Violencia familiar: el huésped indeseado
Historias del campo ciego
Violencia familiar: el huésped indeseado
Huésped, fotolibro de Diego Moreno, publicado por Hydra + Fotografía. Foto: Cortesía

Una mañana, recluido en la cocina después de ser golpeado por mi padre, Mamá Cleme me curó y limpió las heridas con agua caliente y sal. Me sentó en el comedor y con un trapito me limpió toda la sangre del rostro, también la tristeza. En ese momento le pregunté un poco confundido: ¿Mamá Cleme, a dónde van las cosas que nos duelen? Ella sólo me respondió que las cosas que nos duelen habitan siempre en nosotros, que son como bolsitas de arroz que cargas para siempre, son parte de ti, no desaparecen. Pero a veces si cierras los ojos y pides al cielo muy fuerte, esa bolsita puede transformarse en polvo de estrellas”.

Así recuerda aquella mañana oscura y a la vez luminosa, el fotógrafo mexicano Diego Moreno (Chiapas, 1992), a quien “Mamá Cleme”, su abuela, le ayudó a entender que el lobo también es frágil. También a comprender, a lo largo de años, que su padre fue un hombre que creció huérfano de afecto y se convirtió en uno “con algunos años más tristes” que el propio Diego. Y también que sus padres fueron como dos almas solitarias que se encontraron huyendo de un entorno muy denso y violento y a quienes el vacío mutuo les unió de forma intensa e inmediata.

Y si bien Clemencia le dio un hogar en sus abrazos, la fotografía le enseñó un posible camino para sanar en parte, transformar de algún modo, el dolor que nunca se irá. Fue así que a través de imágenes y textos el fotógrafo chiapaneco logró dar rostro a la complejidad de su historia familiar, marcada por cicatrices llenas de “perturbadores ciclos de violencia doméstica, machismo y apego a la religión católica”. El resultado fue una muestra y un fotolibro –desarrollado por seis años– que bajo el título de Huésped, editó e impulsó el proyecto multiplataforma Hydra + Fotografía.

A manera de álbum familiar, este fotolibro le permitió al autor “construir un presente para encontrar su lugar en el mundo y reflexionar de manera más profunda sobre la fragilidad y la complejidad de la condición humana y el tiempo hostil en el que habitamos”. Diego Moreno encontró en esta exploración a su propia identidad a través de la imagen y la escritura, la introspección necesaria que alimentada por su abuela le permitió una reconexión con su universo familiar desde otro lugar para desenmarañar complejos vínculos afectivos, que fueron transformándose a través del acto fotográfico.

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Hogar: ¿el lugar más seguro?

Pero no toda persona que experimenta violencia familiar tiene cerca a una “Mamá Cleme”. Tampoco herramientas para la autoexploración y el trabajo necesario para sacudirse las secuelas de una tormenta de tal dimensión, que en muchas ocasiones simplemente se replica de generación en generación. Y en algunos casos consecuencias mortales.

De acuerdo con datos de Incidencia Delictiva del Fuero Común del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP), se registraron en 2020 un total de 254,598 delitos contra la familia, ubicando entre ellos 220,028 casos de violencia familiar. Como siempre, las cifras sólo nos acercan a la dimensión del problema, que ya en 2019 había encontrado su tope histórico con 239,219 carpetas de investigación iniciadas por delitos contra la familia. Cifra superada.

Si previamente los alcances de la violencia doméstica ya eran una alerta encendida en México y el mundo, con llamados internacionales incluso del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), para atender el tema, particularmente en el caso de mujeres y niñas –aunque es igual de importante poner atención en la violencia contra hombres, niños y/o personas adultas mayores–, la llegada de la nueva normalidad con mayor tiempo de estancia en casa, lo cual supondría mayor seguridad para cualquier integrante de una familia, sólo ha hecho recrudecer las circunstancias.

Tan sólo al inicio de la pandemia declarada por Covid-19, la Secretaría de Gobernación ya reportaba hacia abril 2020 un incremento del 120% en la violencia producida en hogares, con base en los registros de llamadas de urgencia al 911, durante el primer mes de aislamiento. En tanto que, también de acuerdo con datos del SNSP, en el primer trimestre de año pasado se presentaron poco más de 63 mil denuncias por delitos contra la familia, lo que ya significaba un 20.7% más respecto al mismo periodo de 2019.

Si los gobiernos federal, estatales y municipales, no ponen atención a esta bola de nieve que sigue creciendo, quizá llegue el día en que nos caiga encima sin remedio. En medio de las prioridades que se han suscitado con la pandemia, hay que empezar a usar filtros para detectar prioridades dentro de las prioridades. Estrategias que sean parte de políticas públicas que al menos contribuyan a frenar la dimensión de problemas que, como el de la violencia doméstica, se está prefiriendo dejar de mirar de manera frontal y que puede convertirse en el monstruo invisible que nos haga despertar bajo la amenaza de otras posibles pandemias.

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