Las elecciones del pasado domingo en Alemania confirman la tendencia mundial, el avance de la ultraderecha para hacerse de posiciones de poder. El futuro canciller Friedrich Merz, candidato de Unión Cristianodemócrata (CDU), en conjunto con su partido hermano de Unión Social Cristiana -organización a la que pertenece Merkel- obtuvieron el 28.6 % de la preferencias, solo atrás del CDU, con 20.3 % de los votos fue para Alternativa para Alemania (AfD), partido ultraderecha de Alice Weidel.
Es decir, si sumamos lo obtenido por CDU y AfD resulta que casi uno de cada dos alemanes votaron por la derecha. Si bien el CSU de Merkel también comparte coordenadas en el cartesiano político, su personificación en el poder siempre fue hacia el centro. En tanto, Merz y Weidel tuvieron una agenda muy similar durante la campaña con temas torales: economía, migración y “anti wokismo”. No obstante mantuvieron una gran diferencia: la perspectiva hacia la UE y cómo afrontar a Estados Unidos. Merz y la CDU quieren hacer frente a Trump y Putin, mientras que Weidel y los partidarios de la AfD creen que “solo Trump nos puede salvar”.
A pesar de los resultados, Merz ha descartado hacer gobierno con AfD y prefiere a los socialdemócratas del ex canciller Scholz para hacerlo, a lo que Weidel presagió un rotundo fracaso y anticipó su llegada al frente del Bundestag en 2029. En el panorama actual, Weidel se une a esta ola de los Milei, Meloni, Le Pen, Abascal, Trump quienes a través del discurso radical, comunicación virtualizada y efectiva, señalamientos en contra de la política, hallaron un nicho entre los jóvenes y las personas que, en realidad, odian la -otredad-, al distinto, llámese migrante o no binario que, hasta hace poco tiempo, aún daba vergüenza manifestarlo abiertamente.
Lo que sorprende del ascenso de personajes como Alice Weidel y de la AfD es que en Alemania, después de la Segunda Guerra Mundial y la gran sombra del nazismo, eran muy conscientes del peligro que la radicalización política -discursiva y ejecutoria- trae consigo, lo vivieron en carne propia y hoy parece que ese terrible pasado se ha aligerado para algunos. Parece que la Alemania que se enorgullece de ser capital mundial de la cultura, receptora de migrantes, motor de la Unión Europea, anti beligerante y fiel de la balanza del sistema internacional quedó bajo “la sombra que recorre Europa”, el ascenso de la ultraderecha.