Un tranvía llamado Deseo
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

Un tranvía llamado Deseo
Foto: Tony Shostak/Unsplash.com

Combatir el cambio climático sin aumentar el precio de los combustibles fósiles es prácticamente imposible. La única otra opción para reducir su consumo y evitar una acumulación catastrófica de gases de efecto invernadero provendría de la adopción de avances tecnológicos en múltiples frentes, cuya aplicación conjunta permitiera usar menos energía para producir más. Mientras eso ocurre, solo queda pagar la “prima verde”, como ha bautizado Bill Gates a ese costo adicional que debemos cubrir para dejar de quemar gasolina y limpiar el sector energético.

También es muy difícil mantener las finanzas públicas sanas reprimiendo el precio de los combustibles mediante subsidios. Gobierno tras gobierno se estrella con esa realidad tarde o temprano, debido a dos factores. Por un lado, la demanda de energéticos crece con el aumento en el ingreso nacional. Por el otro, aunque se supone que lo mismo ocurre con los ingresos tributarios, los recursos para sostener estos subsidios terminan siendo insuficientes para compensar por los extremos vaivenes de los precios internacionales – precios que provienen de un competido mercado mundial y reflejan el valor que compradores y vendedores acuerdan en un sinfín de transacciones. Las crisis fiscales son el final común de los programas de subsidios a la gasolina.

Subsidiar la gasolina tiene además el inconveniente de que beneficia más a las familias ricas que a las pobres, como los economistas lo han documentado por décadas. Aunque es cierto que para las familias de bajo ingreso es un gran alivio pagar menos por el transporte, también lo es que en su conjunto las familias ricas compran más combustibles que las pobres. Si se trata de ayudar a las últimas, lo mejor sería transferirle a cada familia directamente un complemento a su ingreso y dejar al precio de la gasolina a su suerte. Ya sabrá cada cuál si usará ese ingreso para quemar combustibles o lo dedicará a comprar de medicinas, abarrotes, o cualquier otro uso.

Nada de lo anterior es desconocido para los líderes del mundo. Los ministros de energía del G20 llevan desde 2009 firmando comunicados donde invitan -aún no se comprometen totalmente- a la eliminación de subsidios a los combustibles fósiles. Cada año se refieren a ellos como un desperdicio mientras llaman a acelerar la transición energética. No obstante, su progreso en este frente es mínimo.

¿Por qué tanto amor por la ineficiencia?

La respuesta más común es que subir los precios de la gasolina es impopular, y no hay político que se respete que busque ser impopular – haya firmado o no comunicados del G20. En todos los continentes los políticos saben que eliminar subsidios es tan políticamente incendiario como las bombas molotov que a veces se arrojan en las protestas callejeras contra el alza en el precio de la misma gasolina que contienen.

Un estudio reciente identificó tan solo entre 2005 y 2018 a más de cuarenta países que sufrieron disturbios por la eliminación de subsidios a los combustibles fósiles, algunos de ellos de manera recurrente. Ahí están los sonados episodios de Brasil, Chile, Ecuador, México, Francia, Irán, Yemen, India, Indonesia. Una simple búsqueda en Google arroja además ejemplos tan lejanos como una “huelga” de dueños de automóviles en Uruguay en 1932, que protestaban por las utilidades excesivas de las empresas extranjeras; o las protestas de transportistas de Bolivia en 1961 y de taxistas en Hungría en 1990 por la decisión de los gobiernos de sus países de permitir un aumento en el precio de la gasolina mas no en el precio del transporte. La lista de disturbios detonados por un aumento en el precio de la gasolina es en verdad grande.

Sin ir tan lejos, en los últimos cincuenta años no hay político estadounidense o mexicano cuyo partido haya superado la prueba electoral después de un alza en el precio de la gasolina o su equivalente, las filas más largas en las gasolineras debido al control de precios.

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Otra respuesta es que los políticos prefieren los subsidios no solo por su visibilidad, sino porque son más fáciles de administrar que las transferencias directas. Muchos gobiernos carecen de la infraestructura institucional o de la credibilidad para dirigir apoyos con precisión a quienes más lo necesitan. Eso aplica especialmente donde es baja la proporción de hogares con cuentas de cheques o tarjetas de débito, y que no pueden recibir con facilidad transferencias directas, transparentes y auditables. Es un argumento válido, aunque cobrará menos relevancia a medida que aumenta la penetración del internet y la telefonía celular, y que mejore la inteligencia aportada por bases de datos goereferenciadas.

Por último, hay respuestas que explican la propensión al uso de subsidios a la gasolina a partir de la observación de que los sistemas energéticos son el resultado de una larga interacción y evolución de factores económicos, políticos, sociales, culturales y tecnológicos. La civilización contemporánea descansa en hábitos, costumbres, arreglos políticos, estructuras de costos, procesos de innovación, infraestructura, sistemas de aprovisionamiento, que se ha desarrollado para aprovechar las ventajas de la máquina de combustión interna. Los intereses creados alrededor de esta realidad son una verdadera barrera a la disminución del subsidio a la gasolina que solo podrá trascenderse con más innovación y el surgimiento de nuevos equilibrios políticos.

Desde esta óptica, la restricción política a elevar el precio de los combustibles es menos la popularidad general de un político que la oposición que enfrenta de industrias influyentes. El papel de los líderes sería encontrar rutas para crear coaliciones que se beneficien de la energía limpia y puedan detener o disminuir el uso de combustibles fósiles.

Las propuestas para cambiar de régimen se basan en las experiencias de Alemania y California, donde nuevos gobiernos en el poder adoptaron en los 90s políticas que facilitaron la adopción de energías renovables. Hoy esos gobiernos exigen un mayor volumen de ventas de automóviles eléctricos para la próxima década, en desafío al predominio de los motores de combustión interna. Las empresas establecidas bajo este nuevo marco constituyen un frente a favor de la penetración de tecnologías menos contaminantes.

El reciente aumento en el precio de la gasolina es un tranvía (¿eléctrico?) llamado Deseo en la ruta hacia el fin de los subsidios a los combustibles fósiles. ¿Nos subiremos en él o lo veremos pasar suspirando por el futuro que se nos fue?

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