5 testimonios por el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto
En el Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto, La-Lista recopila una serie de testimonios.
En el Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto, La-Lista recopila una serie de testimonios.
El Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto, declarado por la Asamblea General de las Naciones Unidas, se conmemora el 27 de enero de cada año, con motivo de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz en 1945.
La ONU conmemoró ese día y el 77 aniversario del hecho con un acto en el que el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, alertó del resurgimiento de el negacionismo del Holocausto y los intentos de reescribir la historia.
El líder de la ONU dijo que una encuesta tras otra muestra la creciente ignorancia entre los jóvenes sobre los hechos básicos del Holocausto lo que va “mano a mano con la indiferencia ante la intolerancia”.
“Me impactó saber que algunas personas que rechazan la vacuna COVID-19 se han apropiado de la estrella amarilla que se obligaba a llevar a los judíos en la Alemania nazi”, sostuvo Guterres.
Líderes mundiales, como el presidente de EU Joe Biden, se sumaron a la conmemoración para que estos actos no se repitan “nunca más”.
Te dejamos una Lista de testimonio sobre las víctimas del Holocausto.
Yair Lapid recuerda a su abuelo asesinado
Acompañado por varios miembros del gobierno austríaco, el ministro de Exteriores de Israel, Yair Lapid, conmemoró este jueves en Mauthausen a su abuelo, Béla Lampel, asesinado en abril de 1945, a los 46 años, en un antiguo campo de concentración nazi.
Su abuelo era un abogado de Novi Sad, Serbia, deportado en marzo de 1944, primero al campo de exterminio de Auschwitz, desde donde fue enviado a Mauthausen.
“Cuando llegó aquí, ya no era un padre, era solo un número. Los alemanes pensaban que solo estaban borrando números de sus carpetas”, dijo Lapid en referencia al asesinato sistemático de millones de judíos europeos durante la guerra.
“He venido aquí para decirle al mundo que Béla Lampel no era un número, era mi abuelo, que amaba a su preciosa mujer y al que le gustaba ir a ver partidos de fútbol con su hijo”, manifestó el ministro sobre su abuelo paterno.
“Nunca le hizo nada malo a nadie. No era un hombre importante, no odiaba a nadie. Era solo un judío, al que se llevaron de noche y al que mandaron de campo a campo, hasta que llegó aquí (a Mauthausen)”, prosiguió Lapid.
“Cuando llegó, los alemanes ya sabían que habían perdido la guerra, pero continuaron matando a los judíos hasta el último momento”, destacó.
El padre del ahora ministro, el exviceprimer ministro y exministro de Justicia de Israel, Yosef “Tommy” Lapid, sobrevivió el Holocausto siendo un niño.
Béla Lampel murió, según los archivos de Mauthausen, el 5 de abril de 1945 en Ebensee, un campo adjunto, apenas un mes antes de que el lugar fuera liberado por el ejército de Estados Unidos.
“Lo último significante que hicieron (los nazis) fue matar a mi abuelo. Pero morir no era lo último que hizo mi abuelo, incluso después de su muerte: me ha enviado aquí para decir que los judíos no se han rendido, que han establecido un estado fuerte, libre y orgulloso”, relató el ministro.
Margot Friedländer sacude a la Eurocámara
Ante el Parlamento Europeo, Margot Friedländer llevó al cuello un collar de ámbar del que no se separa nunca. Fue el último recuerdo que le dejó su madre tras ser transportada a Auschwitz, junto a una libreta de direcciones y un mensaje: “Intenta hacer tu vida”.
A sus 100 años cumplidos en noviembre, Friedländer puede decir que lo ha logrado: es la memoria viva del horror del Holocausto, pero también de un legado dedicado a contar cómo, siendo apenas una veinteañera, sobrevivió al campo de concentración de Theresienstadt y, ya cerca de sus noventa años y tras una vida en Estados Unidos, decidió volver a Berlín para cumplir una misión: procurar que nadie olvide lo que sucedió.
“En muchos países, nadie movió un dedo para salvar a sus vecinos judíos de la deportación”, recordó ante la Eurocámara. A su hermano, narró Friedländer, lo detuvieron cuando aún era menor de edad y su madre no dudó en entregarse a la Gestapo para “acompañarle allá a donde le llevaran”.
Cuando Margot llegó a su casa y la encontró vacía, sus vecinos sólo pudieron contarle lo que había pasado y darle las últimas pertenencias de su madre.
Con 21 años, se quedó sola en Berlín y pasó quince meses escondida en diferentes casas de amigos antes de ser detenida y deportada a Theresienstadt, en territorio de la República Checa. En este campo de concentración, donde dormía en una cama de madera y sin infraestructuras de higiene, vio morir a muchos de sus compañeros de hambre o enfermedades, castigados por el duro invierno centroeuropeo.
Aún prisionera se reencontró con Adolf, un joven berlinés a quien conocía de su vida antes del Holocausto, con quien mantuvo encuentros secretos durante los meses en Theresienstadt y se casó apenas unas semanas tras la liberación del campo en mayo de 1945.
“Al principio”, reconoció, “no estaba enamorada de él”. “Necesitaba tiempo para ser de nuevo una persona, volver a tener sentimientos. Tal vez fue el dolor lo que nos unió, más que estar enamorados. Queríamos una vida normal”.
Él le dio el anillo de boda de su padre, de los pocos objetos que no les quitaron en el campo, y un rabino les casó el 30 de junio de 1945, 53 días después del momento “irreal” de abandonar, libres, Theresienstadt.
La pareja se mudó un año después a Nueva York, donde vivía la hermana de Adolf y donde Margot permaneció durante 64 años. Desde su llegada a Estados Unidos y hasta la muerte de Adolf en 1997, la pareja viajó mucho a Europa, pero nunca a Berlín, a donde él se negaba a volver.
Ya sin su marido, en 2003 -casi 60 años después de ser deportada- Margot volvió a “su Berlín” por primera vez. En 2010, con 88 años, hizo la mudanza definitiva y se estableció de nuevo en Alemania.
“Volvía con un mensaje que desde ese día he estado transmitiendo: pedir a la gente que se convierta en testigo contemporáneo“, explicó Friedländer. “Lo que pasó ya sucedió, no podemos cambiarlo, pero no puede suceder de nuevo”.
Inge Auerbacher y Ruth Abraham
La vida de Inge Auerbacher empezó en Kippenheim, Alemania, donde nació. Pasó luego por Theresienstadt, esa ciudad que los nazis querían mostrar al mundo como un gueto modelo y que era una estación intermedia en el viaje a los campos de exterminio, y luego siguió con la emigración a EU.
Auerbacher llegó a Theresienstadt con su familia a los 7 años, tras haber sido deportada y haber vivido las diversas formas de persecución de los primeros años del nazismo con ojos de niña.
Durante el Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto, Auerbacher recordó a una amiga suya, Ruth Abraham en la cámara baja del parlamento alemán, el Bundestag.
“En el mismo bloque en Theresienstadt vivía una familia de Berlín, la familia Abraham. El padre, al igual que mi padre, había luchado en la I Guerra Mundial”, dijo Auerbacher.
“Ruth Abraham y yo éramos como hermanas, nos prometimos visitarnos cuando terminase todo”, agregó.
Un día los veteranos de guerra y sus familias fueron citados a la comandancia sin saber que iban a ser sometidos a un proceso de selección y algunos serían enviados a Auschwitz.
“Ruth, he venido a Berlín a visitarte pero no tú no estás. Moriste en las cámaras de gas de Auschwitz con tus padres”, dijo Auerbacher, levantando la voz hasta llevarla a un tono que casi parecía un grito.
Ruth Abraham no llegó a cumplir los diez años y fue uno de los 1.5 millones de niños que murieron durante el Holocausto.
Inge Auerbacher sobrevivió con su familia y en 1946 emigraron a Nueva York pero las secuelas de los años que había pasado en Theresienstadt -entre epidemias, hambre, ratas y piojos- le dejaron una tuberculosis de la que estuvo a punto de morir y por la que tuvo que ser tratada durante años.
Halina Wolloh, de Varsovia a Perú
Halina Wolloh y sus padres llegaron sanos y salvos a la costa de Sudamérica en el año 1948 como judíos refugiados de su nativa Polonia. El largo camino que comenzó en el gueto de Varsovia terminó con su migración a Perú.
Siendo aun una niña, Halina tiene todavía presente cuando los nazis asaltaron las viviendas del gueto de Varsovia y recuerda perfectamente el olor que la lana de la tienda de abrigos de su abuelo dejó en su memoria para siempre. Fue precisamente allí, entre los retales de tela y lana donde él la escondió salvándole la vida mientras otras mujeres y niños eran llevados en camiones por los alemanes y trasladados a campos de exterminio.
“Mi abuelo, durante muchos años antes de haber llegado al gueto, fabricaba abrigos y sacos, y tenía muchas telas en un desván. El día que llegaron los nazis en sus camiones, él se dio cuenta que iban a llevarse a todos los niños y a las mujeres que trabajaban en las máquinas de coser. Y mi abuelo me agarró y me tiró a las telas que guardaba en el desván y así me salvó la vida porque no pudieron llevarme los alemanes“, dijo la mujer hoy de 84 años en entrevista a la ONU, desde Lima, donde actualmente vive.
Tras la deportación de sus abuelos, su papá organizó la evasión del gueto en 1942. Fue una de las muchas veces que su destino se definió en un instante.
“Mi papá tenía muchos amigos no judíos en la parte ‘aria’ de Varsovia y organizó tres casas de esos amigos, una para mi mamá, la otra para mi papá y la otra para mí. Y ahí me cuidó una amiga de mi papi, una señora muy buena que me enseñó a leer y escribir y todo eso. Y hasta el año que terminó la guerra en el 1945, yo estuve en esa casa con esa señora”, detalló.
Su padre fue apresado en la calle aunque los nazis no se dieron cuenta que era judío, por lo que no lo mataron, pero se lo llevaron a trabajos forzados en Berlín, en las fábricas de Krug.
Al final de la II Guerra Mundial, la madre de Halina la llevó a vivir en un convento donde fue cuidada por un breve periodo. A finales del año 1945, Halina y su madre emigraron, y encontraron un nuevo hogar, temporal, a Milán, Italia, donde familiares en Sudamérica le escribían y la llamaban a sumarse a ellos, sin decidirse a ir.
“Un domingo, un sábado no me acuerdo. Pero fue un día en que había una excursión en ómnibus a la ciudad para conocer mejor Milán. Yo estaba entre los niños, que éramos pocos. En un momento dado, el ómnibus paró en un semáforo y yo miré por la ventana y vi a mi papá. Eso fue un milagro“, agregó y detalló que su padre fue liberado por soldados norteamericanos.
Ya unidad la familia y convencida por sus familiares, se embarcaron en un nuevo camino, hacia un nuevo continente. Los tres salieron del Puerto de Génova en Italia, un viaje de un mes atravesando el mar antes de llegar a las playas de Rio De Janeiro. Esta no sería la única parada hasta su destino final. Después, llegaron a La Paz y de ahí al sur de Perú, hasta que finalmente llegaron a Lima. Halina tenía 12 años, era el año 1948.
“Mi vida en Perú fueron los años más felices de mi vida. Conocí a dos amigas mías que son amigas mías hasta el día de hoy. Tenía muchos amigos y amigas, en primer lugar. En segundo lugar, conocí a mi esposo en Lima. Nos enamoramos y nos casamos en el año 59. Él era ingeniero civil. Y tuvimos tres hijas”, explicó.
Las judías en resistencia
La escritora Judy Batalion rescató del olvido el papel de un grupo de mujeres judías polacas que se convirtieron en luchadoras contra el nazismo, testimonios que recogió en su libro Hijas de la Resistencia, con el que quiere “acabar con el mito de la pasividad judía en el Holocausto”.
En “Hijas de la Resistencia”, la autora, nacida en Montreal, parte de la Varsovia de 1943, en la que un grupo de jóvenes judías decide alzarse contra la barbarie, después de ser testigos del brutal asesinato de sus familias y de la destrucción de sus comunidades.
Aquellas “chicas del gueto”, recordó Batalion, “participaron en la organización de las células de resistencia para combatir a los nazis, actuaron como correos, combatientes y agentes de inteligencia y sobornaron a los guardias de la Gestapo, para lo que usaron su aspecto ario para seducirlos y no dudaron en matarlos”.
Batalion confesó que ella misma “tenía en la cabeza” esa idea de la pasividad judía, a pesar de que sus abuelos eran supervivientes y de origen polaco: “Esas mujeres no eran pasivas, explotaban trenes, escapaban de los guetos, compraban armas a traficantes en los cementerios, se disfrazaban, y eso no tiene nada que ver con la narrativa que me había llegado de tristeza, pasividad y de conformarse”.
La autora comenzó a abrir los ojos cuando en la British Library descubrió durante la investigación un oscuro libro en yiddish publicado en 1946 titulado Mujeres en los guetos, que relataba las historias de resistencia y hazañas de estas jóvenes y, al ver que eran “activas”, su propósito fue “ayudar a desmontar ese mito”.
Frente al mito, Batalion descubrió en esas vidas “actividad, rebelión, lucha constante, desafío, mujeres que buscaban alimentos, que disparaban a agentes de la Gestapo” y que miles y miles de judíos participaron en la resistencia y en los más de noventa guetos que había en Europa del Este “consiguieron rescatar a más de 20 mil personas”.
Aunque decidió concentrarse en la actividad de resistencia de las mujeres judías en Polonia, en su investigación descubrió que “esas jóvenes clandestinas surgieron de los movimientos juveniles existentes antes de la guerra y que estaban en comunicación con otros grupos, en Suiza, en Estados Unidos, en Palestina, si bien no actuaban como parte de una red de resistencia internacional”.
De hecho, añadió, incluso dentro de Polonia ya era difícil conectarse porque “muchas mensajeras eran fusiladas cuando eran capturadas”.
El hecho de que la historia de estas mujeres haya permanecido en el olvido se debe, según Batalion, a muchos factores, entre ellos a que “el Holocausto es un fenómeno histórico sumamente complejo y durante mucho tiempo nos hemos sentido incómodos al hablar” de él.
Aún hoy, destaca, hay mucho malestar a la hora de hablar de la resistencia porque, al darle demasiado valor, parece que se menosprecia a las mujeres que no fueron tan activas.
Con información de EFE, AFP y ONU