El conflicto entre Irán, Israel y Estados Unidos no es nuevo. Debemos comprender que la región de Medio Oriente tiene elementos que están en permanente ebullición, la religión, la política, el petróleo y otros minerales estratégicos, la ideología y la carrera armamentista (nuclear) son un caldo de cultivo para un estallamiento en cualquier momento.
Este conflicto en particular tiene raíces profundas en la historia reciente del Medio Oriente y se intensificó a partir de 1979, cuando estalló la Revolución Islámica en Irán. Ese año, el ayatolá Ruhollah Jomeini lideró el derrocamiento del régimen del sha Mohammad Reza Pahlavi, aliado histórico de Washington e incluso cercano a Israel. Con el nuevo gobierno teocrático, Irán adoptó un modelo chiita revolucionario que desafió directamente el orden geopolítico liderado por Occidente en la región.
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La fractura entre sunitas y chiitas -las dos grandes ramas del islam-, no es solo religiosa, también es profundamente política. Mientras Arabia Saudita lidera el bloque sunita pro-occidental, Irán ha buscado posicionarse como el líder del mundo chiita y de los movimientos “antiimperialistas”. Esta tensión sectaria ha sido instrumentalizada por todos los actores, incluyendo Estados Unidos e Israel.
Desde entonces, Teherán ha desarrollado una estrategia de proyección regional a través de milicias y movimientos aliados, conocidos como el “eje de resistencia”. Este eje incluye a Hezbollah en Líbano, Hamás y la Yihad Islámica en Palestina, los hutíes en Yemen y milicias chiitas en Siria e Irak. Todos comparten una visión antiisraelí y contraria a la hegemonía de Estados Unidos en la región.
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El respaldo de Irán a estos grupos ha servido para presionar a Israel en sus fronteras, sin enfrentarlo directamente. Hezbollah, en particular, se ha consolidado como una amenaza estratégica en la frontera norte israelí, mientras que el financiamiento y entrenamiento a Hamás mantiene viva la llama del conflicto en Gaza. Esta estructura permite a Irán ejercer influencia, debilitar a sus enemigos y mantenerse como un actor central en los conflictos regionales.
A esta ecuación se suma el desprecio mutuo entre Israel e Irán. Para Israel, Irán representa una amenaza existencial por su retórica de eliminar al Estado judío y su programa nuclear. Para Irán, Israel simboliza el imperialismo occidental y la ocupación ilegítima de Palestina. Con estos elementos en juego, se sentaron las bases de una guerra no declarada, pero siempre activa.
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El conflicto que hoy vemos no surgió de la nada. Es el resultado de décadas de construcción ideológica, rivalidades religiosas y geopolítica de poder, donde cada actor juega un ajedrez mortal en busca de hegemonía.
Esta es la primera parte de una serie de 3