La maldita hora del Zoom
Foto: Angélica Escobar/La-Lista

Son las 7:30 am. En dos minutos deberían estar todos conectados. En vez de rostros, la pantalla comienza a llenarse de cuadritos con ilustraciones de anime, fondos negros con varios bruh, GOAT, nifoc: acrónimos inexplicables. Un alumno incluso ha inventado cierto algoritmo visual para que en la “cámara encendida, por favor”, aparezca sólo la frente. Joder. La frente.

A veces dejan el micro encendido y se escucha claramente un videojuego.
No es que éste no sea un salón de secundaria con bromas, apodos y todo.

Sólo que ahora, la tomatina va dirigida al que tiene el rostro más grande, el que habla más y sabe menos de como mentir bien en línea y parecer conectado: ÉL. Pobre de que se equivoque de alumno en las preguntas a grupo. Otro jitomate. Va. IYF, o sea InYourFace, Tómala.

Metralla.

Resista, compañero, está usted formado para esto. Pero del compañero-maestro a veces sólo se escucha el derrumbe: humo de un cerebro bombardeado.

El Banco Mundial ya ha acuñado un término: pobreza de aprendizaje. Significa nada menos que el 10% del PIB mundial esperado en proyección generacional. También deserción monumental y burnout de los educadores a escala global.

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Burnout. Cartón de Jay Ontiveros para La-Lista

Mientras, bonitos discursos de educación equitativa, eficaz y resiliente salen de la bocina del Gran Hermano como disco rayado.

“Poco se habla de la sobreexplotación que han tenido los compañeros docentes que trabajan en escuelas privadas. Poco se ha indagado de cómo en muchos colegios les han bajado el sueldo, o ha habido despidos masivos. Aprovechando el uso de las plataformas, un compañero docente puede atender más grupos que los que atendía de forma presencial”, me dice el doctor José Antonio Lara.

Y suena una alerta imaginaria cada que habla. El doctor Lara hace años ya, previno lo que viviríamos en las aulas con o sin pandemia. Acuñó incluso un término: Mal-Estar Docente.

“Sobre el docente hay una presión administrativa para justificar lo que se cobra a padres de familia. Los padres depositan al docente toda la responsabilidad de la clase en cuanto devengan una cantidad importante de dinero y mucho esfuerzo. Las autoridades escolares se sienten con la responsabilidad de sacar adelante la situación. Nadie, ni padres, ni administrativos, comprenden que el docente esta viviendo un desgaste brutal”, afirma el experto.

“Dí mucho tiempo clase frente a grupo. Ahí, trabajando, me comencé a percatar de un montón de situaciones que pasan cotidianamente con los maestros, todas relacionadas con la salud emocional”. Pocos como Jose Antonio Lara: normalista, maestro en Educación y doctor en Psicoanálisis, han documentado tan exhaustivamente el cruce entre educación y salud mental.

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En este momento trabaja con docentes de Tabasco, Oaxaca, Sinaloa, Tamaulipas, Chihuahua, Veracruz y el Estado de México. Los profesores le refieren migrañas, insomnio, gastritis que les tumba en cama, parálisis facial por estrés, ataques de ansiedad;: “Hay una cantidad impresionante de docentes medicados siquiátricamente”.

Cuando apareció el paciente cero en México, inició una retirada masiva de los espacios escolares y un confinamiento estricto. Los que menos tuvieron tiempo para adaptarse fueron los profesores. La formación docente en México muestra un rezago preocupante en capacitación y uso de herramientas tecnológicas. Profesionales de 50 y 60 años, con media vida frente a grupo se enfrentaron a su primer problema: adquirir en 3 días habilidades tecnológicas. Nadie estaba preparado: ni ellos ni el sistema. Eso generó en los docentes angustia e inseguridad frente a sus superiores. “Después vino la presión administrativa: querer subsanar con estadística, y llenar de números lo no presencial: al maestro se le empieza a pedir día tras día evidencia: fotos, que suba grabaciones, datos. Datos. Datos. Datos…”

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Especial

Melchor Múzquiz, Coahuila

“Yo tengo que mandar una foto de classroom, de quién se conectó, Tengo que mandar quién y cuántos alumnos dicen “Presente” por el grupo de Whatsapp, y evidencias de su trabajo en la semana”, me cuenta Iliana Rivera Valenzuela, quien tiene una especialidad en Historia por la Normal Superior de Coahuila. Está asignada a seis grupos de secundaria en Melchor Múzquiz, una localidad en el corazón de la región carbonífera del Estado, a unos 340 kilómetros de Saltillo. Termina la jornada cerca de las 12 de la noche. Son tres grados. Pero, de 180 alumnos inscritos, en un día muy soleado, hablando metafóricamente, se conecta el 40%.

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Habla con claridad y energía alegre. Le gusta dar clase. Pero hay una cosa que sólo ella sabe y que nunca aparecerá en la cascada de reportes con la evidencia de que “Aprende en casa es un éxito”. ¿Qué haces con ese alumno que envía la tarea siempre tarde? “Hemos recibido actividades muy noche, de madrugada. O tareas muy temprano acompañadas de una disculpa… ‘Es que mi papá acaba de llegar’, o ‘mi mamá’. Hasta ahorita le pude mandar las evidencias.” La evidencia es que en esa casa hay un sólo aparato para los niños de primaria, y los de secundaria. Y además la mamá o el papá se lo llevan a trabajar.

“¿Podrías dejar de descargar ese video de m$#W$%&%’, para poder enviar la tarea de tu hermano?”

El día del confinamiento total en México, a finales de marzo del 2020, las autoridades del distrito escolar pidieron a maestros y prefectos localizar a los alumnos. Fueron incluso casa por casa. Muchos no volvieron a comunicarse y no fueron evaluados. Ese, el limbo: nunca se supo si el alumno desertó por falta de datos, o de desinterés, o violencia, o desempleo, o hambre, u orfandad: Así el tamaño de la bomba.

Datos malvados.

¿Cree la maestra Iliana que esta es una “generación perdida”? No. Firmemente. Hay alumnos que esperan con ilusión que reabran la Secundaria Técnica para volver. Es una población pequeña, de unos 40 mil habitantes. Hoy no pueden educarse porque NO HAY DATOS.

Me cuenta la maestra Iliana: “Recibí la llamada de una mamá muy angustiada. ‘Maestra, mi hija sí va a hacer las actividades: va a empezar a ir con su amiguita que le queda cerca a pedirle las tareas que va a hacer. Pero ya no va a poder comunicarse con usted'”.

-Claro que sí, señora. ¿En qué puedo apoyarle?
-Es que me da pena decirle, Maestra.
-No hay problema, señora, dígame con toda confianza.
-Es que mi esposo perdió el trabajo y nomás tenemos un celular y lo tuvimos que empeñar.

El ánimo cae a un pozo. De hecho, la profesora Iliana ideó un método para comunicarse por Whatsapp con los alumnos y hacer las clases por llamada. Aunque ha sido instruida para usar Google Classroom, la precaria situación de la población escolar que atiende no permite tales lujos.

Pero, si hay una plataforma oficial: Aprende en Casa II. “Para empezar, aquí en el Municipio no se ven los canales de clases ni en Cable ni en señal abierta. Estamos incomunicados del Aprende en casa.” PUM.

El otro día, justo a la hora de clase, los profesores de esa secundaria técnica recibieron órdenes para conectarse obligatoriamente a una capacitación: ‘Cómo sobrevivir al estrés en el aula’ . Ah, hay otro curso: ‘Obligaciones de los docentes’.

“Compañeros de matemáticas desesperados: ‘No maestro, es que no le entendí a los problemas'”. Y no le permiten emitir calificación reprobatoria. “Del estrés no duermen. No saben qué hacer con los papás y los alumnos. Y los supervisores: ‘Es que, ¿Porqué no encuentras al alumno?’ Los consejos técnicos ahora están basados en una realidad que no es la nuestra. Tienen que ser más empáticos”.

Como escribe Aravind Adiga su extraordinario libro Tigre Blanco : “Ningún alumno recuerda más lo que aprendió en la escuela como quien ha sido obligado a dejarla.”

Consejos para una habitación ordenada

“Sabemos que para los docentes ha sido difícil adaptarse rápidamente a dar clases a distancia”. dice Hanna Monsivais, Oficial Nacional de Educación de UNICEF México. En una serie se pide a los profesores aprovechar herramientas y plataformas de contacto visual con alumnos. Pero advierten lo que los maestros padecen: “Las videoconferencias siempre consumirán más datos y requerirán mayor conexión a internet”.

Sí, la pandemia desnudó los precarios estados de nuestras redes 3G y 4G. Se han registrado incluso eventos de violencia verbal entre miembros de una familia porque uno exige al otro desconectarse: “¿Podrías dejar de descargar ese video de m$#W$%&%’, para poder enviar la tarea de tu hermano?” Y al revés. Alumnos desesperados frente a un circulito que nunca pasa. “Límite de envío de los trabajos: 12 am”. Si el circulito no se convirtió en realidad,  lástima. Voló tu 10.

-Mamáaaa: no sirve el internet.
-Pero si lo estoy pagando.
-Pero no sirve
-Pero lo estoy pagando.
-Son pocos megas.
-Aguántate.

Del otro lado, un profesor que no entiende por qué un alumno sólo se conecta a unas clases y no a otras. Pide pruebas.

-Es que no servía el internet. El alumno dice la verdad pero nadie le cree.
-Es que no servía el internet. El maestro dice la verdad pero nadie le cree.

Y de este lado: el mundo irrisorio de la sabana que cubre el sillón de la abuela, para que todo se vea “ordenado”.

Nadie vio tu PowerPoint

“Nos enfrentamos a una carga de trabajo mucho más pesada que en aula. Las clases en línea penden de muchos contenidos visuales que los profesores tienen que hacer solos y tienen que estar subiendo materiales permanentemente a las plataformas”… Es Rebeca López, maestra en Economía y profesora de asignatura en una universidad pública, quien relata esos detalles sutiles que impiden un buen diálogo entre el profesor y los alumnos.

“El problema más grave, a veces, es la falta de disposición de los chicos. No podemos exigirles demasiado: no solo es la calidad de la señal. Muchos, por pobreza, no quieren que veamos su casa, compartir su intimidad. Les pido que mantengan prendida la cámara para tener una mejor interacción, pero la mayoría siempre la tienen apagada.

“Te sientes muy solo, frustrado. Preguntas algo de la clase: ni siquiera contestan. Apagan la cámara. Se van”, reflexiona la catedrática.

Hay una lucha interna: una pregunta que cuando surge, arde. ¿Aprenden?

Vaciedad del Sujeto

¿Estamos entre todos construyendo la fantasía de que nuestra vida, pensamientos y afectos; de que la relación del hombre con el hombre, funciona exactamente igual con un mediador tecnológico?

“Quiero renunciar. No soporto a los papás. ¿Porqué estudié para docente?… Eso me dicen los maestros.

Puedo referir, sin temor a equivocarme, que a estas alturas del partido hay desesperanza y desmotivación. Una serie de cuestionamientos sobre lo que se ha estado haciendo con la construcción del conocimiento. Se han despertado emociones horrorosas a la par de la pandemia del Covid19. No se habla de lo que los niños y los maestros han perdido en términos emocionales… de esta soledad inmensa, de convertirlos en extensiones del celular.

Estamos ante una especie de vaciedad del sujeto. El sujeto y sus emociones se construyen en colectivo, se mejoran en colectivo. Toman un nuevo significado en la colectividad.

Plataformas sobre personas. El extenso estudio: “Covid-19 and the classroom”: efectuado en el Reino Unido, arrojó que 77% de los docentes no se sienten reconocidos ni por los padres, ni por las autoridades escolares.

Pero, hay una cosa que sólo ellos saben: la paciencia del maestro que no quiere afectar a un chico.

La realidad del niño desesperado por que la tarea no sube.
Ay, esas máquinas sin corazón. O quizá lo que no tiene corazón es la política.
A veces, muchas: maldita hora del zoom.
Alumno zombi, Maestro zombi… pero todos conectados.
Houston: Todo bien. Todo. Bien.

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