¿Rockeando en el mundo libre? Porqué la derecha se apropia de la música de protesta
Bruce Springsteen en 1984, año de Born in USA, que fue apropiado por la derecha. Fotografía: Steve Granitz / WireImage

“¿Sabían que Born in the USA es en realidad un himno en contra de la guerra de Vietnam?” Desde que Donald Trump utilizó la canción de Bruce Springsteen, de 1984, durante sus mítines, sus letras han dado lugar a tantas explicaciones que ya rayan en el cliché. Sin embargo, no hay nada menos desconcertante ya que se convirtió en un gran ejemplo de una tendencia de la derecha de coptar música sobre lucha o progreso.

El presidente Ronald Reagan hizo el primer intento por barnizar el contexto del coro irónico de la canción después de que saliera el álbum Born in the USA. Reagan nombró a Springsteen durante un mitin en Nueva Jersey en un intento por relacionar al artista con un “mensaje de esperanza” para EU. Springsteen se opuso a que usaran su canción,  pero eso no afectó el fervor de Trump y sus seguidores por la canción. Como dice Barack Obama en un episodio de su serie de podcasts con Springsteen: ”Terminaron apropiándosela como canción icónica y patriota. Aunque esa no era necesariamente tu intención”.

Tampoco le molesta a Boris Johnson decir que The Clash es una de sus bandas favoritas aunque sean íconos del punk de izquierda. A los antimascarillas y a los seguidores a ultranza de Trump tampoco les molesta el socialismo de Rage Against the Machine y su postura antipolítica y usaron la canción de la banda, Killing in the Name, en un rally de Trump.

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Neil Young tuvo que levantar la voz cuando Trump utilizó en repetidas ocasiones su canción anti EU, Rockin in the Free World, en los eventos de campaña. En una demanda que ya retiró, Young dijo que “su conciencia” no le permitía dejar que “usaran su canción como ’canción tema’ de una campaña que dividía, que era antiestadounidense y de ignorancia y odio”.

El ejemplo más reciente es de los que protestan por los confinamientos y que se presentan como oprimidos que deformaron la canción de We’re Not Gonna Take It de Twisted Sisters para convertirlo en un himno antimascarilla. Aunque el guitarrista de la banda Jay Jay French describe lo que ha llamado la quintaesencia de las canciones de protesta y que “habla para todos los alienados de todas partes”, la banda apoya el distanciamiento social, el uso de máscaras y la vacunación. “El hecho de que una solución para la crisis se haya politizado y caracterizado como una amenaza para los derechos civiles de algunas personas es algo imposible de comprender”, dijo. En su canción anticonfinamiento, Stand and Deliver, Eric Clapton y Van Morrison fueron más allá al usar el lenguaje de liberación para dar su mensaje.

Kevin Fellezs, profesor asociado de la Universidad de Columbia, está realizando una investigación sobre la “música de libertad”, una tradición por medio de la cual muchos artistas y sus comunidades “articulan sus aspiraciones para la liberación individual o colectiva”. Stand and Deliver deforma la tradición, dice, al borrar conceptos de libertad y esclavismo con letras como “¿Quieren escuchar estas cadenas hasta que lleguen a la tumba?” Él acusa a Morrison y a Clapton de “buscar el interés propio a expensas de un bien social  o una necesidad más importantes”.

Elliot H Powell, profesor asociado de la Universidad de MInnesota, dice que esto es más preocupante dado al uso de la música pop por parte de los artistas marginales “para criticar  sistemas de dominio y subordinación… y para imaginar la vida fuera de estos sistemas”, y citó Fight the Power de Public Enemy y Strange Fruit de Billie Holiday. Al secuestrar estas formas y estos lenguajes, dice Powell, los de derecha se desentienden o hacen menos a los movimientos sociales que los usaron. “Tienen la intención de decir que el movimiento antimascarilla y el movimiento anticonfinamiento no son diferentes de otras luchas por la libertad”, dice. “Obviamente se trata de una equivalencia falsa cuando seguimos el flujo de poder”.

La apropiación lingüística y temática es parte de la historia popular de la música. “Hace tiempo los estadounidenses encontraron la forma de disfrutar de la música de los afroamericanos a pesar de ser racistas y a pesar de ser supremacistas blancos”. Dice Jack Hamilton, un profesor de la Universidad de Virginia. “El ser capaz de separar estas cosas es un aspecto desafortunado de las audiencias de la música popular estadounidense, probablemente de las audiencias musicales de todos lados”.

Así ha sido desde siglos atrás, según Noriko Manabe de la Temple University, que dice que en el siglo XVII, grupos sociales y políticos rivales reinterpretaban y reescribían canciones populares. De forma parecida, en el siglo XVIII, en EU, las canciones que usaban los grupos partidarios o no del régimen de Inglaterra, las adaptaban las facciones federalistas o republicanas. Manabe dice que la música popular siempre ha sido una forma efectiva de organizar una herramienta que despierta emociones.

Recientemente estuvo estudiando los sonidos de la toma del Capitolio, cuando los atacantes cantaban, “No Trump, No peace”, la inversión del canto de Black Lives Matter, “No justice, No peace”. “Esta es una abominación del marco ideológico original que me hace sentir extremadamente enojada”, dice Manabe.

Pero fuera de las emociones, Hamilton dice que cooptar es parte de un esfuerzo para vincular el conservadurismo con la rebelión y la idea de que ser conservador es ser rebelde. Esto se da mucho en los jóvenes conservadores y en los seguidores de Trump, y de forma más visible en los movimientos antimascarillas y anti confinamiento. “El movimiento antimascarilla, al menos así parece, se trata de decir ‘No me digan que hacer’, dice Hamilton. “Puedes encontrar eso en toda la música popular. Hay tanta música pop sobre libertad y sobre la posibilidad de hacer lo que uno quiera”.

El periodista Charles Banesco, que ha analizado los intentos de los grupos de odio de usar el trabajo de gente como Depeche Mode y Johnny Cash, coincide con la opinión de Hamilton. “Los complejos de persecución de los grupos de extrema derecha los hacen sentirse obligados a gravitar hacia un lenguaje de opresión y levantamiento”, dice. “Mucha de la música que toca esos temas se hace desde una perspectiva totalmente ajena a la suya propia”.

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Benjamin Teitelbaum, un etnomusicólogo de la Universidad de Colorado que estudia la música en los movimientos nacionalistas de extrema derecha o blancos supremacistas dice que esta tiene raíces profundas. “Las más grandes estrellas en la escena de la extrema derecha, las iniciativas financieras más grandes, las reuniones más grandes, la forma en que la gente se identifica a sí misma, todo esto tiene que ver con la música en especial la de las décadas de los 80 y los 90”, dice. “Con frecuencia la música juega un papel primordial para las causas políticas que no tienen muchas opciones parlamentarias, democráticas u opciones revolucionarias para ellos mismos”. Teitelbaum cita la marca de discos del British National Party, Great White Records, un vehículo para construir poder en búsqueda de aceptación nacional: “Si no vas a ganar en las urnas, pueden ganar por medio de expresión simbólica como música”.

En la década de los 80 y los 90, estas expresiones eran explícitamente nacionalistas y fascistas, con actuaciones como la de la banda de punk Skrewdriver, Black Circle de Noruega, y el festival de música intencionalidad Rock Against Communism que proporcionan un escenario musical para el nacionalismo blanco de los skinheads y el neonazismo. Pero en los 2000, estos movimientos comenzaron a cambiar y se extendieron al rap, con Dissziplin en Alemania, reggae, con Nordic Youth en Suecia, y cantautores y fórmulas pop como la cantante Saga en Suecia. Teitelbaum dice que el mensaje de sus letras era: “Sólo nos amamos a nosotros mismos, sólo queremos ser nosotros mismos. Amo tanto a nuestra gente y estamos muriendo, alguien ayúdenos”.

Este cambio, dice, diluye el poder y la claridad de la música que legítimamente utiliza temas de lucha. “Nos sabemos el coro de Born in the USA, pero el resto de la canción sólo la tarareamos”. Hasta Killing in the Name, que escribieron los de una izquierda estridente, no son inmunes. “Si esto sigue ocurriendo en estos escenarios de derecha y para estos propósitos, quiere decir que algo sucede”.

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Apropiada por Trump… Rage Against the Machine en 1996. Fotografía: Niels Van Iperen / Getty Images

Teitelbaum, ha estado estudiando el movimiento de extrema derecha de EU y dice que esta dinámica necesita algo más que el ridículo. “Su idiotez nos puede golpear, pero también deberían sorprendernos las trazas de inteligibilidad que flotan por allí”, dice. “Decirles tontos no va a servir de nada. Este acto de apropiación no sucede dentro de una burbuja”.

Como dice French de Twisted Sisters: “lo único que puede hacer un artista es poner en evidencia al que se apropió de la canción y hacerlo dejar de usarla”. Pero las acciones del artista y la parodia de las redes sociales pueden hacer que la apropiación se reafirme, y la aceleración de esta táctica de la extrema derecha podría necesitar un enfoque más amplio y proactivo. Fellez dice que una mejor educación musical sería necesaria. “No quiero decir que haya que enseñar a los niños ‘buena música’ para que no quieran escuchar ‘mala música’, dice. “Lo que queremos hacer es educar, fortalecer y animar a la gente a escuchar con oído crítico”.

Powell está de acuerdo. “Si nos comprometemos a seguir y criticar los flujos de poder por cómo se manifiestan y operan en estas canciones, entonces el poder de esa música no estará perdido”. Así es que recordemos Born in the USA por lo que es: un retrato de un país racista enfocado en las guerras en el extranjero mientras su economía se hunde. ¿Les suena conocido?

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