La palabra no se la lleva el viento
De Realidades y Percepciones

Columnista. Empresario. Chilango. Amante de las letras. Colaborador en Punto y Contrapunto. Futbolista, trovador, arquitecto o actor de Broadway en mi siguiente vida.

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La palabra no se la lleva el viento
Foto: Sven Brandsma en Unsplash.

A menos de un año de las elecciones del 2024 me gustaría hacer una pausa y hablar de las palabras antes de ver cómo son pisoteadas, incendiadas y desquebrajadas en los discursos, debates y promesas de campaña.

Y es que cada día la manipulación de las palabras o el uso ligero de ellas se hace más latente. No se dicen las cosas por su nombre y hacemos de su significado una interpretación personal que depende del momento, la persona que lo dijo o por conveniencia. No nos cansamos de devaluarlas con tal de hacernos más visibles.

La palabra es creadora, pero puede ser destructiva. Puede ser una lanza de fuego en un país de pastizales secos. Puede ser la chispa que encienda la flama antisemita. Puede ser la broma que fomenta la violencia machista. Puede ser la ocurrencia que normaliza el racismo o puede ser un grito homofóbico que se arrope como una tradición en el estadio.

Por eso, en la antesala de una crónica de una masacre anunciada, quiero hacerle un homenaje “pre mortem” a las palabras, porque hay muchos que las presumen como un logro suyo, las gritan en la plaza pública, las maquillan en eslóganes publicitarios o se atreven a abandonarlas en megáfonos, altavoces o al deshuesadero de las mañaneras.

Muchos otros engreídos las leen en la tribuna del Congreso repitiendo la voz de otro, votando sinsentidos o coreando ilegalidades. Las saben pronunciar, pero no las conocen. Las recitan buscando aplausos, las ordeñan de la inteligencia artificial, las digitalizan en un “best seller” y se sientan a esperar los miles de pesos en regalías.

Las explotan, las exprimen, pero no las respetan. Tan solo son herramientas para escribir formatos, frases pegajosas en espectaculares, sembrar resentimiento desde Palacio Nacional o desde las cuentas oficiales del gobierno. Les son útiles y desechables.

Y es que no todos entienden que las palabras no solamente se leen y se pronuncian; las palabras se toman de la mano, se ponen en el pecho y se abrazan. No se memorizan ni se repiten en renglones, se moldean, como artesano que talla los efectos y escalofríos que ocasionarán al pronunciarlas. Las palabras tienen valor y están vivas.

Aquellos que las distorsionan no entienden que los verdaderos sueños se escriben en una servilleta o en una carta que nunca regresará a tus manos. Ni tampoco comprenden que al escribir un par de nombres en un árbol se firma una promesa y un voto perpetuo por el amor a las palabras.

Tampoco saben desenterrar los acentos de una caja de herramientas literarias y trabajar como carpintero tratando de enmarcar una idea imperfecta o escribir deseos en la pared, en la barda de un terreno baldío o en la arena.

Y es que las palabras son libres e irreverentes, no usan uniforme, no son rígidas, no esperan un premio Nobel ni sueñan conocer los secretos de La Real Academia de la Lengua, las palabras solo buscan sin querer realmente encontrar sino seguir buscando.

Así que, cuando te topes con ellas, déjalas pasar, porque siempre van a alguna parte, están por tomar el tren o corriendo porque las deja el avión. Pueden ser ansiosas, impacientes o desesperadas. Mantén sana distancia. Hazte a un lado. Tienen prisa de ser leídas cuanto antes. Tienen miedo a ser borradas. Tienen la urgencia de estar en otra parte y caer totalmente rendidas en la página de un libro. Respeta su espacio vital.

A las palabras les gusta crear, no les gustan las etiquetas, la estigmatización del otro ni las descalificaciones. Las palabras no manchan ni tiznan, eso lo hace quien gobierna con las manos sucias.

Las palabras, como cualquier ser vivo, sufren, cuestionan el acento de odio que les imprime el presidente o la mala fama que les hace por ser un mentiroso.

Las palabras creen en el periodismo, en la crítica, en las investigaciones profundas, en la poesía y en el amor a la verdad.

Así que no te confundan, las palabras no se las lleva el viento, las dejamos caer al vacío cuando no las conocemos, cuando los funcionarios públicos las malbaratan, cuando no les damos el significado que tienen, cuando las usamos como dardos, cuando mentimos.

Espero equivocarme y me rectifiquen la plana, pero en el contexto violento que vivimos, más vale homenajear a las palabras en vida, porque nada nos asegura cuánto tiempo más estarán entre nosotros.

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