Corridos tumbados, la música y el contexto violento también se heredan
Contextos

Reportero egresado de la UNAM, formó parte de los equipos de Forbes México y La-Lista. Con experiencia en cobertura de derechos humanos, cultura y perspectiva de género. Actualmente está al frente de la Revista Danzoneros. X: @arturoordaz_

Corridos tumbados, la música y el contexto violento también se heredan Corridos tumbados, la música y el contexto violento también se heredan
El cantante Peso Pluma acaparó los reflectores por su reciente presentación en el festival Coachella y por haber llegado al número 1 de los más escuchados en el mundo, según Spotify. Foto: EFE

¿Un joven de 23 años vestido de rapero pone de rodillas al Palenque de Texcoco en la Feria del Caballo? Esa imagen hubiera sido difícil de creer hace 10 años, sin embargo el cantante Peso Pluma lo logró hace unas semanas. Este artista acaparó los reflectores por su reciente presentación en el festival Coachella y por haber llegado al número 1 de los más escuchados en el mundo, según Spotify, en tres años de carrera musical. 

Los corridos tumbados son un subgénero que se ha ganado adeptos y enemigos, aunque su distintivo es la fusión que hacen con el rap y la forma en que se visten los exponentes. Es un sonido más lento, donde la voz aguardentosa y el rasgueo de la guitarra se llevan el protagonismo, con un bajo o tololoche bien marcado de fondo. 

Algunas de las personas conservadoras del regional mexicano han mostrado su disgusto por esta expresión, incluso artistas como Julio Preciado y Pepe Aguilar se han pronunciado en contra de esta corriente. ¿Por qué tanto recelo? ¿Realmente atenta contra la música popular de este país?

Primer hecho. Por su variante con otros géneros urbanos, como el rap, hip hop y el reggaeton, los corridos tumbados han provocado que las generaciones más jóvenes volteen a ver este tipo de música. Además, la forma de vestir de artistas como Natanael Cano, Peso Pluma o Junior H ha roto el estereotipo del “ranchero” o de la gente que se dedica a cantar música de este tipo. Ahí comienza el primer rechazo de la comunidad más ortodoxa. 

Segundo hecho. Aunque parezca complicado de creer, el corrido y el rap tienen varias cosas en común: nacen como expresiones de una población para relatar el difícil contexto que tienen que vivir día con día, desde enfrentamientos armados, droga, prostitución, violencia, machismo, alcohol, fiesta o cualquier otra situación que pase en su cotidianidad. 

Ante un inevitable relevo generacional, los jóvenes encontraron en los corridos tumbados una manera de identificarse y para hablar sobre las situaciones que viven en su realidad, tal como lo hizo la generación de los años 70 y 80 cuando llegaron a su esplendor Los Tigres del Norte y Chalino Sánchez. 

Tercer hecho. Sigue la misma línea: narcotráfico y violencia. Sería injusto juzgar a esta camada por que sigan tratando los mismos temas  y que no relaten historias diferentes: excesos, dinero y demás. Al contrario, esto da muestra que el contexto no ha cambiado en muchas décadas, la complicada situación que vivieron los jóvenes hace 50 años sigue persistiendo hoy en día. ¿Por qué sigue vivo el narcocorrido? Porque esa realidad no se ha ido, y posiblemente no se irá hasta que cambie el lugar donde se desenvuelven las personas. 

Juzgar a estos artistas como exponentes con poca creatividad o talento musical sería injusto, sobre todo cuando se dice desde una posición donde no les gusta su música o se ve o se siente vulnerable porque ellos cambiaron la forma de expresarse en un género musical.

Si se quiere cambiar el contenido de las letras de este u otros géneros, habría que tomar en serio el compromiso de cambiar el contexto donde se desarrollan las personas. 

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