Los malos del mundo van ganando, ¿nadie los va a enfrentar?
Un manifestante tailandés a favor de la democracia se enfrenta a la policía antidisturbios en Bangkok el 1 de febrero de 2021, en el área donde los migrantes de Myanmar se manifestaban en contra del golpe de estado. Foto Lillian Suwanrumpha / AFP.

Culpen a Joe Biden por no entrar antes, o a Donald Trump por apoyar a los gobiernos autoritarios. Culpen a Barack Obama por levantar las restricciones. Todavía más fácil, culpen a China por formar una junta militar y anteponer el dinero a la gente.

La Corte Internacional de Justicia advirtió sobre el genocidio constante pero no se hizo nada por salvar a nadie. Los miembros del consejo de seguridad de la ONU se la pasan pensando en qué hacer. Y la culpa apunta su dedo hacia Aung San Suu Kyi, la heroína del Nobel que se vendió.

Sin embargo, aunque las recriminaciones por el golpe de estado de la semana pasada en Myanmar no puedan evitarse, ya están fuera de lugar. Lo que importa ahora es saber lo que la comunidad internacional va a hacer. La respuesta rápida, con base en los hechos más recientes, es que no va a hacer mucho.

El dilema no sólo aplica a Myanmar. En todo el mundo, para ponerla fríamente, los malos están ganando. El golpe de estado es otra muestra de lo que David Miliband, un ex secretario del exterior de Reino Unido llamó “la era de la impunidad”.

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Es verdad que EU puso un mal ejemplo poco usual. En noviembre, Aung San Suu Kyi ganó claramente las elecciones. El jefe del ejército de Myanmar, Ming Aung Hlaing, alegó fraude. Inventó una mentira e ignoró la constitución e hizo un plan para cambiar el resultado de las elecciones a la fuerza.

¿Les suena familiar? En Washington, el lunes, Trump se enfrenta a un juicio por hacer algo similar, aunque fallido, una insurrección. Sin embargo esa situación es una rareza de la democracia. Las protestas públicas crecen en Myanmar. La represión también. ¿Quién llevará a Ming Aung Hlaing ante la justicia?

También es verdad que China le está haciendo al cínico. Niega respaldar el golpe, lo cual es posible. Sus grandes inversiones necesitan estabilidad, no un regreso a la agitación pro democracia de antes de 2011. Sin embargo, China será el que gane más si Occidente aplica sanciones. Este resultado hará que los generales se enfrenten a la triple condena: a la de la gente, al ostracismo internacional y a una mayor dependencia que nunca en Xi Jinping.

Algunos consideran que el golpe de estado es la primera gran prueba del compromiso de Biden con la democracia. El analista Azeem Ibrahim considera que un acuerdo EU-China es posible.

“EU podría aceptar los intereses comerciales de Beijing… a cambio del apoyo de China para forzar a Myanmar a resolver una crisis humanitaria y a atrincherar el poder de las fuerzas democráticas proBeijing ”, sugiere.

Este escenario es optimista, concedió Ibrahim. China no respeta la democracia, vean lo que pasó en Hong Kong. Obstruyó los esfuerzos para castigar a los generales por los genocidios de musulmanes  en Rohingya en 2016 y 2017 en donde murieron miles y 750 mil tuvieron que huir a Bangladesh.

Xi también también está acusado de genocidio, en Xinjiang, pero parece que es intocable. ¿Quién llevará a la justicia al presidente abusador?

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Lo mismo podría decirse del líder ruso Vladimir Putin. “El envenenador de los calzoncillos”  es la personificación de la impunidad. La locura de su oferta para asesinar al activista Alexei Navalni está al nivel de su encarcelamiento la semana pasada

Putin ignora la condena internacional. Ignora las manifestaciones en las calles del país, que han terminado en arrestos masivos. Ignora las leyes de Rusia. Pero su descaro no sorprende a nadie.

Después de invadir Georgia en 2008 Putin se dio cuenta de que se podía salir con la suya casi siempre. La lección se repitió cuando anexó Crimea en 2014 e intervino Ucrania, Siria y Libia. Incluso trató de alterar las elecciones de EU, y Trump le abrió la puerta.

En casa, siempre hace lo que quiere, con corrupción. Él y sus aliados multimillonarios se cuelgan las sanciones de occidente como medallas de honor. Los rusos ordinarios sufren. ¿Y Putin? Él cree que es inmune.

¿Podrán los opositores nacionales y los gobiernos occidentales hacer algo para sacudir la complacencia enfermiza del caso de Navalny? Como demostró el dictador bieloruso Alexander Lukashenko el otoño pasado, los regímenes autoritarios modernos que pueden controlar las calles, las cortes, los medios y la narrativa, pueden sobrevivir casi de manera indefinida.

Putin y sus secuaces ganan con la ausencia de una fuerza internacional colectiva. Si Alemania cancelara el gasoducto Nord Stream 2 Baltic de Gazprom, podría lastimar y poner en vergüenza a Putin. Pero Angela Merkel no lo va a hacer, y la UE no va a insistir. Los principios están muy bien. Pero el dinero y el poder hablan más fuerte.

Moscú rechazó con brusquedad las críticas de Biden. ¿Qué va a hacer? El viernes volvió a exigir la liberación de Navalny y amenazó con imponer un “costo” a Rusia, pero no dijo qué o cómo.

Algunas personas en EU creen que Navalny al poner en evidencia a Putin ya ganó una victoria moral. Pero el comentarista Gary Kasparov insiste que tiene que haber “consecuencias reales”.

BIden tiene que “recorrer el mundo libre para enfrentarse finalmente a Putin y a su dictadura”, y empezar a decomisar las propiedades de ocho asociados cercanos que ya identificó Navalny. Esto, escribió Kasparov, marcaría el comienzo de “un nuevo orden para la democracia”.

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Es poco probable. Queda claro que, sobre todo, Biden y el oeste carecen de fuerza en los enfrentamientos, no con los gobiernos extranjeros que responden a presiones normales, sino con los regímenes gangsteriles que protegen sus intereses egoístas. Los mafiosos como Kim Jong-un de Corea del Norte y Bashar al-Assad de Siria vienen a la mente. ¿Quién los enfrentará a la justicia?

Incluso en lugares en donde el mal gobierno no es endémico, ya se están presentando señales de un mayor deterioro. Sólo hay que ver los asesinatos masivos en el norte de Etiopía. Si apenas se reportan, menos se van a impedir. Es como si a las democracias del mundo les faltara ancho de banda.

La impunidad se extiende, la falta de rendición de cuentas se viraliza. El autoritarismo es la nueva normalidad. Según la última encuesta de The Economist, sólo 8.4% de la población mundial vive en una democracia que funciona y más de un tercio vive bajo un régimen autoritario y las cosas empeoran.

Incluso cuando los políticos occidentales tratan de que los dictadores y los golpistas cambien sus formas, normalmente pierden la batalla. La pregunta no es ¿”quién perdió Myanmar”? sino ¿”ya perdió Occidente”?

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