Cómo las escuelas cerradas por Covid bloquean las rutas para salir de la pobreza
Estudiante de 14 años en Santa Ana, Junín, Perú. El país ha tenido éxito en la mejora del nivel de vida durante las dos últimas décadas. Fotografía: Sebastian Castañeda / Cortesía de Young Lives

En las granjas cafetaleras del Amazonas peruano, las clases son un camino para salir de la pobreza. Gabriela estudiaba ingeniería civil en una ciudad a hora y media de casa cuando la pandemia de Covid-19 sucedió. 

La estudiante de 18 años, que es una de los miles de jóvenes que la Universidad de Oxford sigue desde 2002 como parte de su proyecto Young Lives, se vio forzada a posponer su educación, en un país donde el 16% de los estudiantes de 19 años dejaron la escuela por la crisis. 

El problema no es solo en Perú, que es una de las historias de éxito en las últimas dos décadas de reducir la pobreza y elevar los estándares de vida. Gabriela es una de los millones de jóvenes en todo el mundo que viven experiencias similares por el Covid-19. 

El Fondo Malala, que apoya la educación de las niñas, estima, con modelos de la crisis de ébola en 2014 en África, que 20 millones más de niñas podrían quedarse sin ir a la escuela después de la pandemia de coronavirus

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El estudio de los estudiantes que Young Lives sigue en Etiopía, India, Perú y Vietnam, que se publicó en enero, pinta una imagen devastadora del impacto económico y social del Covid-19 en las vidas de los jóvenes

Las experiencias elevan el temor de que los confinamientos y restricciones no solo amenazan con frenar el progreso que se ha hecho en las últimas dos generaciones, sino también podría revertir las oportunidades de vida y hacer más profundas las desigualdades para muchos jóvenes, y afectar más a aquellos que viven en comunidades pobres. 

La historia de Gabriela es típica de muchos que se han visto forzados, a cualquier edad, a parar su educación por la crisis. Cuando era niña, ayudaba en casa, acarreando agua y leña con su madre y cuidando a sus hermanos y hermanas más pequeños. 

Cuando ella tenía nueve años su madre murió, Gabriela y sus hermanos se quedaron bajo el cuidado de su padre y su hermana mayor. Después llegó más adversidad en 2014, cuando la cosecha de café falló y su padre se endeudó

Ella trabajaba e iba a la escuela, la apoyaba su hermana mayor después de que su padre muriera hace dos años, también trabajaba en la granja en sus vacaciones. 

“Mi hermana me ayudaba con mis estudios con lo que quedaba de los ingresos de la cosecha. Mi padre tenía su huerto y su ganado. Mi hermana me ayudaba vendiendo productos de la granja”. 

La muerte de mi padre no me detuvo. Como dicen: tienes que terminar lo que comienzas”. 

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El verdadero obstáculo resultó ser una pandemia global. “Nadie pensó que esta pandemia sería un problema a largo plazo. Quería hacer prácticas en las mañanas y estudiar en las noches. Creí que se podía hacer, pero con esta pandemia no se pudo”. 

Aunque Gabriela sí trato de continuar con sus estudios de manera remota como una de cinco en su clase de 20 que se inscribieron en abril, como muchos, ella se enfrentó a retos severos por las conexiones inestables de internet y por tener que compartir una computadora con sus hermanos. Una división digital que se ha experimentado duramente en todo el mundo. 

“Mi hermano y yo teníamos clases a la misma hora. El primero en entrar racionaba su tiempo para dárselo al otro. A veces él empezaba y yo perdía mi clase, a veces era al revés”. 

Al final, la realidad económica interfirió. “En mi pueblo la cosecha se terminó. Estando ahí sin un trabajo, sin ingresos, uno no puede perder el tiempo. La necesidad es grande, tuve que conseguir dinero. Como hermana grande también tengo que apoyar a mis hermanos más pequeños”. 

Con un futuro económico incierto, probablemente ella tendrá que seguir trabajando para mantener a su familia y puede ser que no termine sus estudios profesionales si las lecciones cara a cara no se reanudan

“Me haría sentir mal, porque cambiaría mis planes una vez más”. 

La educación tiene un papel grande para ayudar a la gente a salir de la pobreza. Eso se afectó mucho por la pandemia”, dice Marta Favara, economista e investigadora principal con Young Lives

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“En dos grupos que seguimos, vemos que la gente transiciona hacia la educación superior. Ahora vemos que dejan su educación mientras los hogares se enfrentan a las crisis económicas por la pandemia

“Eso incluye el aumento de los precios de la comida y los gastos de salud y la reducción de los ingresos, ya que muchos perdieron sus trabajos. En su lugar, vemos que los jóvenes regresan a la agricultura”. 

Para las niñas, los riesgos económicos de dejar la educación superior son más altos, también se enfrentan a la presión de comenzar familias. La investigación sugiere que si dejan antes la escuela, tendrán menos educación y menos oportunidades. 

Todo esto hace que retroceda el progreso que se había rastreado en nutrición, educación y saneamiento en las últimas dos décadas. 

Es especialmente preocupante el impacto de la división digital en muchos de los países que el proyecto cubre. Esto amplificó los problemas educativos que se vieron en el mundo durante la crisis de coronavirus.

“El problema de la división digital es enorme. En algunos lugares solo el 5% tiene acceso a internet. Después está la cuestión de la salud mental de estos jóvenes”, dice Favara. 

Para Gabriela, como muchos otros, ahora solo es una cuestión de esperar. 

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“Tenemos que esperar a que regrese la normalidad”, ella dice. “La manera a la antigua. Tendremos que empezar desde cero. Porque a veces uno hace planes, pero Dios tiene otros”.

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