Hay reglas que hasta los más sanguinarios y torpes narcotraficantes conocen de sobra. Son un puñado de códigos que aún conservan pese a la locura de la “guerra contra el narco”. No sirven a la supervivencia de los inocentes, sino a la perdurabilidad del crimen organizado: no se toca a la Virgen de Guadalupe, al presidente o a un agente “gringo”. Pero alguien olvidó ese mandato el pasado viernes 18 de octubre.
Aquel día, el marino estadounidense Nicholas Douglas, de 33 años, salió de su casa en Tucson, Arizona, cerca de las 2 de la tarde y viajó hacia Nogales, Arizona, para recoger a dos amigos. Los tres cruzaron la frontera para disfrutar el fin de semana en las playas de Puerto Peñasco, Sonora.
Ya en suelo mexicano había dos rutas a elegir: una más larga, pero conocida por ser el trayecto más seguro; otra corta, de mejores paisajes, pero alejada de la ciudad y, por ende, de presencia policiaca. Nicholas Douglas eligió ir tras el volante en la segunda opción. Pero a 30 minutos de la orilla del mar alguien cometió un error.
El padre del marino estadounidense recibió una llamada la mañana siguiente, sábado 19 de octubre, de funcionarios de la Embajada de México de Estados Unidos con una terrible noticia: su hijo había sido asesinado por el crimen organizado mexicano.
La explicación del asesinato no satisface al también marino, pero retirado, Warren Douglas: el cuerpo de su hijo fue encontrado con varios impactos de bala con orificios de entrada por el pecho y la espalda; a su lado, estaba su celular y su cartera con sus identificaciones y todo el dinero.
Más extraño aún: los dos amigos que acompañaban al joven marino fueron abandonados, ilesos, en pleno desierto, donde las facciones de “Los Chapitos” y “La Mayiza” libran una feroz batalla por las rutas migrantes y la venganza del secuestro de Ismael Zambada García.
“Yo creo que fue por la camioneta en la que viajaban”, reflexionó el padre, según el diario The Washington Examiner. “Yo creo que quisieron detenerlo para robarle la camioneta. Y el intentó escabullirse. Cualquier militar te diría que, cuando eres emboscado, eso es lo que hay que hacer”.
Nicholas Douglas lo sabía bien. Él integra la sexta generación de su familia que por más de un siglo han prestado sus servicios en el Ejército estadounidense, tanto en su país como en misiones en el extranjero. Un héroe para la patria vecina. Tal vez en otra circunstancia habría repelido con éxito y sobrevivido al ataque, pero sin armamento y vehículo blindado estaba en desventaja frente a los sicarios mexicanos y su armamento cada vez más letal.
Ahora, la familia de Nicholas Douglas tiene dos exigencias, según la entrevista que le brindaron a la periodista Anna Giaritelli. La primera es que el gobierno mexicano entregue la investigación al Departamento de Justicia de Estados Unidos; segunda, que esta institución extranjera detenga en suelo mexicano a los asesinos, los extradite y los encarcele en la Unión Americana.
Un grave problema se asoma con esta exigencia: la familia ha sostenido ya una audiencia privada con el otra vez candidato presidencial republicano Donald Trump y su compañero de fórmula J. D. Vance, quienes han prometido que harán lo que sea para encontrar a los homicidas del marino. Incluso, violar la soberanía mexicana.
¿Quién violó los códigos no escritos del crimen en la frontera? ¿Y quién pagará por ello?
GRITO. A menos de una semana de la elección en Estados Unidos por la Casa Blanca, Trump gana a la demócrata Kamala Harris en los momios de la mayoría de las casas de apuestas. Si triunfa, ¿cumplirá su promesa a la familia Douglas?