Ser espejos
Columnista invitada

Artista visual, textil y diseñadora. Ha explorado diversas disciplinas de las artes visuales y el diseño como el dibujo, la ilustración, la gráfica, el arte textil y el performance, teniendo así una amplia gama de posibilidades al momento de desarrollar sus proyectos. Ha participado en exposiciones colectivas en México, E.U., Argentina, España y Taiwán, y actualmente forma parte del “Colectivo de Pintorxs mazatecxs” y la galería de arte “Nd’ia Xinde” en Huautla de Jiménez, Oaxaca.

Ser espejos
Stencil de la artista Zeltzin Esmeralda Nieto Mata que forma parte de su proyecto Apariciones.

Mujer, artista, hija de migrantes indígenas. Son los conceptos que a grandes rasgos me describen y que hasta ahora voy entendiendo con claridad. Crecí en una chinampa de Xochimilco, entre hortalizas, flores y milpas. Casi nadie habitaba esos terrenos entonces, era el principio de los noventa y en Atexcapa no había luz, agua potable, drenaje o teléfono. Fueron años hermosos, de mucho juego y libertad, aunque hubo carencias económicas, pues la crisis del 94 nos pegó fuerte y se extendió hasta los dosmiles. 

Fui educada en escuelas públicas, becada por buenas notas o por la condición socioeconómica. Así, logré terminar la licenciatura en Arte y Diseño, siempre supe que el arte era lo mío. Una vez le pregunté a mi madre: ¿Qué te hubiese gustado que estudiara? Ella contestó que “derecho” o algo parecido. Pero lo único cierto, es que anhelaba que su hija estudiara lo que sea, para que fuera “alguien” en la vida. Y es que, para muchas madres mexicanas estudiar es la única opción imaginable para salir de la pobreza. 

Cuando niña, no era consciente de que éramos pobres, indígenas o morenos. Tras muchos andares, encuentros, lecturas, territorios y acercamientos a otras experiencias, pude distinguir muchos conceptos que me atraviesan como mujer y que me hacen ser quien soy. Es difícil notar esos detalles a simple vista, es como tener una venda en los ojos que no nos permite mirarnos en el espejo y reconocernos en todo nuestro ser. Y es más difícil cuando los adjetivos que nos describen están determinados por una carga histórica y simbólica tan fuerte.

En la actualidad, ser “artista indígena” es muy atractivo pues es un concepto que está de moda. Podría usar esa etiqueta fácilmente para destacar entre otras compañeras, pero sería como abusar, o hablar desde un lugar de privilegio sin tomar en cuenta lo que significa esa idea. Si me preguntan, es verdad que tengo raíz de dos pueblos indígenas, el mazateco y el nahua, pero también es cierto que mi vida es muy distante de la de las mujeres que viven allá en la montaña, madres de familia y campesinas, que son indígenas, sí, pero que no pueden aprovechar esa etiqueta para beneficiarse, aunque sea un poco, y lejos de ello son otros quienes se aprovechan de esa condición para despojarlas de sus recursos naturales, culturales e históricos. 

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Virgen bordada de la artista Zeltzin Esmeralda Nieto Mata.

Es difícil vivir en un país donde el arte es un privilegio. Es triste y deprimente dejar de lado el oficio que le da significado a cada día de nuestra existencia, para poder cubrir los gastos y las necesidades de la vida moderna. Una tiene que lidiar con las dificultades de la pobreza, de la falta de recursos y de espacio, del tiempo inalcanzable. Ser mujer, artista y carente de recursos económicos es complejo. Aun así, siempre pienso que una habla desde su privilegio y con eso en mente, poco a poco he encontrado el modo de ejercer mi oficio y la vida cotidiana a la par. 

Encima de eso, a veces, cuando como mujeres hablamos de temas que nos competen a todas y todos, pero que incomodan, quedamos un poco más abajo en la cadena, porque nuestro arte no gusta, nuestro arte no vende. Pero ¿Quién dijo que el arte es solo para gustar? A mí, como a muchas otras compañeras artistas, nos interesa que el arte hable. Nuestro arte, igual que nuestro cuerpo, no es para gustar. Nuestro arte es para pensar. 

El tema de hoy para muchas de nosotras es hablar de las problemáticas de las mujeres, de la desigualdad, de la violencia, de cuestionarnos los modos, las costumbres y los roles impuestos. Porque, ¿Cómo no vamos a hablar los problemas de las mujeres si es el tiempo que nos tocó vivir? ¿Cómo no vamos a hablar de la violencia y desigualdad si la vivimos todos los días en distintas formas e intensidades?

Pero también es importante y necesario reconocer que no es lo mismo hablar de desigualdades y violencias desde adentro que desde fuera. No es lo mismo hablar de periferias cuando se vive en el centro, no es lo mismo hablar del trabajo doméstico cuando se tiene “sirvienta” en casa, no es lo mismo hablar de que una toalla sanitaria contamina más que una copa menstrual cuando no se miran las condiciones de salubridad del entorno criticado. Hay que cuestionarnos también desde dónde estamos enunciando, criticando o señalando. Claro que cuesta trabajo, pero es parte de este proceso que andamos las mujeres hoy en día. Quitarnos la venda de nuestros propios prejuicios para poder mirarnos a los ojos con dignidad y con amor es parte de este camino. 

Quizá, hablar de mi historia puede parecer contradictorio. Sin embargo, pienso que hay muchas historias similares a la mía, porque somos muchas las que nacimos bajo las mismas condiciones. No intento hablar por otras, intento ser un espejo, y que a partir de ello surjan muchos espejos y otras se puedan reflejar en ellos y reconocerse, para saber que no estamos solas en esta lucha. 

Esta es una columna invitada por el equipo de periodistas de La-Lista, quienes seleccionaron a un grupo de mujeres y colectivas que son inspiradoras para las integrantes. Las columnas se publicarán a lo largo del mes de marzo.

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