‘En realidad no es que me oponga a todo’: Fran Lebowitz
Fran Lebowitz fotografiado en Chelsea, Nueva York, enero de 2021. Fotografía: Ali Smith / The Observer

Casi desde el primer instante en que puso un pie en Nueva York hace más de 50 años, Fran Lebowitz ha sido parte del firmamento social de la ciudad. Como ésta, ella ha subido inexorablemente de categoría desde que ganó fama como humorista en la década de los 70 con una columna en la revista Interview de Andy Warhol. En aquel entonces, se juntaba con personajes como Robert Mapplethorpe y los New York Dolls, así como leyendas del jazz como Charles Mingus y Duke Ellington. Ahora convive con la diseñadora de modas Diane von Furstenberg y el exeditor de Vanity Fair, Graydon Carter, y la fallecida ganadora del Nobel Toni Morrison fue su amiga cercana y confidente.

Sin embargo, una persona que se ha mantenido constante en su vida es el director de cine Martin Scorsese, quien, como ella, creció en una época en que la ciudad era más ruda, sucia y turbia. Hasta que la pandemia detuvo su socialización, Lebowitz pasaba todos los días de Año Nuevo con Scorsese y un grupo selecto de amigos, viendo clásicos de Hollywood en su sala de proyección privada.

“Cuando nos conocimos, hubo una conexión instantánea, yo creo que esa es la naturaleza de una amistad verdadera”, me dice con voz casi melancólica. “El tipo de conexión que tenemos es realmente tan raro como el amor y romance verdaderos. No es lo mismo, pero hay algo químico al respecto. Es algo que simplemente pasa, no hay alguna explicación para ello”.

Esa química subyace en Pretend It’s a City, la exitosa serie de Netflix que, con ayuda de la audaz dirección de Scorsese y su subestimada aparición en la pantalla, ha puesto sobre Lebowitz la atención de una audiencia completamente nueva, y se convirtió en un antídoto para muchas de las restricciones de nuestros temerosos e inciertos tiempos. En Scorsese, quien también dirigió Public Speaking, un documental de 2010 sobre ella, encontró la cobertura perfecta: alguien al nivel de su ingenio, sincronizado con su temperamento y dispuesto a darle todo el espacio que demanda su voluble presencia.

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Filmada en 2019, antes de que la pandemia convirtiera a Manhattan en una especie de pueblo fantasma, Pretend It’s a City le da rienda suelta a Lebowitz para que haga lo que quiera, que casi siempre es ser ella misma, y la variedad de cosas que le molestan. Esto incluye turistas, burócratas, la prohibición del cigarro, el culto al wellness, los celulares, la muerte de los buenos modales, los narcisistas y los jóvenes. “Incluso cuando yo era joven”, dice, “no me juntaba con personas de mi edad. Cuando llegué a los 30, empecé a perder varios amigos que murieron de viejos”.

Dada la época en que vivimos, la comedia quejumbrosa de lebowitz debería percibirse como intolerablemente mezquina, pero en su lugar, las audiencias la han encontrado divertida, y a ella, con todo y sus modos quejumbrosos, encantadora. Llegó, con su bocota, sus quejas y opiniones, de cierta manera en el momento correcto: es un campo de fuerza de certeza cómica en un mundo de ansiedad e incerteza. Mucho de esto se debe a su ingenio que, para decirlo con palabras suaves, tiende hacia lo ácido, pero también neutraliza su mal humor y su certeza inquebrantable. No obstante, cuando le sugiero que eleve el acto de llevar la contra a los niveles de las bellas artes, ella no está de acuerdo.

“Para empezar, no soy una opositora”, dice, casi ofendida. “No es mi objetivo, ni deseo ni impulso decir o creer algo para llevarle la contra a lo que las personas dicen o creen. Resulta, por supuesto, que muchas de las cosas que digo y creo son contrarias a lo que otras personas piensan, pero no las digo por esa razón. Esto es 100% verdadero”.

Entonces, ¿cómo se describe a sí misma? “Yo sé que esta no es una perspectiva muy popular, pero me veo como una persona muy razonable. De hecho, me considero de la misma esencia que la razón y la lógica”.

Lebowitz me habla por teléfono desde Nueva York, donde vive una vida digitalmente desconectada en un departamento que también alberga alrededor de 10,000 libros. Es posible que sea la única persona de Manhattan que ha elegido no tener una laptop o un celular, lo que significa que Twitter se pierde de su ingenio epigramático y es posible que ella ni siquiera se de cuenta, o que le importe, de que su estilo sartorial ha encendido las redes sociales. Su aspecto desafiantemente masculino (chamarras de caballero ligeramente grandes y camisas fajadas en Levis con botas vaqueras) llevó a un blog de estilo a llamarlael ícono alternativo del estilo de quien que todos podemos aprender algo” y la ponen en el primer lugar de su lista de “los rudos con más estilo del siglo”.

Aún es debatible qué tan ruda puedes ser cuando te vistas con abrigos y chamarras de lana hechos a la medida por Anderson & Sheppard en Savile Row, cuya única clienta previa fue Marlene Dietrich. Y, como notaron algunos críticos, es un poco osado bromear con lo caro que puede ser vivir en Nueva York, cuando, de acuerdo con un reportaje de Variety en 2017, “gastó 3.1 millones de dólares en un condominio de una habitación y dos baños en Chelsea Mercantile, una esquina movida, con todos los servicios, y aprobada por las celebridades en el barrio Chelsea de Nueva York”.

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No obstante, hasta cierto punto, Lebowitz siempre ha vivido por encima de sus posibilidades, como cuando se mudó a su propio departamento en midtown Manhattan poco tiempo después de que llegó a la ciudad en 1969. “Tan pronto como pude, conseguí mi propio lugar en West Village”, me dice. “Era un departamento horrible, pero no estaba en Lower East Side, donde vivían muchos de mis amigos, y que era mucho más barato, pero también más aterrador. Era tan peligroso que no los visitaba, ni siquiera de día”.

En Pretend It’s a City, su imagen definitiva es recurrente en los siete episodios: una figura solitaria en un abrigo con los hombros anchos caminando por las calles de un Manhattan pre pandemia de la misma manera en que lo hace un matón de la Mafia en camino a cumplir con su labor. Puede que sea un chiste local para Scorsese, pero aún así es oportuno dado que Lebowitz es una mujer con la misión de acabar con las molestias y disparates de la vida en Nueva York. Su certeza se alimenta del enfado que podría exagerarse para efectos comédicos, pero que sin embargo es real y profundo. Lo que más le molesta es la ausencia de los buenos modales (“Sé que ya no le puedes decir esa palabra a nadie”) en la vida pública.

“Cuando era joven”, dice, con uno de sus refranes favoritos, “había una idea muy estricta del límite entre la vida pública y la privada. Entonces, cosas que puedes hacer en la privacidad de tu habitación, no las harías en la 12th Street. Parece que eso ha desaparecido por completo, y no son sólo los jóvenes; también es cierto para personas de mi edad, quienes crecieron de cierta manera y después lo olvidaron. Me sorprende lo inconscientes que son las personas en público, considerando lo aceptable que se ha vuelto pensar en ti mismo todo el tiempo. Esto sucede desde hace mucho, por supuesto, pero aún no me acostumbro. Y sí, me enfada”.

En Pretend It’s a City, su ira se dirige hacia los deliberadamente ineptos (los funcionarios de la ciudad que gastan 40 millones para instalar “bancas para césped” en Times Square) y los deliberadamente inocentes, como una mujer jóven que le pregunta cómo describiría su estilo de vida: “Bueno, dejaré algo claro”, se retuerce, “yo jamás utilizaría el término ‘estilo de vida’ “.

Una de las ironías de su nueva popularidad es que los jóvenes, a quienes confesó que les tiene poca paciencia, la aceptaron en sus corazones. Sus audiencias más grandes son en el circuito de universidades de Estados Unidos y, antes del confinamiento, se encontró siendo regularmente detenida en la calle por sus jóvenes admiradores.

“He notado que las personas en sus veintes se me acercan más”, dice, intrigada más que enojada, como podría esperarse, por la atención. “Realmente no entiendo por qué. Nunca les he prestado atención en particular. Lo que sí puedo decir es que muchos de ellos parecen increíblemente obsesionados con Nueva York en la década de los 70, que de algún modo se ha vuelto una idea muy glamurosa para ellos, aunque no lo fue ni un poco”.

Tal vez, le sugiero, su temple es más auténtico que el del Manhattan más homogeneizado de hoy. “Yo creo que más bien es porque el glamour siempre es algo distante”, responde. “Mientras más te alejes de una era, más glamurosa se vuelve. Y, si por casualidad estuviste presente, el glamour se te pega”.

A principios de la década de los 70, Lebowitz formaba parte de una escena artística neoyorquina con más glam que glamour y que desde entonces, como ella sospecha, ha alcanzado un estatus mítico en la cultura popular. Ella llegó en 1969, huyendo de la crianza tradicional en Morristown, Nueva Jersey, donde sus padres judíos tenían un negocio de tapicería para muebles. Lo único que se esperaba de ella, nos cuenta, era convertirse en una buena esposa.

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Hay una gran diferencia entre la relación que los jóvenes tienen con sus padres ahora y la que tenían las personas de mi edad con sus padres. Ellos no los odian. Sus padres no desaprueban las cosas que hacen. No existe esa división. En pocas palabras, no le agradábamos a nuestros padres. Sé que decirlo es horrible. Y no digo que no nos amaran, pero es cierto que no les agradábamos bien. Y jamás les pasó por la cabeza hacerse nuestros amigos. Mi madre me decía con frecuencia, ’soy tu madre, no tu amiga’, y yo nunca la hubiera confundido con una amiga, créeme”.

Rebelde por naturaleza, Lebowitz se declaró como atea a los siete años, y, como adolescente, la suspendieron de una escuela por “hosquedad inespecífica” y en otra ocasión por poner un mal ejemplo para los demás estudiantes. Una vez acudió a una fiesta elefante disfrazada de Fidel Castro, En Nueva York, encontró trabajo como limpiadora, taxista (en ese momento sólo había dos taxistas mujeres en la ciudad), y escritora de pornografía.

En 1970, después de publicar varias reseñas de libros para una pequeña revista, exigió un trabajo en la destellante revista de Andy Warhol, Interview, al informarle al editor, Glenn O’Brien, que quería escribir reseñas divertidas de películas malas, su propia página y no quería que la editaran. El poder de su firma le otorgó acceso a un entorno moderno y notablemente disoluto, cuyos miembros incluían a los jóvenes fotógrafos Robert Mapplethorpe y Peter Hujar, quienes le tomaron retratos, y el turbio y escandaloso grupo de rock New York Dolls, cuyo vocalista, David Johansen, la invitó a los shows del grupo en el Mercer Arts Center.

“Conocí a los miembros de la banda y los veía tocar todo el tiempo”, me dice, “pero en cuanto a la música, no puedo pensar en una persona de mi edad menos interesada en el rock’n’roll que yo en esa época”.

Las fotografías de ella en esos tiempos la muestran pasando el rato en clubes como el CBGB y Max’s Kansas City, relajada pero desafiantemente fuera de su típico estilo colegial. Como asegura en Pretend It’s a City, se sentía más como en casa en la compañía de leyendas del jazz como Duke Ellington y el icónico Charles Mingus, con quien tuvo una tempestuosa amistad. Una vez, él brincó del escenario y la persiguió entre la audiencia y durante varias cuadras.

Para mí, sus historias sobre esos alocados tiempos son lo mejor de la serie, sobretodo porque puedes sentir la misma libertad que ella en esos tiempos. Después de haber crecido en una pequeña ciudad conservadora, encontró a su familia y hogar adoptivos como mujer homosexual en una ciudad que, como le cuenta a Scorsese, atraía a las personas que como ella, no cabían en otra parte.

A principios de la década de los 80, Lebowitz ya había publicado dos libros de divertidas reflexiones y ensayos muy aplaudidos sobre los modales de Nueva York, Metropolitan Life (1978) y Social Studies (1981), antes de sucumbir ante lo que ella se refiere como un prolongado “bloqueo”, que aún continúa. Pero sin miedo, dio el aparentemente impecable brinco de escritora a oradora pública y el resto, como dicen, es historia de un tipo particularmente improbable.

Le pregunto si se considera una satírica. “De algún modo sí, pero la realidad estadounidense ha sido tan extrema en tiempos recientes que la sátira es casi imposible. Cualquier cosa que te puedas imaginar de hecho sucede. Sería impactante hasta para Johathan Swift.

Sus opiniones políticas, me dice, se han mantenido constantes durante toda su vida. “Soy una demócrata liberal muy tradicional, pero el problema es que el partido Demócrata se ha movido demasiado a la derecha. Comenzó con la presidencia de Bill Clinton. Para mí, sus ideas eran republicanas y ahí es donde todo comenzó a mezclarse de una forma muy extraña”.

En tiempos recientes, dice, se ha hecho “más radical, más de izquierda” en un momento de su vida en el que podría volverse más conservadora. “Sólo porque los demás se han movido hacia la derecha”, dice. “Siento que me han obligado. Quiero decir, antes no odiaba a los republicanos, sólo no estaba de acuerdo con ellos”.

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A los 70 años, Fran Lebowitz aún retiene un poco de ese espíritu instintivamente rebelde que enfureció a sus profesores y su franqueza es lo que más resuena. Su comedia es esencialmente catártica: se deja ir de una manera que los demás (en especial los más viejos) no podemos, pero desearíamos poder. Al rehusarse a guardar silencio o retractarse, habla por todos los cansados citadinos, cuya manera de ser por default, a diferencia de la suya, es un silencio estoico y la ira reprimida. Le pregunto si le molesta que otros la consideren irritante.

“No, pero sí me sorprende. Siempre me sorprende cuánto se enojan las personas conmigo, dado a que yo no tengo ningún poder. Entonces, si no estás de acuerdo conmigo, ¿eso qué? No es como que yo pudiera hacer algo por ti. Para ser honesta, no me importa mucho que las personas no estén de acuerdo conmigo, pero me pregunto por qué les importa tanto que yo no esté de acuerdo con ellas”. Ahora mismo, el mundo ya se puso al corriente con su ingenio, sospecho que no pasa mucho tiempo pensando en eso.

Pretend It’s a City está disponible en Netflix.

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