El colonialismo moderno: Una reflexión desde una fiesta en Nueva York

Martes 25 de febrero de 2025

María Fernanda Alarcón
María Fernanda Alarcón

Es feminista y antirracista, licenciada en Ciencia Política y Relaciones Internacionales por la Universidad de las Américas Puebla y maestrante en Relaciones Internacionales de Gobiernos y Actores Locales por la Universidad de Guadalajara. Dedicada al periodismo y las estrategias de comunicación digital. @Mafer_Alarcon_

El colonialismo moderno: Una reflexión desde una fiesta en Nueva York

La persistencia del colonialismo moderno se destaca cuando la blanquitud revela actitudes coloniales arraigadas en la sociedad contemporánea. Cuando el privilegio y la percepción de merecimiento perpetúan desigualdades y relaciones de poder, especialmente desde el mirar del escenario migrante.

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Fotografía de archivo de personas migrantes que esperan afuera del antiguo Hotel Roosevelt en Nueva York (Estados Unidos). Foto: EFE/EPA/Sarah Yensel.

Porque nos gusta el chisme y no el racismo, ahí te va una breve crónica y uno que otro dato… Hace unos días estaba en una peda de, como diría Shakira “mi gente latino”, un grupo de amigos de esos que les basta con poco tiempo de conocerte para que te abran las puertas de su casa y que, como yo, dejaron su país: Colombia, Honduras, Perú, México y más, cada quien dueño de su propia historia en Nueva York.
Festejábamos el cumpleaños de un par de ellos y estaba siendo una gran velada llena de pisto, baile y anécdotas, hasta que llegó… digámosle Isabel —para ponernos un poco históricos—. Isabel, “bien” vestida, alta, delgada, güera y sobre todo blanca, llegó por error y accidente tras haberse perdido, solo le faltaban la Pinta, la Niña y la Santa María; nos comentó que estaba cerca en un barrio muy feo, ¡raro!, todos los que estábamos ahí vivíamos en la zona, pero claro que nuestras definiciones de belleza y peligro no son las mismas; algo así como cuando alguien de Santa Fe llega a la Guerrero ¡Ay no, qué susto!
Les juro que en esa terraza se le recibió con estima aun sin la invitación, por eso calienta, me deja pensando en la mirada por encima del hombro con la que llegó. He tenido, al igual que todos, un montón de fiestas incómodas, pero esta fue algo diferente; y sí, empecé un tanto irónica porque hablamos muchísimo del colonialismo como si este ya se hubiera terminado y únicamente estuviéramos viviendo su herencia, pero existe el colonialismo moderno y ese día lo vi. Podría parecer una exageración, quizás solo era una morra alzada en un evento en el que no encajaba, pero quizás también esa es el arma más fuerte, la de la sutileza. No digo que con plena intención Isabel se presentara en plan: “vamos a colonizar esta peda”, de entrada porque no le voy a conceder tanta sapiencia, pero principalmente porque tenemos que hablar de las estructuras en función del racismo que actúan como un
organismo ya naturalizado.
David Silva en “Espaldas Mojadas”, una película que significó tanto en 1955 ante las oleadas migratorias de México a los Estados Unidos (EE.UU.), decía “no hay nadie en el mundo que deje su país por gusto y todos los que se pasan pal otro lado se pasan por hambre […] miles y miles quisieran estar aquí, vivir con su familia, poder trabajar aquí”; han pasado casi 70 años de ese diálogo y aún duele porque sigue siendo la realidad de miles, pero también tiene altas imprecisiones porque no todos dejan su país desde la misma historia y mucho menos con el mismo privilegio.
Te cuento esto porque antes de continuar con la historia necesitas saber que el 23% de la población migrante en EE.UU., de acuerdo con estudios del Migration Policy Institute (MPI) es población indocumentada, mientras que solo el 5% se encuentra en un estado de nonimmigrant, es decir, que tienen permiso para una estadía temporal con una visa que les permite trabajar, estudiar o visitar por un periodo determinado. Es relevante porque podríamos pensar que Isabel, al ser nonimmigrant, sentiría familiaridad con quienes le estaban compartiendo su espacio por el simple hecho entender lo que significa dejar tu país, pero fue lo contrario. Me dejó bien en claro que hay quienes entienden los espacios como un medio de supervivencia al crear comunidad, mientras que otros lo ven como un objeto a poseer, esta es la relación que tiene el colonialismo con el verbo “merecer”. No todos lo sentimos igual, porque mientras hay quienes cambian de país para mejorar su realidad a punta de garra, hay quienes lo hacen porque sienten que se lo merecen, porque sienten que ya lo han trabajado solo por tener un mayor grado académico o profesional, vaya, simplemente por contar con el privilegio.
Por esto es por lo que no me sorprende la voz de mando con la que se sintió en la libertad de —incluso— intentar ordenar quién se tenía que ir con ella esa noche, ¡claro!, ¿quién de ahí se atrevería a decirle que no a “una chavita bien”? Me parece una audacia, pero no es ninguna una rareza, bien podríamos revisar a Homi K. Bhabha que nos ofrece una perspectiva muy atinada sobre el colonialismo al definirlo como un proceso de “hibridación cultural”, esto se refiere a cuando las culturas coloniales y colonizadas interactúan y se mezclan, dando lugar a nuevas identidades y expresiones culturales, pero siempre desde la relación de poder. Esta idea me es fundamental para entender el comportamiento social actual, porque la colonización no es un proceso que va en línea directa, involucra complejas interacciones culturales que podemos encontrar en diferentes escalas, para no dejar de lado las pequeñas, las del día a día que aparentemente son menos marcadas, pero su impacto es mucho más estructural.
Te sigo contando, ofendida de que los hombres del sitio no le dieran la atención que pretendía, quiso manipular la situación y construir una narrativa que la colocara en el centro de la conversación, aseguró que uno de los presentes le había intentado coquetear de forma irrespetuosa. A riesgo de echarme al saco a feministas blancas, por supuesto que no le creo.
Hay un legado histórico de incriminaciones a través del racismo, no necesitas ser una experta para saber qué persona será la que más “mala pinta” tenga, basta con cuestionarnos ¿a quién revisan en una tienda antes?, ¿a una chava blanca, o a un chavo moreno y migrante?, ¿a quién se le acercarían primero los policías?, ¿a una chava blanca, o a un chavo moreno y migrante?… ¿A quién le creerían antes?, ¿a una chava blanca, o a un chavo moreno y migrante?
No busco victimizar a nadie con este relato, pero el intento de controlar así la narrativa me parece grotesco; Franz Fanon un sobreviviente de la opresión francesa en Argelia, bien exponía que “la colonización no es simplemente el despojo de tierra y la explotación económica, sino también la deshumanización de la persona colonizada”. Su definición es precisa porque se centra en cómo el colonialismo afecta a la psicología social y por ende a la identidad de las personas colonizadas; construye narrativas en donde poblaciones pobres o racializadas son interpretadas como barbarie, mientras que la blanquitud se recibe como
modelo.
Esto me importa, porque no es contra o sobre Isabel; es contra lo que la hace tomar decisiones, es lo que la hace sentir, no solo que es superior, sino que puede violentar, porque basta con identificar las relaciones de poder en este o cualquier escenario para sentir que el privilegio legitima tu violencia.
A mi modo de ver, cuando hablamos de comunidad y resistencia, también estamos hablando de eso: de las reuniones, de los espacios de entretenimiento, del derecho a la diversión, de los espacios de consumo y emprendimiento. Esta situación me hizo recordar mucho un texto de mi querido Otto Castillo en el que relataba “Los santis intentaron regresarnos abajo, pero no pudieron, no soportaron […] Nosotras no íbamos a permitirnos no disfrutar. En ese momento nuestro baile era un reclamo, un reclamo de un espacio que ya no era nuestro y que por ese momento volvió a serlo”.
La violencia que enfrentan los grupos segregados se manifiesta de diversas maneras, con personas como “Isabel” pretendiendo apropiarse de territorios que no les corresponden. Al final, sí, se fue montada en su Uber y su ego, pero no quita los actos y las intenciones, la desmedida arrogancia de sentir que todo te puede pertenecer, hoy puede ser una fiesta o la completa gentrificación de infinidad de zonas; porque así luce el colonialismo moderno.
Defender un territorio de diversión puede transformarse en un acto de resistencia, luchar contra el colonialismo moderno no se limita a discursos políticos o manifestaciones, también se manifiesta en momentos de celebración y en la afirmación de la identidad cultural.
La violencia inherente a la colonización se contrarresta cuando las comunidades racializadas se apropian de espacios que les han sido arrebatados y los transforman en lugares de resistencia.
La blanquitud, con su comportamiento, ilustra la persistencia de actitudes coloniales arraigadas en la sociedad contemporánea, donde el privilegio y la percepción de merecimiento perpetúan desigualdades y relaciones de poder. Esto se hace especialmente
evidente cuando te enfrentas al mundo desde la posición de migrante. En última instancia, no necesitas de un Estado, sino de la comunidad, ya que un espacio puede representar mucho; desde ser un continente entero o simplemente la terraza de una fiesta en un sábado por la noche.


Fuentes Bibliográficas:
Batalova, J. B. N. W. A. J. (2023b, julio 17). Frequently requested statistics on immigrants
and immigration in the United States. MPI.
https://www.migrationpolicy.org/article/frequently-requested-statistics-immigrants-andimmigration-united-states
Bhabha, H. K. (1994). The Location of Culture. Routledge.
Castillo, O. (2023). Crónica de una reapropiación. La Lista. https://lalista.com/opinion/2023/05/03/cronica-de-una-reapropiacion
Fanon, F. (1961). Los condenados de la tierra. Grove Press.
Southern Poverty Law Center. (2019). The Year in Hate and Extremism, 2018.
https://www.splcenter.org/year-hate-and-extremism-2018
Spivak, G. C. (1988). Can the Subaltern Speak? In C. Nelson & L. Grossberg (Eds.),
Marxism and the Interpretation of Culture (pp. 271-313). University of Illinois Press.