La casa del terror de El Salvador se convierte en un emblema de la guerra contra las mujeres
Los científicos forenses trabajan en la casa del ex policía Hugo Ernesto Osorio, donde se cree que están enterrados al menos 15 cuerpos y hasta 40. Foto: Marvin Recinos / AFP / Getty Images

Día tras día se reúnen en la casa verde esmeralda en la calle Estévez buscando noticias de sus seres queridos que desaparecieron sin dejar huella.

Dicen que ahí hay muchos, tal vez 40”, dijo Jessenia Elizabeth Francia, un ama de casa de 38 años que viajó 32 km para llegar al edificio fuertemente vigilado bajo el sol que castiga al medio día.

Francia llegó a Chalchuapa, una pequeña ciudad en el oeste de El Salvador, en busca de su hijo, Luis Fernando, quien desapareció hace siete años a la edad de 16. “Yo solo quiero encontrar al menos sus huesos para enterrarlos y encontrar paz”, dijo, y tomó el celular para mostrar una foto de su hijo perdido y las palabras: “Tengo fe”.

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Otros buscaban a sus hijas o esposas, mujeres centroamericanas que cayeron presa del propietario de la casa, el ex oficial de policía y supuesto asesino serial, Hugo Ernesto Osorio Chávez, quien se teme enterró a sus víctimas dentro.

“Ella tenía 24 años”, contó Candelaria Carranza Castro, una madre de pelo plateado cuya hija desapareció en julio de 2015 y quien estaba entre aquellos que visitaron la casa el lunes. “Sin importar lo que ha pasado quiero encontrarla”.

La tumba masiva en el número 11 de la calle Estévez fue descubierta en la noche del 7 de mayo después de que los vecinos llamaran a la policía cuando oyeron los gritos de una mujer joven. Para cuando llegó la policía más de una hora después, ella y su madre estaban muertas, se dice que fueron golpeadas a muerte con un tubo de hierro por Osorio, quien confesó los crímenes. Mientras tomaban bajo custodia a la mujer de 51 años, la policía se tropezó con los cuerpos a medio enterrar de dos hombres en el patio de la casa y, cuando empezaron a cavar, encontraron más cuerpos en una serie de pozos.

Las autoridades todavía tienen que anunciar el número preciso de cuerpos enterrados dentro pero los excavadores que todavía están probando los cimientos creen que puede haber hasta 40 cuerpos y no menos de 15.

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Los oficiales dicen que creen que la mayoría de las víctimas son mujeres jóvenes que Osorio llevó a su casa supuestamente con la promesa de ayudarles a encontrar trabajo en México. Al menos tres eran niños pequeños de dos, siete y nueve años. Otros nueve sospechosos fueron arrestados, entre ellos traficantes de personas y ex miembros de la policía y del ejército, despertando sospechas de que Osorio usara su cementerio clandestino para deshacerse de las víctimas de otras personas.

Nunca esperamos algo como esto de él”, dijo Arnoldo González, un vecino de 40 años, mientras las familias que buscan siguen llegando fuera de la morada de un piso en un pueblo en las afueras rurales de Chalchuapa.

“Siempre estaba en su motocicleta y parecía ser alguien muy accesible, realmente normal. Algunas veces nos decía que trabajaba como detective privado o como guardaespaldas pero nunca sospechamos nada porque había sido un policía antes”, dijo González, uno de los únicos locales que se atrevió a ofrecer sus pensamientos.

Este caso ha provocado olas de shock en todo El Salvador y llama la atención hacia la emergencia de feminicidios que hay en toda América Latina, desde Argentina hasta México, en donde 4,000 personas fueron asesinadas solo en 2019.

El Salvador ha sido considerado desde hace tiempo uno de los lugares más peligrosos del mundo para ser mujer, una realidad que obliga a muchas a huir al norte para buscar refugio en Estados Unidos. El año pasado, 541 mujeres desaparecieron en el país que tiene una población de 6.7 millones de personas, según la Organización de Mujeres Salvadoreñas por la Paz (Ormusa).

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“El asesino serial de mujeres en Chalchuapa no es un incidente aislado”, dijo la feminista y activista social Morena Herrera.

“Es un incidente arraigado en dos factores: la permisividad de la sociedad hacia la violencia en contra de las mujeres y la complicidad institucional. Las instituciones de El Salvador se preocupan muy poco de las vidas de las mujeres, y no estoy hablando sólo de la policía”, agregó Herrera.

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Un familiar en busca de su familiar afuera de la casa en Chalchuapa. Fotografía: Bryan Avelar

Desde que asumió el cargo hace dos años el presidente populista de El Salvador, Nayib Bukele, se atribuye el crédito por una caída dramática en el índice de asesinatos en el país, con el número promedio de asesinatos diarios que se redujo de nueve a tres. Pero se están haciendo preguntas sobre si la reducción fue el resultado de las severas medidas de seguridad del gobierno o si de hecho se trataba de un acuerdo secreto con la Mara Salvatrucha (MS-13), la pandilla criminal más grande de El Salvador.

El año pasado, el grupo de noticias salvadoreño El Faro publicó una carpeta de documentos filtrados que decía demostraba que los funcionarios del gobierno habían convencido a los jefes encarcelados de la pandilla de “pacificar” las calles notoriamente violentas y ofrecer apoyo político a cambio de un mejor tratamiento. Otros señalan que mientras el índice de asesinatos de El Salvador cae, el número de desapariciones va a la alza en un país en el que desaparecieron miles durante la guerra civil de 1979 – 1992.

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La tumba masiva daña aún más los argumentos de Bukele de 39 años, cuyo creciente comportamiento autoritario está provocando la alarma internacional, de que El Salvador se está volviendo más seguro. Las autoridades aparentemente preocupadas por el escándalo de lo que los periódicos locales llaman “la matanza de Chalchuapa” han tratado de presentar los asesinatos como las acciones desquiciadas de un “psicópata” sin control aunque los arrestos de ex miembros de fuerzas de seguridad parecen quitarle credibilidad a la narrativa.

Gracias a la precisa acción de nuestros oficiales e investigadores, pasará al menos 100 años en prisión”, tuiteó el viernes  pasado el presidente de El Salvador aficionado a las redes sociales , prometiendo que Osorio nunca volverá a disfrutar de la luz directa del sol.

Antes, el procurador general, Rodolfo Delgado, había atacado los reportajes “mórbidos” de los medios mientras que el ministro de seguridad, Gustavo Villatoro, criticó a los periodistas “maliciosos” por usar el caso para llegar a conclusiones más amplias sobre la situación de seguridad en el país centroamericano y el aumento de las desapariciones.

Para las familias de los desaparecidos de El Salvador el descubrimiento ha dado un pequeño rayo de esperanza de que al menos surjan algunas respuestas para aquellos que buscan a sus familiares desaparecidos. Un oficial de seguridad que cuidaba la escena del crimen dijo que hasta 15 personas llegaban cada día en busca de respuestas y restos. El viernes, The Guardian se encontró con seis familias que llegaron a Chalchuapa, a 80 km al noroeste de la capital, San Salvador, esperando encontrar a sus seres queridos finalmente.

Mientras se sentaba a la sombra de un árbol cerca del compuesto sellado de Osorio, Francia recordaba cómo en agosto de 2014, había enviado a su hijo a comprar el almuerzo en Ahuachapán, una ciudad a 30 minutos al oeste de Chalchuapa. “Se fue y nunca lo volví a ver”, dijo, describiendo su búsqueda incansable para rastrearlo.

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Lo buscamos en hospitales, lo buscamos en las morgues, lo buscamos en todos lados… pero todo fue en vano”, comentó Francia, mientras los excavadores vestidos de blanco salían de la propiedad con carretas llenas de tierra.

Carranza dice que le enseñaron un álbum de fotos de efectos personales que se encontraron en la casa en caso de que pertenecieran a su hija; Arely Aracely Antillón. “He visto ropa, zapatos, joyería”, declaró la mujer que recordaba perfectamente lo que su hija vestía cuando desapareció. “Pero no hay nada de ella allí, nada”.

“Tal vez encuentren algo después, nunca se sabe”, su hermana, que la acompañó a la casa, dijo para consolarla.

Carranza, que llevaba un retrato de la hija que no ha visto en seis años, contestó: “Tal vez”.

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