El señor de los faroles: así iluminan el camino de los muertos en Milpa Alta
Aunque su negocio no tiene un nombre, Heriberto es conocido como el “señor de los faroles”. Foto: Óscar Cervantes / La-Lista

Milpa Alta, en el extremo sur de la convulsa Ciudad de México conserva un ambiente de campo, sin edificios, rodeado de milpas, donde la siembra de nopal se ha hecho parte de su identidad y a la crianza de animales es parte del sustento de las familias que duermen lejos del ruido de los motores de la ciudad. 

En la víspera del 2 de noviembre, las calles de los pueblos y barrios de la alcaldía al extremo sur de la capital se iluminan de colores por los faroles con forma de estrella hechos con papel china como una señal de que los seres queridos que han muerto pronto llegarán a las ofrendas de los hogares.

Para Heriberto Jiménez, un artesano de 61 años, el Día de Muertos es motivo de festejo, como lo es para muchas personas que habitan en Milpa Alta.

“Para mí es una fiesta porque esperamos a nuestros difuntos con gusto, muchos dicen que no es cierto, pero sí llegan porque se llevan el sabor de las cosas de la ofrenda”, dice el artesano que elabora y comercializa los faros desde hace tres décadas.

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Rosa Martínez, de 58 años de edad trabaja junto a su sobrina. Foto: Óscar Cervantes / La-Lista

Junto a su esposa Rosa Martínez, de 58 años de edad, y su familia, Heriberto se encarga de que los faroles en forma de estrella, hechos con carrizo, una vara familia del bambú, hilo, resistol blanco, papel china de distintos colores y cinta adhesiva, sigan iluminando el camino de los difuntos.

“Si tú esperas a tu difunto, esto (el farol) es la luz para ellos”, dice Rosa. En su cosmovisión, los faroles en forma de estrella significan la luz del camino, pero también representan el cuerpo humano: dos piernas, dos brazos y la cabeza. Las estrellas en forma de prismas con 12 picos significan que el difunto es recordado los 12 meses del año.

De tarea escolar a negocio familiar

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La familia de Heriberto participa en la elaboración en serie. Foto: Óscar Cervantes / La-Lista

El negocio no tiene nombre, pero Heriberto es conocido como el “señor de los faroles” y en su pequeño taller ubicado en la calle de Sinaloa Norte, en Milpa Alta él y su familia elaboran los faros.

Cuando su hijo Iván, el mayor de cinco, cursaba el kínder, le pidieron de tarea llevar un farol, pero en ese momento la tradición de los faroles en Milpa Alta había decaído. 

Heriberto recuerda que él aprendió a hacerlos desde que era niño con solo ver a los demás. Recuerda que la tradición era que cada familia elaborara el suyo y lo colocara fuera de su casa, por lo que no era un producto que pudiera comprarse, cada familia hacía el suyo.

Cuando su hijo tuvo que llevar uno a la escuela, Heriberto tenía los conocimientos para hacerlo y le ayudó con carrizo y papel de distintos colores, se esmeró en cada detalle y su hijo llegó orgulloso al salón de clases.

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Los faroles en forma de estrella significan la luz del camino, pero también representa el cuerpo humano: dos piernas, brazos y cabeza. Foto: Óscar Cervantes / La-Lista

Cuando sus compañeros vieron el farol que llevó Iván, también quisieron uno y le pidieron a Heriberto 45 faroles, lo que hizo que la tradición volviera a brillar.

“Desde ahí empezamos. Antes hacíamos muy poquitos y ahorita, bendito sea Dios, hacemos más”, dice el artesano. 

Al siguiente año los niños del kínder y de la primaria y algunos vecinos, quisieron más faroles. Así arrancó el negocio con tres personas: Rosa, Heriberto y su hijo Iván. El primer año hicieron 50 faroles, ahora entregan más de 400 al año. 

La producción, inflación y Covid-19

Para esta familia, el trabajo de producción comienza desde septiembre y la venta termina entre el 30 de octubre y el 1 de noviembre. 

Hacen faroles en cuatro tamaños, el más pequeño mide 35 centímetros y el más alto llega a ser de un metro. Elaborar un farol toma alrededor de dos horas y media: una hora y media para cortar y amarrar el carrizo, y una hora para forrarlo de papel china de distintos colores. 

Heriberto compra y corta el carrizo en el pueblo de San Francisco Tecoxpa, también en Milpa Alta, la vara completa le cuesta 25 pesos y mide entre dos a tres metros. “Nosotros ya conocemos cómo debe ser el carrizo porque luego engaña, si está tierno o es hembra no sirve, debe estar recio (duro)”, explica Heriberto. 

En un corte se lleva 50 varas, de cada una salen cinco faroles chicos o dos grandes, y a veces llega a cortar tres veces durante la producción. Heriberto limpia y corta las varas de carrizo para que no rompa el papel ni provoque heridas a la persona que le pone pegamento blanco con el dedo para después pegar el papel.

Pero el negocio de los faroles no ha sido inmune a los estragos de Covid-19 ni a la inflación. Durante 2020, el año de la pandemia, el negocio de Heriberto y Rosa no tuvo ventas ni producción. “El panteón no lo abrieron y no hubo material”, dice Rosa. 

En 2021 retomaron el negocio, pero realizaron menos de 200 faroles, alrededor de la mitad de la producción anual. Y aunque este año esperan alcanzar los números antes de la pandemia, el aumento en el precio de sus productos representa un desafío.

“Año con año subían, pero eran uno o dos pesos, ahora están entre 15 a 20 pesos por producto”, dice Rosa.

El precio final también tuvo que aumentar. Heriberto explica que el farol de 35 cm pasó de costar 25 pesos, en 2019, a 80 pesos, mientras que el de un metro costaba 300 y ahora 500 pesos.

Que no se apague la tradición

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Los faroles en forma de estrella del señor Heriberto se venden en Milpa Alta. Foto: Óscar Cervantes / La-Lista

Aunque la inflación y la situación económica es retadora, algo que les preocupa a Heriberto y a Rosa es que cuando ellos ya no estén, sus hijos, sobrinos y nietos puedan mantener los faroles encendidos. 

“No les llama la atención o no les gusta, al final lo hacen, pero ya no son los mismos tiempos, ellos piensan en el teléfono y les quita tiempo, todo ha cambiado”, dice Rosa. 

Este Día de Muertos, Rosa afirma, con lágrimas en los ojos, que espera a su mamá, a sus suegros, a sus hijos y a su nieta, pero su ofrenda también la dedica a los olvidados. “A mí me gusta mucho esta temporada porque uno se acuerda de ellos, para mí ellos vienen y nos apapachan”.

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