Oppenheimer: la creación de la destrucción
Perístasis

Jefe de la División de Educación Continua de la Facultad de Derecho de la UNAM, socio de la firma Zeind & Zeind y miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

X: @antoniozeind

Oppenheimer: la creación de la destrucción
Cillian Murphy tuvo que pasar por una transformación física extrema. Foto: Cortesía Universal Pictures

Finalmente llegó a las salas de cine el último filme escrito y dirigido por el cineasta británico Christopher Nolan, un director que a lo largo de toda su obra ha demostrado un interés especial por la ciencia y por la naturaleza de los seres humanos, así como las contradicciones en las que tanto una como los otros incurren.

Luego de adentrarse en la amnesia de Leonard en Memento, en la lucha por la supremacía  entre los ilusionistas Robert Angier y Alfred Borden en The Prestige, en las inseguridades de Bruce Wayne y en el interés por romper el orden establecido por el Joker en la saga más exitosa de Batman, el heroísmo de Joseph Cooper en Interstellar y en los dotes del ladrón de subconscientes Dom Cobb en Inception, en esta ocasión Christopher Nolan se decidió abordar una etapa de la vida de Julius Robert Oppenheimer, un físico estadounidense con antecedentes comunistas a quien el gobierno de los Estados Unidos encargó en la primera mitad del siglo pasado encabezar el desarrollo de un proyecto sin precedentes: crear la bomba atómica.

También conocido como “Proyecto Manhattan”, se trató de un plan ejecutado por una buena cantidad de personas dedicadas a la ciencia y la milicia estadounidense, quienes lograron crear (y rebasar a Rusia como su más cercano competidor para lograrlo) la que sin duda es el arma de destrucción masiva que significó un parteaguas no solo en la Segunda Guerra Mundial, sino en el orden mundial desde esos años y hasta nuestros días.

Dentro de un elenco de lujo, destacan Cillian Murphy en el papel del propio Oppenheimer y Robert Downey Jr., interpretando a Lewis Strauss, ambos haciéndolo de manera memorable. Es precisamente la disputa entre Oppenheimer y Strauss la que permite hacernos ver el sinuoso camino que llevo la construcción de la bomba atómica y los dilemas internos que podemos tener las personas, pues mientras llevar a cabo esta tarea fue una verdadera hazaña, los efectos generados por éste fueron devastadores para miles de familias que los sufrieron.

Este filme es un análisis profundo del poder y de la lucha que las personas libramos día a día por tenerlo y ejercerlo en cualquier entorno social del que se hable. Finalmente, una guerra es una lucha por la hegemonía y para que aquella se pueda librar se requiere de recursos de todo tipo, incluidas personas que, bajo el manto del logro de un objetivo superior, ponen todo de sí para que el grupo al que pertenecen resulte vencedor. No obstante, debido a que el ejercicio del poder requiere de diversos tramos para llevarse a cabo, en muchas ocasiones las mentes creativas encuentran un límite que se convierte en la estafeta para que otras (las que son verdaderamente poderosas) tomen las decisiones.

Resultan inolvidables diversas escenas de esta película, entre ellas aquella en que se toma la decisión (de manera más simple y fría de lo que se pensaría) de en cuáles ciudades japonesas lanzar la bomba atómica, o aquella en la que un Oppenheimer preocupado e incluso arrepentido se entrevista con un triunfalista y soberbio presidente Truman. Mención aparte merece la escena sobre la “Prueba Trinity”, en la que el Maestro Nolan logra la que sin duda será una de las escenas más memorables de la historia del cine.

Con una última hora vertiginosa en la que se aclaran muchas de las dudas surgidas durante las primeras 2 horas de esta obra, las contradicciones de una de las grandes mentes de la ciencia salen a relucir, dejando claro que “el destructor de mundos” puso su creatividad (de manera plenamente consciente) al servicio de la destrucción.

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