucesiones, lo que traería un alivio temporal. Eso también me resulta familiar. Cuando termino un libro sobre un tema que he encarnado durante dos años, tengo una crisis de identidad y busco de forma desesperada el siguiente gran proyecto.
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Somos recompensados cuando aspiramos a metas. Se libera dopamina cuando prevemos alcanzar o adquirir algo, nos motiva hacia comportamientos que son necesarios para sobrevivir, pero los investigadores han encontrado que los jugadores obtienen una mayor dosis de dopamina cuando casi pierden en lugar de cuando ganan. Ganar y anotar es, en otras palabras, una relativa decepción después de la emoción de la persecución.
Otro corredor de ultramaratones al que entrevisté, Charlie Engle, un consumidor de crack antes de volverse atleta, me dijo: “El momento en que me sentía completamente mejor, respecto a las drogas, era en realidad cuando adquiría la droga… Una vez que comienza el atracón, todo va en picada desde ahí”. Actualmente, Engle también organiza sus propias carreras épicas y observa una similitud entre la adquisición de una droga y la planificación de una carrera.
Entonces, ¿cómo evitamos la inevitable caída? Kieran Setiya, profesor de filosofía en el MIT y autor de Midlife: A Philosophical Guide, claramente un hombre con pocos objetivos, ha tomado una pista de Aristóteles para profundizar en la idea de que necesitamos tanto actividades telic (tomada de la palabra griega telos que significa “objetivo”) como actividades atélicas en nuestras vidas.
Las actividades atélicas son aquellas que se hacen sin fanfarrias, únicamente por el placer de hacerlas y que no tienen una meta. Pueden disfrutarse en el presente y puede que ofrezcan un crecimiento de cierta forma más orientado al bienestar. Cantar, la jardinería, caminatas, aprender un idioma, practicar deportes solo por diversión son actividades atélicas, siempre y cuando no te creas algún tipo de declaración de objetivos.
Vi en retrospectiva mi vida y me di cuenta de que no estoy realizando ninguna actividad atélica. Tampoco me entusiasma la idea de iniciar alguna. En su libro, Setiya sí advierte que se necesita un cambio de perspectiva por parte de algunos para ver el valor de las actividades atélicas.
Tyburski me dice que ha tenido conversaciones a lo largo de los años con personas de altos objetivos sobre la inconmensurable idea de hacer cosas por puro placer. Lo intenta, pero encuentra que cuando hace una actividad atélica, eventualmente se da cuenta de que sigue alimentando su deseo principal de alcanzar metas. Pone el ejemplo de cocinar.
“Lo amo, y me puede absorber, pero como atleta y entrenador es nutritivo para mi cuerpo, además de que me llena y me repara, y me ayuda a crear nuevas recetas, podría ser de ayuda que las comparta con mis clientes”, apunta.
Pero tal vez sea una solución viable para las personas que no pueden soportar la idea de no “terminar algo”. Tras poner algunas políticas sobre nuestras actividades atélicas para asegurarnos de que no comenzaremos repentinamente a ponernos mejores macas personales en jardinería, tal vez podamos considerarlas complementos gentiles a nuestro principal ajetreo.
Estas personas de altos objetivos son buenas para crear soluciones alternativas.