En las últimas semanas, la serie Adolescencia ha sacudido conciencias en todo el mundo. Más allá de sus interpretaciones, hay una verdad que no puede ignorarse, el bullying mata. Lo más doloroso es que no se trata solo de una historia de ficción. Es real y está más cerca de lo que creemos.
Un ejemplo desgarrador es el caso de Erick, un niño de 13 años que, como parte de su formación y también como actividad recreativa, fue enviado a un supuesto campamento en Cuautla, organizado por la Academia Militarizada Ollin Cuauhtémoc, con sede en Santa María la Ribera. Erick no regresó con vida.
Aunque oficialmente se habló de causas naturales, su cuerpo desmintió esa versión: presentaba golpes, moretones y signos de tortura. Erick fue víctima de bullying. Desde el que muchos trivializan como bromas escolares o contenido viral en redes, hasta su forma más cruel y devastadora, una violencia sistemática disfrazada de disciplina, donde el abuso es regla y el silencio, su mayor cómplice.
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El caso de Erick revela lo que ocurre cuando el bullying se normaliza desde posiciones de poder y también entre pares. Se convierte en un mecanismo cotidiano de maltrato que puede escalar hasta la muerte. Erick pidió ayuda y no fue escuchado. Lo castigaron bajo la excusa de una “formación rígida” y ningún adulto intervino. Esta tragedia no solo exige duelo, urge acción inmediata.
En medio del dolor, la voz de Alessandra Rojo de la Vega se alzó con claridad y firmeza. Como madre, activista y alcaldesa de Cuauhtémoc, no respondió con discursos tibios ni gestos protocolarios. Condenó el crimen con contundencia, exigió justicia, acompañó a sus familiares y reiteró su compromiso con políticas reales de protección para niñas, niños y adolescentes. No se quedó en la indignación, habló desde el compromiso institucional y personal.
Así, la tragedia de Erick -como tantas otras que vemos cotidianamente en las series o en redes sociales- nos obligan a actuar de manera sistémica, desde las autoridades, dentro de las aulas, en nuestras casas y en la sociedad entera necesitamos enfrentar al bullying con acciones concretas, que trabajen por un entorno donde la infancia se viva en un entorno sin violencia. Erick no murió, el bullying lo mató. Y su memoria debe convertirse en un punto de quiebre para que ninguna niña, niño ni adolescente sufra lo que él sufrió y para que los adultos actuemos sin demora y con sensibilidad.