Mientras llegamos a Dinamarca
Diagnóstico Reservado

Médico cirujano con más de 30 años en el medio y estudios en Farmacología Clínica, Mercadotecnia y Dirección de Empresas. Es experto en comunicación y analista en políticas de salud, consultor, conferencista, columnista y fuente de salud de diferentes medios en México y el mundo. Es autor del libro La Tragedia del Desabasto.

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Mientras llegamos a Dinamarca
Foto: Pixabay

No hay duda de que Dinamarca es un lugar de ensueño. Situado en la región norte de Europa y rodeado de mares, hermosos bosques, cultura, historia y todo lo que la civilización moderna puede ofrecer a una nación. Cuna de Hans Christian Andersen, existe en Copenhague una estatua a La Sirenita en su honor a su cuento. Shakespeare usa al reino de Dinamarca como el hogar del mítico príncipe Hamlet, quien debe vengar la muerte de su padre a manos de su tío Claudius en contubernio con su madre, Gertrude.

Dinamarca es el quinto país más feliz del mundo, de acuerdo con el World Happiness Report, y no es para menos. Dotado de una economía mixta y un sistema de gobierno que ha logrado un “Estado de bienestar”, sus habitantes gozan de enormes beneficios y prestaciones que, hay que decirlo, no son gratuitas. Los daneses pagan en promedio 55.9% de sus ingresos en impuestos; gracias a ello, cuentan con una gran infraestructura, un excelente sistema educativo y sí, un excepcional sistema de salud como el de todos los países nórdicos.

Es curioso que el presidente Andrés Manuel López Obrador haya usado a Dinamarca como su benchmark, es decir, su punto de comparación objetivo para lo que dice que quiere hacer con el sistema de salud en México. Y no, no es solo una frase, lo ha mencionado en discursos oficiales insistiendo mucho en el modelo. Es claro que alguien le vendió esa idea y al presidente le gustó. Sin embargo, lograr un sistema “como el de los países nórdicos” es muy fácil de decir, pero bastante improbable de lograr.

Comencemos por entender que el primer objetivo presidencial en materia de salud mirando a Dinamarca es una fantasía. Así como Christian Andersen y Shakespeare inventaron a La Sirenita y a Hamlet, el presidente de México inventó la gratuidad en salud.

En Dinamarca, la salud no es completamente gratuita. La mayoría de los daneses deben pagar 133 coronas danesas (algo así como 370 pesos mexicanos) al mes, a manera de seguro médico, si quieren acceder a medicamentos o servicios de salud no incluidos en la cobertura universal del Estado que es limitada. Esta cantidad va aumentando, por cierto, conforme incrementa la edad del asegurado.

De cualquier manera, en Dinamarca sí existe una cobertura con acceso universal a los servicios de salud, sin embargo, según datos de la OCDE, ese país destina aproximadamente 8.9% de su PIB a la atención de la salud mediante dinero gubernamental. Si sumamos las aportaciones privadas y el gasto de bolsillo, el porcentaje supera el 10%.

Obviamente, del sistema de salud de Dinamarca podemos rescatar algunas buenas prácticas, por ejemplo que el primer nivel de atención está proporcionado por médicos generales privados, que cobran al Estado sus honorarios. Estos médicos ganan en promedio 1.1 millones de coronas al año, el equivalente a 3 millones de pesos mexicanos. En contraste, el plan del gobierno mexicano es el de mantener a los médicos como empleados del gobierno, con un salario de apenas la décima parte de esa cantidad.

Para poder siquiera acercarnos a Dinamarca, el gobierno de México necesitaría invertir más del doble en salud de lo que actualmente asigna, es decir, pasar del 3.1% a, por lo menos, el 8% del PIB –según la OCDE– y esto es solo el principio. El crear un sistema de salud como el de los países nórdicos requiere de una visión a largo plazo, de décadas. Un sistema de salud como ese no se crea en un sexenio, ni en los dos años y medio que restan de este.

Como lo he expuesto en diferentes foros, la solución a la salud en México no provendrá de parchar o remendar lo ya existente, sino de un replanteamiento total que tenga, ante todo, al paciente como centro del sistema. Lamentablemente, en México se está trabajando para componer o recomponer las instituciones, para lograr las cifras y para alcanzar “la meta” planteada por esta administración.

A diferencia de Dinamarca, en México, históricamente, el paciente es lo menos importante de la ecuación. A diferencia de nuestro país, el gobierno danés no está interesado en comprar volúmenes de medicamentos y distribuirlos como dádivas a los pacientes. En ese país los medicamentos se dispensan a través de las farmacias privadas y los pacientes desembolsan un copago por este servicio.

El enfoque de un sistema tan avanzado, como en los otros países nórdicos y el resto de los europeos, es que el paciente acuda al médico más cercano, de la manera más cómoda y obtenga sus medicamentos de la manera más fácil. La visión institucional de un Estado paternalista (que no benefactor), donde las instituciones y la colectividad están por encima de la gente, es impensable en esas sociedades.

¿Cuánto nos falta para llegar a Dinamarca? En términos reales: incrementar la inversión gubernamental en salud más de tres puntos porcentuales y mirar hacia la participación público-privada en el cuidado de la salud; pero, sobre todo, nos hace falta visión.

Es tiempo de pensar fuera de la caja. Un sistema de salud moderno, eficiente y humano debe poner al paciente y su circunstancia al centro de la toma de decisiones.

Si no es así, no es salud. Es politiquería.

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