Papas de monstruo y viajes a Saturno
El mundo del podcast

Es editora, locutora, escritora, productora y mamá. Ha escrito en diversos medios sobre música, feminismo y cultura digital. Actualmente produce y conduce distintos podcasts para Audible y HBO, entre otros. Twitter e Instagram: @rominapons.

Papas de monstruo y viajes a Saturno
Foto: Pixabay

Tengo un hijo que come PÉSIMO. Y con pésimo me refiero a que su universo de alimentos es de como 10 cosas. Afortunadamente son 10 cosas lo suficientemente variadas como para no meterse en broncas de salud, o al menos eso me dijo una nutrióloga que también es mamá, y entiende perfectamente mi frustración de hacer todo lo posible y no lograr nada. Ahora, en defensa de mi pequeño, sus elecciones son rarísimas pero saludables, puedo asegurar que no existe otro niño en el mundo que coma brócoli crudo pero no le guste la pizza. ¿Creen que es una bendición? Los invito a ir a Six Flags y encontrar brócoli.

De nada sirvieron los cursos y libros que me aventé para estar preparada, tampoco el famoso método BLW ni ponerme creativa a la hora de presentarle la comida. Aunque, si soy muy honesta, mis “presentaciones infantiles” de platillos se parecían más a un meme de Meth, not even once que a alguna foto de Pinterest. 

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El punto es que por años –si, años– mi hijo comía las mismas cosas por una idea que yo tenía de tratarlo como adulto: no quería engañarlo, y estaba segura de que en algún momento él entendería la importancia de una buena alimentación. Spoiler alert: nunca pasó. Yo recuerdo perfecto tardes frustrantes frente a la mesa donde me obligaban a comer todo lo que estaba en el plato aunque no me gustara y no quería hacer lo mismo. 

Pero entonces, desesperada por que el escuincle come lo mismo siempre y decidida a no tener confrontaciones, cambié mi estrategia y empecé a engañarlo. ¿Por qué pensé que eso estaba mal? ¿Es “engaño” la palabra correcta? De haber sabido que funcionaba tan bien, lo hubiera hecho hace algunos años. ¿Cómo? Pues con lo que se me ocurría al momento, la carne –que según él no le gusta– es pollo, el betabel son “papas de monstruo” (el inventor de la airfryer se merece un nobel pero esa es otra historia) y los hot cakes de espinaca son “hot cakes de Hulk”. Así, poco a poco, he implementado pequeños cambios que han expandido, al menos un poco, su universo culinario.  

Y todo eso me hizo reflexionar en la falsa idea que tenemos de tratar a los niños como adultos. Si bien creo que en muchas cosas debemos tratarlos así, a diferencia de lo que hicieron con nosotros, en otras áreas no estoy tan segura. Los niños son niños, y parte de su belleza intrínseca es encontrar la magia en todo. Creo que como adultos no tenemos el derecho de romper con eso solo por una falsa idea de honestidad absoluta. Aunque también hay límites: decirles que el betabel es papa morada no es grave (y casi cierto) pero decirles que su perrito “se fue a un rancho” cuando en verdad murió, ahí si estamos tocando otro tema. 

Pero es cierto –y comprobable científicamente– que los niños tienen un cerebro en desarrollo, que de hecho termina de desarrollarse hasta que andamos en nuestros veintes. No podemos pedirles que racionalicen absolutamente todo como nosotros. Habrá niños que les funcione, habrá quienes no, y sobre todo dependerá mucho del tema para pensar cómo abordarlo. Con los límites me pasó algo similar, llegó un momento en que la explicación nada más no era suficiente y, por más que me genera conflicto, he tenido que recurrir más de una vez al “no es no” y ni modo. Aunque a veces no trata de límites sino de tópicos distópicos. Es increíble que haya discutido 25 minutos sobre por qué no es buena idea tirarse de una barda con un paraguas, o por qué es imposible ir de vacaciones a Saturno. Creo que tengo un futuro abogado en la familia porque sus argumentos, además de divertidísimos, son sorprendentemente sólidos. 

Y son en esos momentos cuando me doy cuenta de la adultez que cargo, de lo aburrido que puede ser mi mundo y de la bendición que es tener a una personita que me saque de ese lugar. Habrá un día en que entienda la importancia de una buena alimentación, y también habrá un día en que sus angustias no parezcan surrealistas. Serán reales y eso es mucho más aterrador. Pero mientras, seguiré haciendo papas de monstruo, planearé viajes a Saturno y seguiré durmiéndolo a deshoras, abrazado a mí, aunque eso implique una noche más de desvelos para terminar mi trabajo.

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