El Covid les quitó la escuela, luego llegaron las computadoras
Parte de los niños e instructores que brindan clases en Utopía. ©Foto: Angélica Escobar/La-lista.

La universidad está a una hora caminando. Leonardo Polanco se levanta a las 6 de la mañana para subir el cerro. Cuando llega, se sienta en la calle, saca su celular, conecta el Zoom y empieza la jornada de estudio. Es el único punto donde agarra Internet.

“Pero ahorita, ya no pude terminar el semestre anterior”, dice, tras un cubrebocas decorado con dólares. “Como ya llevaba meses así, me checaron un grupo de jóvenes que son como crimen organizado y me robaron el celular. Me quedé con este”, añade, mostrando con las dos manos un aparato negro, que a primera vista podría parecer una radio de mano o un walkie-talkie. 

Polanco estudia Ciencias del Deporte en la universidad privada La Salle Nezahualcóyotl. Tiene una beca que le cubre el 100% de los estudios. Si la tecnología lo permite, este será su último semestre y así, se convertirá en el primer licenciado de la familia.

Fue por la universidad, que el joven enérgico, de pelo negro y poco más de metro sesenta de altura se creó su primera cuenta de email. Tenía 16 años y le ayudó el mismo colectivo que le consiguió la beca y para el que ahora trabaja de profesor de educación física a tiempo parcial, Utopía.

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Desde 2013 que esta asociación civil mexicana sin fines de lucro se dedica a apoyar a los menores de la colonia Corte Escalerillas, donde vive Leonardo, en uno de los 50 municipios más violentos de 2019, Chimalhuacán. 

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©Foto: Angélica Escobar/La-Lista.
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©Foto: Angélica Escobar/La-Lista.

Además de gustarle los deportes, practicar Muay-Thai y estar a punto de graduarse de la universidad, Leonardo da clases a la nueva generación en la escuela de Utopía. 

La entidad se dedica a dar enseñanza básica (leer, escribir, sumar y restar), en deportes y en habilidades psicosociales a menores desde 5 a 17 años de edad. Con la pandemia y el cierre de escuelas, tuvieron que añadir una nueva línea educativa en habilidades digitales para que los muchachos pudieran seguir con sus estudios a distancia.

Pero para ello, necesitaban equipos. Cada curso les cuesta 1 millón 200 mil pesos, que reciben de donaciones internacionales, explica Jesús Villalobos, fundador de Utopía. Si el dinero no les da para el IMSS de los maestros, menos para computadoras. Así que para cerrar la brecha digital de los de Escalerillas, hicieron un llamado en redes sociales. 

“Desafortunadamente tuvimos más likes que equipos”, dice Villalobos, sonriendo. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en México fue la que finalmente les donó 30 computadoras para los 360 niños a los que atienden.

Tener aparatos y no contenidos

México puso en marcha una estrategia para que televisoras privadas, públicas, radios, plataformas en línea y libros de texto trajeran los contenidos del curso 2020-2021 a los 25.4 millones de estudiantes de educación básica y 5.2 millones de media superior que hay en México.

El Censo 2020 mostró que nueve de cada diez hogares mexicanos tienen aparato de TV; ocho, celulares; cinco tienen conexión a Internet, y tres, computadora o laptop. “La educación a distancia por televisión tiene una base pedagógica sólida y equitativa”, decía en agosto Esteban Moctezuma, el todavía secretario de Educación Pública que ya está preparando las maletas para irse a Washington como embajador de México.

Pero lo que estas cifras y Moctezuma ignoraban es que tener aparato no significa tener acceso a los contenidos. A 34 kilómetros del Palacio Nacional, solo “si mueves la antena mucho, alcanzas dos canales de televisión abierta”, explica Villalobos, sobre Escalerillas.

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La comunidad se asienta sobre la falda de un cerro que hace valle con otra montaña, una de basura: viven delante del tiradero municipal Chimalhuacán Escalerillas. En realidad, todo el camino hasta llegar ahí es un paisaje de cartones de leche, pelotas de futbol rotas, tubos de pasta de dientes, zapatos separados de sus pares y otros materiales no identificables arremolinados por el piso.

Por aquí y por ahí se dispersan autoconstrucciones de una sola planta, hechas de concreto gris, algunas con puertas de madera y otras de láminas de aluminio. Todo el cerro está bañado por el sol porque apenas hay estructuras que hagan sombra. La comunidad se levanta sobre terracería, que tiñe el paisaje con un filtro tono desierto.

Video: Anna Portella/LA-Lista.

Pasa del mediodía y un grupo de niños, niñas y jóvenes corren con los brazos estirados buscando tocar la pelota de volley. Todos llevan cubrebocas, aunque algunos se los bajan al cuello para respirar mejor. Ya terminaron las clases con Utopía por hoy. Por la pandemia, ahora solo les atienden una hora al día y por grupos de veinte. 

No tienen ningún lugar de recreo pero la calle les sirve. De vez en cuando tienen que regar porque levantan tanto polvo, que ellos mismos dicen que acaban “empanizados”. 

“¿Hace cuándo pusieron este poste?”, pregunta Villalobos a uno de los chavos que corretea por el sitio. “Como un año”, le contesta, mirando la cima de una farola que alarga el día más allá de lo que dicta el sol. Junto con las computadoras, 2020 les trajo más innovaciones: alumbrado público y agua entubada en algunos hogares.

Villalobos se dirige al edificio que les sirve de escuela. Es una casa en obras que les presta un señor de la comunidad. La estructura de concreto gris, aún sin barandillas en las escaleras, contrasta con las computadoras negras pegadas las unas a las otras que instalaron en una de las habitaciones que hacen de aula. 

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©Foto: Angélica Escobar/La-Lista.

En uno de los salones de la casa en la que se encuentra la escuela, aún en construcción, colocaron las computadoras. Emocionados, conectan y encienden los equipos en los que han aprendido durante este tiempo cosas básicas de computación. 

Un joven con playera roja y negra mueve cables de un lado para otro y enciende y apaga los aparatos sin que nadie le de instrucciones. Se llama Armando, tiene 17 años y le gusta tanto toquetear las máquinas, que de facto, ya se erigió como el técnico de la sala.

“Me gusta mucho el pepino con chamoy”, escribe, con los dos dedos índice sobrevolando el teclado, rellenando una presentación de PowerPoint para mostrar a La-Lista lo que aprendieron en estos meses de clases de habilidades digitales. Nadie diría que antes de entrar en Utopía, hace cinco años, era analfabeto.

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A esta hora de la tarde solo quedan catorce estudiantes, de secundaria y prepa. Todos aprendieron a usar la computadora hace aproximadamente medio año. Algunos tienen celular, pero la conexión a Internet es tan mala, que reconocen que a veces se pierden las clases.

“La mayoría de veces me pasa en inglés, porque en la tarde no agarra casi nada”, comenta Marlen, de 15 años. “Intento conseguir los trabajos con mis compañeros para que me expliquen un poco, porque en mi familia, no hay nadie que lo hable”, añade la joven, protegida por un cubrebocas de tela. 

Estudios de hoy, salario de mañana

El 81% de la población en edad de ir a la escuela se encuentra en riesgo medio alto o alto de no aprender por las características y recursos de sus hogares, según datos de la asociación civil Xaber, para el curso 2019-2020.

Este rezago se puede traducir en ingresos. Cada estudiante de educación obligatoria puede perder en promedio el 7% de su salario al momento de incorporarse al mercado laboral. 

“Al agregar estas pérdidas para el país, la economía mexicana disminuirá el equivalente a un 4.5% del PIB durante la vida laboral de esta generación por efecto de los menores aprendizajes”, aseguran desde Xaber.

A este grupo de “empanizados” no les gusta ni estudiar en línea, ni hacerlo desde casa, ni están aprendiendo, ni los maestros les contestan los Whatsapps. 

“¡Me siento sofocada!”, explota Yuliana, una joven que tenía que empezar la secundaria este año. Lleva un cubrebocas de neopreno con las caras de los famosos youtubers Los Polinesios, aunque reconoce que no le gustan. “En mi casa no quiero estar. Están mis hermanos y mi mamá. Ya no aguanto, ¡me siento sofocada!”, confiesa, con sus colegas de Utopía. 

Villalobos asegura que no ha habido ningún contagio entre los 360 alumnos. Apenas hubo un par en la comunidad. Si a ellos les preguntan, las escuelas se pueden reabrir de forma segura. 

¿Qué hay entre abrir y cerrar escuelas?

El Gobierno de México confió a las tecnologías y medios de comunicación la llegada de la escuela a todos los rincones de la República. Pero en un país tan diverso y con tantas desigualdades como México, críticos apuntaron que una solución única para todos no es una solución, es un problema.

El exsecretario Moctezuma informó en enero de este año que solo se reabrirían cuando el semáforo epidemiológico estuviera en verde. En amarillo, se empezaría con centros de aprendizaje comunitario. Si bien esta solución puede funcionar en núcleos conurbados como la Ciudad de México, puede no ser así en zonas rurales, despobladas o vulnerables.

“Abrir las escuelas que atienden a la población de alumnos en pobreza debe ser la prioridad. Si abrieran un día a la semana, con un quinto de los estudiantes, priorizando la enseñanza de contenidos prioritarios (matemáticas y lengua) sería mucho mejor que la situación actual”, afirman desde Xaber. 

La razón para mantener las escuelas cerradas es evitar que suba la curva de contagios. Pero si es así, ¿por qué sí se pueden abrir los restaurantes y centros comerciales en pleno semáforo rojo de la Ciudad de México?, se preguntan algunos. 

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©Foto: Angélica Escobar/La-Lista.

En patio de actividades de la comunidad, en el que practican deportes, tienen planeado construir un ring con materiales rescatados y reciclados, para seguir entrenando Muay-thai, deporte que disfrutan y les aporta valores como el respeto a los demás. 

“Cada país debe generar sus estrategias para incrementar el apego a las medidas. El cierre de lugares de alto riesgo de contagio debe estar en la lista e incluye restaurantes, bares, gimnasios, cines, teatros y otros similares. Por otro lado el cierre de escuelas tiene una utilidad incierta y consecuencias adversas considerables”, escribía el doctor Rogelio Pérez Padilla, del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y de la Nutrición Salvador Zubirán, en el libro “Recomendaciones para la atención de la pandemia por COVID-19 en México”. 

Desde organizaciones como UNICEF abogan por encontrar soluciones intermedias entre la apertura y el cierre, apelando a experiencias internacionales que demuestran que ni las escuelas ni los menores no son focos rojos de contagio. 

Pero la evidencia sobre la capacidad transmisora del virus en menores de edad no es clara. Un artículo de la revista Nature, de octubre del año pasado, explicaba que hasta los 12 años, los niños son menos propensos a infectarse y, una vez infectados, menos susceptibles de transmitir el virus. 

Sin embargo, estas conclusiones se basaban en estudios realizados en países con características socioeconómicas, geográficas y urbanísticas muy diferentes a las de México, como Estados Unidos, Alemania o Australia. Además, se realizaron con menores que acuden a escuelas que ya adoptaron protocolos de higiene contra el Covid. 

Al menos, los “empanizados” se tienen los unos a los otros. Entre ellos encontraron a su equipo de futbol, a sus contrincantes de muay thai (boxeo tailandés) y a su coro, con el que entonan y bailan clásicos de SKA-P. Y si no fuera por el coronavirus, quizás hoy un joven que aprendió a leer y a escribir a los 12 años, no tendría claro que quiere que su futuro sean las computadoras.

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En el basurero al fondo del poblado, algunas personas encuentran una fuente de empleo, alguno de los niños o jóvenes que asisten a la fundación han trabajado ahí. Se quejan del mal olor por las mañanas o cuando el calor del sol incrementa, antes ese terreno sería un parque p deportivo. ©Foto: Angélica Escobar/La-Lista.

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