La ‘master class’ de Biden a los partidos de izquierda globales sobre el uso del poder
Joe Biden. Foto: AFP

Tal vez no se dieron cuenta, porque no le gusta estar restregando las cosas en la cara de uno como su predecesor, pero Joe Biden está dando una lección a los partidos de izquierda y de centro izquierda de todo el mundo. La verdad es que se trata de una lección que tendrían que haber aprendido hace tiempo, pero deberían estar poniendo atención porque se trata de una clase maestra.

No me refiero a su debut en su primera conferencia de prensa en la Casa Blanca, en la que demostró que a pesar del tropezón en el avión Air Force One o de los supuestos momentos de persona mayor, sus instintos políticos permanecen intactos. Para dar un ejemplo, cuando le preguntaron si buscaría la reelección en 2024 y si Donald Trump sería su contrincante, contestó con un chiste a medias, diciendo que no tenía idea de si se enfrentaría a Trump, o de que si “habría un partido republicano”, y agregó que él “respetaba el destino” y había aprendido a no hacer planes con muchos años de anticipación. Con esa respuesta logró echar sal a la herida de la actual crisis de identidad de sus oponentes en momentos en los que los republicanos se preguntan si son algo más que un club de fans de Donald Trump. También sirvió como recordatorio para los estadounidenses de las pérdidas súbitas y crueles que ha tenido en su vida, y que le han dado un toque emocional poco común en la política.

Fue una gran respuesta para un hombre que es torpe de pies. Pero no fueron las palabras de Biden, de las que se lleva la cuenta y apenas suman un tercio de las que sumaba el presidente anterior en sus presentaciones frente a la cámara en el mismo tiempo, fueron sus acciones, las que deberían estudiar.

Hay que recordar cómo fue la campaña de Biden. Se presentó como el abuelo confiable de la nación que regresaría la calma y la decencia al gobierno de EU, como una presencia equilibrante que creía en la anticuada virtud de la competencia en silencio. No sería emocionante ni prendería a las redes sociales. Cuando la derecha aseguró que era un socialista radical, la acusación no pegó porque Biden lleva ya en la política 50 años y la gente ha visto con sus propios ojos que es un moderado tradicional. Y los de izquierda que consideraban que Biden era un hombre de centro, aburrido y decrépito que no estaba a la altura ni para limpiar los zapatos de sus favoritos Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez, ayudaron a afianzar su imagen.

Pero hay que verlo ahora. A dos terceras partes de sus primeros 100 días, la presidencia de Biden ya se ganó el derecho de ser considerado un radical. Los observadores de la Casa Blanca, que normalmente se consideran objetivos, van más allá. A dos meses de la toma de posesión de Biden, ya lo consideran un presidente transformador. Las comparaciones con Franklin D Roosevelt y Lyndon Johnson ya están allí y Biden las alienta. A principios de mes, estuvo dos horas con un grupo de historiadores de la presidencia para hablar sobre la forma en que Franklin D. Roosevelt  y Lyndon B. Johnson consiguieron hacer cambios profundos y sistémicos que aún prevalecen. En la conferencia de prensa del jueves, Biden dejó clara la escala de su ambición. “Quiero cambiar el paradigma”, dijo tres veces.

¿En qué se basa esa conversación? La base se encuentra en el paquete de ayuda para Covid de 1.9 billones de dólares que Biden firmó hace 15 días y que se reflejó en pagos de 1400 dólares en la cuenta bancaria de más de 100 millones de estadounidenses. Esto es más que un estímulo a corto plazo. Un cálculo aproximado indica que la medida ayudará de golpe a reducir la pobreza de los niños a la mitad. El 20% de las familias más pobres tendrá un aumento en el ingreso de 20%. La ley hará crecer los subsidios para cuidado de salud e introducirá algo similar para beneficio de los niños. Se destinarán 4 mil millones para los agricultores afroamericanos en lo que muchos consideran el primer paso para compensar la esclavitud. Si el pasado es el prólogo, estas medidas una vez tomadas serán casi imposibles de eliminar. No es por nada, pero el columnista conservador David Brooks considera que la ley de apoyo para el Covid “es una de las piezas legislativas más importantes de nuestros tiempos”.

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Es por esto que el llamado de Biden al cambio de paradigma podrá mantenerse. Está derribando cuatro décadas de hostilidad hacia el gran gobierno, reemplazando ese sentimiento con la expectativa de que si los ciudadanos están viviendo vidas precarias económicamente hablando, si la desigualdad es rampante, entonces es obligación del estado hacer algo. En la campaña presidencial de 2008, los republicanos criticaron a Biden y a Barack Obama por querer “repartir la riqueza”. Ahora, con Biden, el gobierno de EU está trabajando en un programa masivo de redistribución de la riqueza, y las encuestas indican que los estadounidenses, incluyendo los republicanos, están de acuerdo.

Ayuda mucho el éxito del presidente en su tarea más vital que es la de darle la vuelta a la campaña de vacunación que Trump comenzó apenas. Biden prometió que en sus primeros 100 días se vacunaría a 100 millones de estadounidenses. De hecho, cumplió su meta en el día 58 de su gobierno y ahora quiere llegar a 200 millones de vacunas para el día 100.

Si logra controlar la pandemia y regresar la economía a buen camino, Biden demostraría que está listo para actuar en grande, y rápidamente, en otras esferas. Lo aguarda un plan de energía verde e infraestructura que,  junto con una ley de educación, llega a la cantidad impresionante de 3 billones de dólares. Se encuentra bajo presión de acabar con los esfuerzos republicanos de supresión de votos, que básicamente tienen la intención de mantener alejados de las urnas a los afroamericanos. Para eso tiene un acta de derechos de voto, y quiere hacer otras reformas democráticas como dar la calidad de estado al Distrito de Columbia y a Puerto Rico o acabar con el filibusterismo, con lo que se acabaría el sistema actual que le da ventaja a la minoría blanca de los estadounidenses del campo.

Estos serían actos en verdad transformadores, realizados por un hombre considerado y que en algunos lugares se le condenaba hace algunos meses como servidor del status quo. Y sin embargo, ese contraste no es una paradoja. Es un método.

Esta es la primera lección que BIden está dando a los que quisieran ser reformadores. Si alguien quiere ser radical en el poder, primero tiene que asegurar a la oposición. Si su objetivo es ganar poder, entonces en las sociedades en donde la gente tiende a ser conservador con ‘c’ minúscula, la tarea inicial es persuadirlos de que no tienen nada que temer de uno y que sus preocupaciones son las de uno. Hay que recordar la campaña de Biden: nada de gestos, nada de golpear las posturas radicales, nada de indulgencia para ninguno. No estaba haciendo campaña para que lo quisieran en Twitter, ni para ser presidente de la asociación de estudiantes. Quería ser presidente de Estados Unidos.

Y esa es la segunda lección importante de Biden, una que es tan vieja como la política misma. El verdadero radical no es el frenético orador de discursos revolucionarios o el autor de manifiestos maximalistas. El verdadero radical es uno que llega al poder y lo utiliza para bien. Biden ha logrado más en dos meses que aquellos que pregonan ser radicales toda su vida. Y lo ha hecho porque entiende algo que muchos no quieren ver. Entiende que la mayor esperanza es el poder.

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