‘Sé que algo mató’: sobrevivientes de feminicidio hablan del impacto a su salud mental
Estrés postraumático, ansiedad crónica, depresión, insomnio e ideación suicida son algunas de las secuelas que dejan los intentos de feminicidio en las sobrevivientes.
Estrés postraumático, ansiedad crónica, depresión, insomnio e ideación suicida son algunas de las secuelas que dejan los intentos de feminicidio en las sobrevivientes.
Nota del editor: esta nota describe escenas de violencia. La-Lista considera necesario incluirlas para dimensionar las secuelas psicológicas y físicas que sufrieron las víctimas en cada intento de feminicidio.
Con su bebé en brazos, Daniela Sánchez fue golpeada en la calle por su entonces pareja, quien antes ya la había amenazado con un arma de fuego en la cabeza. Diana Tamayo sufrió crisis de movimientos involuntarios que la llevaron al coma, como consecuencia de la violencia que ejercía su novio sobre ella. Mientras que Yeritza Bautista fue víctima de un intento de asfixia por parte de su expareja, quien le había advertido, en repetidas ocasiones, que “de aventar un cuerpo a la presa, nadie se daría cuenta”.
Las tres son sobrevivientes de feminicidio en México, y hoy pueden contar sus historias.
En México, 10 mujeres son asesinadas al día, según estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Pero quienes sobreviven no solo tienen que enfrentar batallas ante los tribunales para acceder a la justicia, sino que además viven con las consecuencias de la violencia feminicida: afectaciones físicas y a su salud mental.
Bianca Pérez, directora de Sorece, Asociación de Psicólogas Feministas ─especializada en atención a víctimas de violencia sexual o feminicidio─ señala que el estrés postraumático es la afectación más común entre las sobrevivientes. Pero también hay culpa, ansiedad, depresión crónica, despersonalización, insomnio, desapego emocional e incluso ideación suicida.
No hay un dato exacto de las mujeres que todos los días sobreviven a casos de violencia de género en México, pero ¿qué estragos deja un feminicidio en grado de tentativa? Las historias de Daniela, Diana y Yeritza nos hablan de esta realidad.
‘Solo estaba enfocada en sobrevivir’
Rodrigo “N” se acercó a Daniela Sánchez mostrándose muy empático, inteligente e interesado en su vida, pero en solo 30 días de iniciada la relación cometió la primera agresión física, y a partir de ahí derivaron otros tipos de violencia: sexual, económica, psicológica y patrimonial.
“Había comentarios discriminatorios, sexistas, devaluaba constantemente mi personalidad, mi profesión, a mi familia y amigos. Llegó a tener el control de mis ingresos económicos, me destruía mis celulares, mis lentes, mi ropa, mis expedientes médicos. Ejercía violencia sexual. Todo esto ocurrió alrededor de ocho meses hasta que decido poner una primera denuncia porque me golpeó en la calle, pero no ocurrió nada”, recuerda.
Cuando Daniela acudió a la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México (FGJCDMX) a denunciar este hecho, las autoridades minimizaron su testimonio, no le creyeron ni porque iba con la cara llena de sangre. Tampoco empatizaron con el hecho de que llevaba meses siendo violentada por quien una vez juró amarla, y eso, dice, es lo que más rompió su estructura emocional.
“Me dijeron que no era nada grave, que si no me había robado nada iba a pasar. Hoy les digo que la violencia familiar no es un delito menor, como dice el Código Penal, es un delito que deja secuelas, muchas veces físicas por las golpizas y las agresiones, pero lo más, y que no se ve y que por eso creen que no es grave, son las consecuencias emocionales y psicológicas”, expresa.
En México, el 40% de la violencia contra las mujeres es ejercida por sus parejas, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). Las autoridades clasifican estos casos como violencia familiar, un delito menor que se castiga con solo seis años de prisión.
La psicóloga Bianca Pérez menciona que las víctimas difícilmente van a identificar y aceptar que están en una relación violenta, primero, porque es su mecanismo de defensa para mantener la idea del “amor romántico” que se vivió al inicio de la relación; segundo, porque tienen miedo de expresar lo que están viviendo; y tercero, porque comienzan a autoculpabilizarse por las agresiones.
“Es común que las víctimas hagan todo lo posible por evitar la violencia, aceptando y asumiendo todo lo que los agresores les exigen. Van a intentar justificar todas las acciones que ellos tienen. En el ciclo de violencia, la víctima puede presentar mucho estrés y ansiedad, porque todo el tiempo va a estar cuidando sus acciones para evitar la violencia, y aun así va a ocurrir”, indica.
Ante la omisión de las autoridades, Daniela regresó al círculo de violencia, luego de que su agresor le pidió perdón. Para entonces, ella ya mostraba las características que menciona Bianca Pérez: despersonalización, al sentir que estaba separada de su cuerpo; culpa por las agresiones y dependencia emocional, en la que toda su identidad estaba basada en los deseos de Rodrigo “N”, quien la amenazó para obligarla a vivir juntos.
“Yo estaba desarmada de todas las formas posibles, él tenía control sobre mi vida, de mi dinero, de mis decisiones; mi conciencia no estaba al 100% enfocada más que en sobrevivir. En aquellos años yo no podía identificar que lo que estaba viviendo se llamaba violencia”, dice.
Viviendo con su agresor, Daniela quedó embarazada, pero eso no fue impedimento para que la violencia continuara: en una ocasión le puso una pistola en la cabeza, y en otra le hirió la mano con un arma punzocortante. En 2019, con su bebé recién nacida en brazos, Daniela fue brutalmente golpeada en la calle por Rodrigo “N”. Entonces supo que debía escapar, ponerse a salvo y denunciar nuevamente.
Rodrigo “N” no fue detenido y se le permitió presentar acciones legales contra Daniela para tratar de quitarle a su bebé. El último intento de feminicidio que cometió en su contra se dio en 2020, una vez más en la vía pública, cuando trató de atropellarla con su vehículo. “No me mató porque no pudo, porque hubo un tercero que intervino para que no lo lograra”, enfatiza Daniela.
Hasta ese momento fue detenido y se judicializó una de las cinco denuncias que había en su contra. A partir de 2022, el agresor enfrentó cuatro juicios por el delito de violencia familiar en agravio de Daniela, su familia, su hija y otra expareja de Rodrigo. En cada proceso penal, Daniela tuvo que compartir espacio con su agresor, a menos de dos metros de distancia, lo cual le resultó “doloroso e intimidante”. En todos los juicios, Rodrigo “N” fue hallado culpable y sentenciado. En total, tiene una pena de 45 años y seis meses de prisión.
Hoy, Daniela Sánchez puede identificar que lo que vivió fue violencia feminicida y que se le sometió a muchas violencias más que no están tipificadas en la ley. También sabe que su agresor está en prisión, pero el miedo persiste.
“Todavía hay mucho miedo, mucho. Hubo un tiempo en que me daba miedo salir a la calle, que las personas me vieran o toparme con alguien que se pareciera a él. Incluso en la actualidad, que sé que está en reclusión, me da mucho miedo ver a alguien que físicamente se parezca a él. De pronto un olor o un tipo de música llega a recordármelo. Hay insomnio constante, estrés postraumático y ansiedad, porque vivo en estado de alerta todo el tiempo”, lamenta.
Para Daniela, eso que dice la ley de “regresar a las víctimas al estado anterior de la violencia” es una utopía, no es posible. Ella es comunicóloga, pero no ha podido retomar su profesión porque el proceso penal le exige tiempo, pero también porque su agresor le quitó la pasión que tenía por hacer radio. Hoy, solo le queda el consuelo de saber que “hice bien al sobrevivir y al salvar a mi hija de ese lugar que no era seguro”.
‘Lo que había construido, él me lo quitó’
A los pocos meses de iniciar una relación con Eduardo “N”, Diana Tamayo ya tenía problemas de emocionales y psicológicos que derivaron en crisis de movimientos involuntarios y un coma. Cuando despertó de ese estado fue llevada a distintos hospitales para tratar de averiguar la causa.
Por un tiempo, se volvió totalmente dependiente: no podía estar sola porque en cualquier momento le daba una crisis; a veces, ni siquiera podía moverse ni hablar, “era como un vegetal”. Fue hasta que tomó tratamiento psiquiátrico que le diagnosticaron varios trastornos debido a las violencias que su pareja ejercía sobre ella.
En 2020 decidió denunciar, pero su testimonio quedó registrado hasta la tercera ocasión, porque cada vez que era interrogada temblaba y enmudecía. Al final, los peritajes determinaron que estaba sufriendo violencia feminicida en nivel extremo, y que sus movimientos involuntarios, el coma y las otras repercusiones eran producto de esa violencia.
“Tardé mucho en denunciar porque tenía miedo, pero cuando finalmente lo hice no lo detuvieron, y esto le permitió hostigarme y vigilarme constantemente afuera de mi casa, razón por la que me tuve que mudar en varias ocasiones, pero aun así me marcaba por teléfono, me mandaba mensajes o correos amenazándome. Se supone que yo tenía medidas de protección y este sujeto las incumplió 14 veces sin ninguna consecuencia”, dice.
Diana también tuvo que huir de su trabajo por miedo a que Eduardo “N” –quien laboraba en el mismo lugar– lograra matarla. Durante la relación lo había intentado varias veces, de distintas maneras: le pateó el vientre provocándole lesiones internas, intentó atropellarla y trató de quemarla con aceite hirviendo.
Entre todas las violencias hubo una que la marcó mucho: Eduardo y su hermano la privaron de la libertad, le quitaron sus pertenencias y la golpearon. Ninguna de estas acciones quedó asentada como tentativa de feminicidio, porque en su momento Diana tuvo miedo de denunciar, y cuando lo hizo para las autoridades “ya no había pruebas”.
“En todo ese proceso yo perdí las ganas de vivir, porque todo lo que había construido él me lo quitó. Tuve afectaciones fuertes como aislamiento, despersonalización, ansiedad generalizada, trastorno depresivo y estrés postraumático crónico. No me movía de la cama, no me lavaba los dientes, no me quitaba el pijama, no salía durante semanas, comía en la cama y a veces no comía. Por todos estos trastornos se me cayó el cabello, tuve problemas en la piel y uñas, y bajé muchos kilos”, recuerda.
También, notó que todos estos daños a su salud mental impactaron en su memoria: empezó a olvidar cosas relacionadas con su profesión y desaprendió incluso las actividades cotidianas.
Diana cayó en una depresión tan grave que intentó quitarse la vida en cuatro ocasiones. “Me salvó mi familia y las redes de apoyo de mujeres que también me ayudaron a iniciar la lucha contra este sujeto”, resalta.
El Inegi reporta que el 13% de las mujeres en México ha sufrido violencia psicológica por parte de su pareja. Sin embargo, el impacto a la salud mental no solo se manifiesta en el momento de la violencia, sino que persiste por años.
La psicóloga Bianca Pérez refiere que cuando hay un intento de feminicidio las secuelas a corto, mediano y largo plazo pueden poner en riesgo la vida de las víctimas.
“El hecho traumático les traerá flashbacks o pesadillas que les harán revivir el momento una y otra vez, y eso impacta en la calidad del sueño y en los hábitos alimenticios. Cuando el impacto se agrava, la persona puede pensar que es mejor terminar con su vida que continuar en esta situación de ansiedad y depresión”, explica la especialista.
En total, Diana denunció ocho hechos de violencia por parte de Eduardo “N”, quien desde 2022 está en prisión preventiva justificada a espera de que inicie su juicio por violencia familiar. La Fiscalía de la Ciudad de México no reclasificó el delito a feminicidio en grado de tentativa, razón por la que, además de sobrevivir a la violencia feminicida, Diana acusa que fue víctima de violencia institucional.
“Sufrí una serie de violencias que intentaron acabar con mi vida, y aunque (mi agresor) no lo logró, me ha costado mucho trabajo recuperar mi proyecto continuo de vida. No he podido retomar mi profesión de arquitecta como antes y perdí el contacto con la gente con la que antes me relacionaba”, expresa.
El miedo de Diana aumenta solo de pensar en el juicio que viene, y en la probabilidad que hay de que las autoridades dejen libre a su agresor. “Sobrevivir y denunciar ha sido un proceso muy tortuoso, los jueces tienen en sus manos mi vida, y que yo pueda reconstruirla”, enfatiza.
“Mi vida jamás será como era antes”
Yeritza Bautista conoció a su expareja, Carlos Enrique “N”, en un ambiente aparentemente seguro: un despacho de contabilidad donde ambos trabajaban. Desde el inicio de su relación hubo red flags, como la revisión de su celular, el control de su vestimenta, burlas y humillaciones en público, y el aislamiento de sus amigos y familia.
Al poco tiempo, llegaron los golpes “silenciosos” o poco visibles, pero Yeritza lo pasó por alto, intentando convencerse de que había sido un accidente o que no se repetiría. Así, comenzaron a vivir juntos en una casa ubicada en la alcaldía Álvaro Obregón, en la Ciudad de México. Ahí se volvieron más frecuentes las agresiones y las amenazas, tanto que su pareja le lanzaba frases aterradoras como: “si alguien aventara un cuerpo a la presa de enfrente, nadie se daría cuenta”.
“Todo inicia con amor, nadie empieza una relación pensando o ideando que la relación va a ser violenta o que no va a funcionar. Yo planee tener una vida con él y formar una familia, y al final te das cuenta de que tus planes son coartados por la misma persona con quien querías pasar tu vida. Hubo una serie de emociones que confabuló para que, lejos de salir de la relación, me quedara y me consumiera”, expresa.
En ese momento, Yeri tenía 33 años y le avergonzaba confesarle a su familia que estaba inmersa en una relación en la que era encerrada en las habitaciones de su casa, en la que le quitaban las llaves de su coche, su salario y en la que era constantemente golpeada.
La primera vez que Yeri sintió que su vida estaba en peligro fue en un viaje a Oaxtepec, Morelos. En la cocina de una casa rentada, Carlos Enrique la golpeó brutalmente tirándole tres dientes (dos más se los sacó de forma manual), le provocó una hemorragia, exposición de mandíbula, fractura en la pierna izquierda e incontinencia por tres meses a causa de las lesiones en la pelvis.
La familia de él fue testigo de esta agresión, pero decidió encubrirlo, y cuando llevaron a Yeritza al hospital todos testificaron que sus lesiones eran producto de una caída porque ella estaba ebria. Los médicos aceptaron esta versión sin indagar a fondo ni dar aviso a las autoridades.
“El doctor que me atendió le dijo a él, en mi presencia, que unos minutos más tarde y yo hubiera muerto. Ahí, fue cuando pude por primera vez pude entender la gravedad de lo que estaba pasando, por primera vez sentí que iba a perder la vida por la violencia que ejercía sobre mí. Aun así, por mi estado mental y las amenazas, regresé a vivir con él”, menciona Yeri.
Entonces, en 2020, se suscitó el segundo intento de feminicidio. En su casa en Álvaro Obregón, Carlos Enrique comenzó a estrangular a Yeri. En esta ocasión, la familia de ella también estaba presente, así que llamaron de inmediato a la policía, lo detuvieron y posteriormente se le vinculó a proceso por feminicidio en grado de tentativa.
Fue hasta 2022, después de dos apelaciones, que Carlos Enrique fue sentenciado a 11 años y ocho meses de prisión. El juez que llevó el caso consideró que como era la primera vez que intentaba matar no merecía una pena mayor. “No reparó en que la tentativa de feminicidio es la antesala del feminicidio”, resalta Yeri.
Yeritza decidió no apelar esta sentencia para evitar desgastarse más física y mentalmente. “Consideré que ya había sido mucho el tiempo que perdí en vivir violencia con esta persona, como para todavía sumar lo que iba a perder en el juicio. Yo solo estaba a la espera de que me llegara la notificación de una sentencia firme, pero para mi sorpresa él obtuvo un amparo y decidieron revocar todo el juicio”, cuenta.
El pasado 16 de octubre, Yeri inició por tercera ocasión el juicio contra Carlos Enrique, que apeló argumentando fallos procesales. La siguiente audiencia está programada para enero de 2025.
En este sentido, la psicóloga Bianca Pérez señala que en el 100% de los casos de violencia familiar y tentativa de feminicidio hay revictimización por parte de las autoridades en alguna de las etapas del proceso, lo que abona al deterioro de la salud mental de las sobrevivientes.
“La revictimización es lo que más dificulta el proceso de sanar, de encontrar el bienestar después de la violencia. Someter a una víctima a más de un juicio o a un juicio muy largo, es también someterla al hecho de que tiene que seguir escuchando los argumentos de los abogados de los agresores para culpabilizarlas. En los juicios las víctimas viven con muchísima angustia, y a veces, en algún momento del proceso, pueden presentarse pensamientos o deseos de morir”, agrega la especialista.
En algún momento, Yeri intentó quitarse la vida pese a que desde el inicio de su proceso ha tenido terapia psicológica. Salir a la calle y mostrarse ante las demás personas le era imposible. Pero poco a poco ha ido recuperando su proyecto de vida: tiene trabajo, amigos y recuperó la relación con su familia. Sin embargo, hoy todavía le llegan pensamientos de culpabilidad: “¿por qué a mí? ¿Qué hice mal? ¿En qué fallé?”.
“El deterioro de mi salud mental es una de las principales secuelas que me dejó la violencia feminicida. Hoy puedo decir que más allá de la prótesis dental y de la rehabilitación para caminar, mi secuela más grande es mi salud mental, la mataron por completo y estoy tratando de revivirla, aunque sé que mi vida jamás será como antes, porque definitivamente algo mató”, concluye Yeri.