Denuncias por acoso y abuso sexual aumentan en el IPN; ‘es un problema sistémico’, dicen víctimas
El 2023 es el año en el que más denuncias se han recibido por posible acoso y abuso sexual en el IPN. Foto: Majo Vázquez/La-Lista

Jessica entró al coro Alpha Nova del Instituto Politécnico Nacional (IPN) con la idea de que sería su “lugar seguro” ante el acoso sexual y machismo que vivía mientras estudiaba ingeniería. Tenía solo 18 años de edad cuando comenzó esta actividad cultural y, en cuestión de tiempo, “las cosas se empezaron a tergiversar y dejó de ser divertido”. 

El director del coro, Armando Gómez Castillo, presuntamente ejerció acoso y abuso sexual en su contra durante los ocho años que Jessica estuvo ahí hasta que él la corrió en 2017. El argumento para sacarla del grupo fue que tenía novio. 

Previo a su expulsión, Jessica señala que sufrió tocamientos y maltrato psicológico por parte del maestro, y también presenció los abusos que se cometían hacia otras de sus compañeras, pero “él se había encargado de normalizar estas situaciones”, dice. 

“Nunca fui consciente del abuso hasta mis años adultos y ya estando fuera del coro (…) A mí me gustaba estar en el coro porque pensé que ahí no me molestaban, aún cuando este señor me acosaba yo creí que era un lugar seguro porque en la escuela los profesores y los alumnos eran sumamente agresivos (…) Es un problema sistémico en el Politécnico, no es solo de un director de coro”, señala en entrevista con La-Lista. 

Al igual que Jessica, Karla y Héctor formaron parte del Alpha Nova, hoy disuelto por las autoridades del IPN ante dos denuncias de acoso contra Armando Gómez. Al hablar con La-Lista, los recuerdos se agolpan en cada uno: a veces coinciden en el tipo de abusos que sufrieron, pero también relatan otros que eran ejercidos exclusivamente hacia ellos.

El Politécnico inició un procedimiento en el Tribunal Federal de Conciliación y Arbitraje (TFCA) contra Gómez Castillo, como lo ha hecho con otros 54 trabajadores acusados de violencia de género.

En respuesta a una solicitud de información hecha por La-Lista, la Unidad Politécnica de Gestión con Perspectiva de Género reportó que de 2020 a 2023 recibió 319 denuncias por acoso sexual y otras 59 por abuso sexual, de las cuales el 95% tiene como víctimas a mujeres (solo en 20 casos los denunciantes fueron hombres).

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De 2020 a 2023, el IPN recibió 319 denuncias por acoso sexual y otras 59 por abuso sexual. Gráfica: La-Lista

En tanto, de las 378 denuncias por acoso y abuso sexual en dicho periodo, en 361 se señala a personas del sexo masculino como presuntas agresoras.

De acuerdo con la información proporcionada, 2023 es el año en el que más denuncias se han recibido (122 por posible acoso sexual y 25 por abuso sexual), lo que representa un aumento del 11.36% con respecto a lo registrado en 2022 (98 denuncias por acoso sexual y 34 por abuso sexual). En 2020 y 2021 solo se reportaron casos de acoso (74 y 25, respectivamente).

El repunte de denuncias de 2020 a 2023 puede responder al periodo de la pandemia de Covid-19, que obligó a la suspensión de clases presenciales en el IPN de junio de 2020 a enero de 2022, lapso en el que se reportan menos casos. 

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Del total de denuncias por posible acoso y abuso sexual en el IPN, 95% tiene como víctimas a mujeres. Gráfico: La-Lista

“Este acoso y abuso sexual es sistémico y tiene estructuras. Por parte de las instituciones no hay una disposición real de querer atender las denuncias y tener espacios libres de violencia pese a que existe un marco legal que les ordena tener protocolos”, indica Leslie Jiménez, de la organización civil Impunidad Cero.

En este sentido, la investigadora destaca que no basta con que los espacios educativos tengan unidades especializadas si el problema no se atiende desde las aulas, donde se generan violencias cotidianas y estructurales entre profesores y alumnos.

Las universidades, al igual que cualquier otro espacio público y privado, se deben regir por la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia. Con base en lo establecido en esta ley, en 2012 se creó la Unidad Politécnica de Gestión con Perspectiva de Género –y sus respectivas redes de género en cada escuela del IPN–, así como el Protocolo para la Prevención, Detección, Atención y Sanción de la Violencia de Género. 

Las denuncias que el IPN reporta oficialmente podrían ser solo la punta del iceberg. La mayoría de las víctimas –incluidas las personas que hablaron con La-Lista– prefieren no iniciar un proceso ante la Defensoría de los Derechos Politécnicos o la Unidad de Género “porque nunca se le da seguimiento y va tu titulación de por medio como una represalia”, lamenta Jessica.

Ximena es otra víctima de hostigamiento sexual por parte de un profesor de la escuela vocacional en la que estudiaba, dependiente del IPN. Por las agresiones en su contra ya no quería asistir a clases y buscaba hacer otro examen de admisión, sin importar si perdía un año y medio de escuela.

“En algún momento le dije a la subdirectora de Red de Género que quería hacer una denuncia y me dijo ‘hay un buzón de denuncias’, pero yo sé que nunca los han abierto, entonces prefería no hacerlo. La subdirectora no quería tratar mi caso como acoso porque decía que yo era la maleducada, indecente y provocadora”, recuerda Ximena. 

El acoso se dio en 2019, cuando Ximena tenía solo 16 años de edad. Su profesor –de 40 años– le pidió hacerse un tatuaje juntos, a lo que ella se negó. Entonces comenzó una situación de hostigamiento y bullying en la que él la acusaba de ser irresponsable en sus estudios, además de lanzar ofensas y comentarios misóginos en su contra.

“Ninguna niña de 16 años merece ser acosada por un señor de 40 años ni ser desprestigiada por las autoridades que deberían protegerla”, enfatiza. 

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El IPN cuenta con una Unidad de Género y un protocolo para atender denuncias por posible acoso o abuso sexual. Foto: IPN

Argumentando información confidencial, presunción de inocencia y protección de datos personales, el IPN no indicó a La-Lista en la solicitud de información si las personas denunciadas como agresoras eran docentes, administrativos y alumnos. Tampoco se dio a conocer si todas las víctimas son estudiantes, ni las escuelas donde se levantaron las denuncias.

Sin embargo, el IPN informó de manera pública que de 2022 a 2023 ha emitido 192 sanciones a trabajadores de la institución, de las cuales 55 están siendo procesadas ante el TFCA –el caso de Armando Gómez Castillo es el expediente 6683/19–, instancia encargada de determinar el cese de actividades de los presuntos responsables.

Además, ha suspendido a 89 trabajadores señalados por acoso o abuso sexual y ha emitido 48 extrañamientos (la observación por escrito sobre su falta). 

Por otro lado, el IPN mencionó que los consejos técnicos escolares han impuesto 111 sanciones a alumnos denunciados por acoso y abuso sexual: 15 apercibimientos, 41 amonestaciones esccritas, una suspensión de clases, seis suspensiones de materia, 31 bajas temporales y 17 definitivas. 

En el caso de Ximena se llegó a un acuerdo con las autoridades académicas para no involucrar al Ministerio Público porque posiblemente, considera, esto la hubiera “fichado” del campo laboral de la ingeniería, dirigido en su mayoría por hombres. 

El trato fue que otro maestro le impartiría clases y el docente señalado de acoso tenía prohibido dirigirle la palabra, sin que hubiera alguna otra sanción de por medio. Esto se logró gracias a que los papás de Ximena conocían al director de la escuela, pero ¿qué pasa con otras víctimas?

Desde “chistes” misóginos hasta dirigir una ‘secta

“Yo creo que el 100% de las estudiantes politécnicas hemos escuchado algún chiste de mal gusto, recibido un insulto o un ‘piropo’, y te incomoda, pero tardas en nombrarlo como acoso porque está normalizado”, señala Ximena. 

La Unidad de Género del IPN desarrolló un “violentómetro” para medir la violencia en una relación de pareja. Los niveles y manifestaciones de violencia incluidos en el material –colocado en la mayoría de los espacios escolares politécnicos– aplican también en el ámbito académico. 

Según el “violentómetro”, las víctimas deben tener cuidado de bromas, chantajes, ofensas y comentarios hirientes porque muy probablemente “la violencia aumentará”. La segunda escala es cuando la persona agresora intimida, amenaza, controla, manosea y agrede físicamente. En el último nivel las amenazas, el aislamiento, la violencia física y sexual aumentarán a tal grado que la vida de las víctimas podría estar en riesgo.

Karla experimentó un aumento de la violencia en su contra estando en el coro Alpha Nova. Ella no era estudiante del IPN, pero ingresó al grupo por un conocido en 2007, cuando tenía solo 20 años de edad.

El coro Alpha Nova era parte del Centro Cultural “Jaime Torres Bodet”, el más grande y representativo del IPN, por lo que el nivel de “exigencia” para sus integrantes era excesivo. La agrupación tuvo colaboraciones con maestros internacionales y registró presentaciones en recintos como el Teatro del Palacio de Bellas Artes y el Auditorio Nacional.

Los ensayos iban de las 14:00 a las 22:00 o 23:00 horas. Entonces, la actividad extracurricular se convertía en la “única prioridad” para los estudiantes, a los que se implantó la idea de “devolver un poco de lo que el Politécnico hacía por nosotros”. 

Armando Gómez, director del coro –fundado a finales de la década de 1990– creó una estructura interna a manera de “mesa directiva”. Karla fue escalando en esa jerarquía. Como voz principal, a veces era la mejor alumna, pero otras recibían regaños y humillaciones “por cualquier motivo”. 

“En determinado momento yo tuve un cargo muy cercano a él, era su asistente, y entre mis responsabilidades estaba desde stalkear a las nuevas aspirantes y pasarle toda la información (algo de lo que no me siento orgullosa), hasta tener que cambiarlo antes de los conciertos, literalmente quitarle y ponerle la ropa”, recuerda la joven.

En una ocasión, relata Karla, él la acorraló en el salón de ensayos dentro del Centro Cultural del IPN, les dijo a todos que se salieran –los demás no tuvieron más opción que obedecer–, apagó las luces y “se fue sobre mí quitándome la ropa”.

“Me manoseó y me besó, y si no se convirtió en violación fue porque le dije que tenía mi sangrado, solo así se detuvo. Hay gente que siempre te dice ‘por qué no te fuiste, denunciaste o le dijiste a alguien’, pero en mi mente, ya tan minada, me preguntaba si estaba bien o estaba mal, y si yo lo había propiciado. Hoy sé que hubo violencia sexual hacia mí”, cuenta. 

Después de eso, Armando Gómez no volvió a intentar un acercamiento sexual con Karla, pero entonces las humillaciones públicas aumentaron. Comenzó a aislarla de los demás integrantes del coro, cuya relación se limitaba exclusivamente a los ensayos y conciertos, es decir, entre ellos no podía existir una relación de amistad. 

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El coro Alpha Nova del IPN tuvo colaboraciones con maestros internacionales y registró presentaciones en recintos como el Teatro del Palacio de Bellas Artes y el Auditorio Nacional. Foto: Twitter (X)

“Yo era su voz principal y no permitiría que me fuera, pero tampoco quería que yo interviniera en lo que haría con las demás chicas. Conforme pasaron los años comenzó a decirme frente a todos que yo ya estaba vieja y que ya no le servía. Un día se hartó de mí y me gritó ‘deja de estorbarme’. Me partió el corazón porque le había entregado 13 años de mi vida”, lamenta.

Esto ocurrió en 2020, pero antes de su expulsión Karla fue testigo de una serie de abusos cometidos hacia más compañeras del coro, casi siempre mayores de 18 años. “Siempre era cuidadoso de no meterse con menores de edad”, dice. 

Entre los abusos, el director de Alpha Nova decía comentarios a las y los estudiantes como: “No tienes talento suficiente”, “Tú puedes poner una barrera para que si tocan en esta parte de tu cuerpo (mientras tocaba los senos de una estudiante) no lo veas como acoso”, “Tu voz es mía”, “¿Con quién estás? Se te oye en la voz que cantas con alguien más”, “Quiero que vuelvas a tener el cuerpo que tenías en esta foto”. 

Hasta este punto, según el “violentómetro” del IPN, la violencia pasó de insultos, celos, chantajes y comentarios hirientes a agresiones sexuales. Si la víctima –en este caso Karla– ponía un alto, el hostigamiento psicológico aumentaba.

Los tres exintegrantes del coro afirman que Armando Gómez habría instaurado una especie de “juicios” en los que los participantes se acomodaban en círculo y en medio estaba la persona a la que tenían que “juzgar” y decirle “lo mal que estaba”. Él solo observaba, “nos había adoctrinado para decir lo que quería escuchar”, acusan. 

Si bien Héctor no sufrió acoso sexual mientras estaba en el coro, sí presenció los abusos presuntamente ejercidos por el director hacia sus compañeras. El joven corrobora que las asistentes tenían la obligación de cambiar de ropa a Armando Gómez antes de los conciertos. 

Como presidente de la “mesa directiva” del coro, Héctor tenía la responsabilidad de avisar al director cuando todos estaban listos para comenzar el concierto. En una de esas ocasiones, entró al camerino y vio cómo Armando Gómez supuestamente tenía a una de sus compañeras haciéndole tocamientos. 

“Yo no dije nada, cerré la puerta de inmediato, pero mi error fue ver lo que hacía con las compañeras, y desde ese día se volcó en un odio y hostigamiento sistemático hacia mí. Siempre hubo abusos físicos y psicológicos, pero a partir de entonces todo empeoró”, cuenta. 

En otra ocasión, Héctor presenció cuando en la parte trasera de un vehículo el profesor presuntamente hizo tocamientos y comentarios sexuales a una de sus compañeras. “En mi mente pasó pensar que yo era quien estaba mal por ver esas conductas como algo malo, además no tenía muchas opciones, si se me ocurría decir algo me harían un ‘juicio’”, dice.

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El IPN informó que abrió procedimientos contra 54 trabajadores acusados de violencia de género. Foto: Wikimedia Commons

De acuerdo con los relatos de Héctor, Karla y Jessica, Armando Gómez no cometía directamente los castigos físicos, mandaba a otros compañeros a pellizcarse entre sí o darles un golpe donde él les indicara; los moretones podían ser una constante en sus vidas. Ninguno veía estas prácticas como un abuso, pues el director del coro se encargó de normalizarlo y hacerlos partícipes.  

Por otro lado, Héctor sí sufrió homofobia. El director del coro le habría dejado en claro que las relaciones entre hombres no estaban permitidas en el grupo. Se avergonzó de su orientación sexual al grado que eliminó las fotos que tenía en redes sociales con su novio. “Yo estaba deprimido, porque además Armando era una persona que, al aislarte de tus círculos de amistad y familia, te hace creer que es tu único apoyo; yo sentí que le estaba fallando”, expresa.

Héctor, Karla y Jessica descartan proceder legalmente contra Armando Gómez. Se preguntan para qué, si el IPN “nunca ha hecho nada”, y cómo “si no hay pruebas físicas y a todos nos envolvió en esta situación. Fue como una secta”. 

Los tres confiesan que la razón por la que hoy hacen públicos estos abusos es porque, si bien el Alpha Nova fue desintegrado y Armando Gómez separado de su cargo, sigue liderando un grupo de coro fuera del IPN, cuyo nombre desconocen. 

“Si supiéramos que ya no está cerca de más jóvenes, de más víctimas, estaríamos más tranquilos, pero él todavía sostiene esta secta con alumnos y exalumnos, el IPN lo sabe, pero no pasa nada”, lamenta Jessica. 

Karla, Héctor y Jessica están en terapia y en un proceso de recuperar su relación entre ellos y con la música. Reconocen que les ha costado trabajo sanar las heridas, no pueden siquiera pasar cerca del Centro Cultural del IPN y llegan a tener pesadillas sobre el coro, al que ven como un espacio oscuro y hostil. 

Nota: Los nombres de las víctimas aquí mencionadas fueron cambiados para proteger su integridad.

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