Crónicas del cansancio (desde Miami)
Slap cada día
Crónicas del cansancio (desde Miami)
Miami Beach

Aquí estoy sentada, viendo llover por la ventana, con los pies llenos de arena, sin haber pasado por la playa.

Me río de mi, no sin haber llorado primero, porque una vez más me doy cuenta, de que las cosas no son para nada, como uno se las imagina.

Todo comenzó con la petición del padre de mis hijos (quien se vino a filmar una serie a Miami desde octubre) de que trajera los niños a verlo, porque los extraña.

Para quien no lo sepa, uno de los pocos perks del divorcio, es el genial modelo de “un fin tú y uno yo”, cosa que pocos hombres respetan al 100%. Pero los que lo hacen, los que sí cumplen y nos regalan esos 6 días de descanso al mes, son y serán siempre alabados; incluso aunque hayan sido unos pésimos maridos, en el tiempo pasado.

Por eso ayudo al papá de mis hijos, quien viaja mucho por trabajo y me toca hacerle “el paro” seguido. Pero este paro específico -lleva más de cuatro meses- y estoy extenuada.

Han pasado muchas cosas laborales y personales, que no contribuyen a mi tranquilidad, y ser madre sin ayuda (de padre) -es como un bootcamp inacabable- así que no he tenido descanso.

El otro día me vi tan fea y ojerosa, me sentí tan cansada y débil, que acabé de vuelta en el consultorio de mi psiquiatra -el querido Dr. C- quién es un personaje increíble, que además siempre me escucha con atención y me deja explayarme con todos los detalles pertinentes de mi vida. En este caso le relate todo mi año de pandemia, con lo cual, se alargó un poco mi visita y cuando termine, me dijo que respirara profundo cinco veces, él dejo su cigarro y me dijo; “mi querida Sofí, lo que tú tienes es un cansancio extremo, tienes burnout, y si no paras un poco, si no te tomas un descanso, no vas a poder continuar”

Lloré un poco (de cansancio confirmado), mientras él me dio todos los tips que me ha dado, desde que nos conocimos: la lista de clean sleep habits, aprender a meditar, alarmas para respirar cuatro o cinco veces cada día, tardarme media hora en la regadera, hacer ejercicios de cuello, no ver el celular en la noche, etc… y luego la receta a mano, la medicina para dormir, una pastilla de cuyo nombre no me acuerdo, pero su componente es la quetiapina.

Acá viene lo más absurdo de todo: yo voy al psiquiatra, él me receta algo, yo salgo contenta y convencida, pero cuando busco la medicina en Google, me asusto y no me tomo nada.

No es gracioso, pero es la verdad absoluta.

Lo mismo sucedió el día que me diagnóstico “un desorden de ansiedad con impulsividad”, y me recetó un antiepiléptico, que me iba a frenar los impulsos fuertes, y para tomar dicho medicamento, no podía exponerme al sol y tenía que dejar de beber por completo; como si no fuera suficiente “efecto secundario” el quedarte sin impulsos.

Así que no me lo tome. Me gusta mucho el sol y también beber, y si me apuran, también mis impulsos.

Sé que a veces no son muy atinados, a veces son explosivos e incluso hay gente que se asusta, pero también creo que son parte esencial de mi personalidad; o al menos mis seres queridos y yo, ya estamos muy acostumbrados.

Y esa quetiapina que me recetó para poder dormir mejor es un antipsicótico utilizado en trastornos de esquizofrenia y bipolaridad (entre otros) y la verdad no tengo nada que decir al respecto de dichas condiciones, pero pienso que es “mucha medicina” para mi, y que lo mío se puede seguir intentando curar con CBD o con muchas melatoninas juntas.

El caso es que con mis recetas médicas inservibles y con mi diagnóstico de burnout extremo, al siguiente día tome un avión para venirme con mis hijos a Miami.

Y claramente no fue tan buena idea, juntar mi viaje de trabajo intenso con traer a los hijos a visitar a su padre, a quien han visto un promedio de media hora cada día, para el resto del tiempo atenderlos yo, darles de comer yo, asegurarme yo de que hagan escuela, de que limpien (y no limpian nada), de que se bañen, de que se duerman a tiempo…

Estoy agotada, me levanto de madrugada para tener un minuto de silencio antes de arrancar la saga del desayuno, y ha sido sofocante salir de mis días laborales y aterrizar en este departamento enano, lleno de envolturas de dulces, botellas de agua sin tapa, leche olvidada afuera de refrigerador, calcetines sin par y arena, mucha, mucha arena.

Así es que mañana que me vaya de vuelta, pienso meterme en una cueva, no sé donde, no sé como, pero la voy a encontrar.

Y ahora que acabe la serie (el padre de los niños), le voy a dejar a sus hijos un par de semanas, para que los disfrute mucho.

Y yo me tomaré un buen descanso,

en vez de antipsicóticos,

para así poder continuar la vida,

sin burnout, ni medicinas extremas.

O al menos intentarlo.

Nota: No vengan a Miami, acá no les llegó el memo de que hay COVID en el mundo, no hay sana distancia, nadie usa tapabocas, son unos irresponsables y la alberca es un consomé de gérmenes y tangas fluorescentes.

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